Máquinas de insultar

El Rey ha ido a ayudar, que falta le hace a Cataluña

Luis Ventoso

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Existen dos recursos que delatan a un articulista palizas: iniciar la pieza reproduciendo la charla de un taxista, o abrirlo con la acepción de una palabra según la Academia. Disculpen, pues nos disponemos a incurrir en el primer tópico. Fue hace tres semanas en Madrid. El taxista pertenecía al género del loro multiopinativo. Con todo detalle explicó que acababa de llevar a una familia de empresarios catalanes a un polígono del cinturón. Iban a ver la nave a donde trasladarían su empresa familiar, una fábrica de ampollas para medicamentos. El taxista locuaz sonsacó al patriarca de sus pasajeros, que resultó un separatista fervoroso. Entonces le hizo la pregunta obvia: «Y siendo usted tan independentista, ¿cómo es que se ha ido de allí y se trae la empresa y los empleos a Madrid?» El veterano empresario respondió con sinceridad: «En la compañía tenemos una participación francesa y con lo que está pasando me han dicho que o deslocalizaba o ellos no seguían».

Esa es la vida real. Más de 3.000 empresas han huido, porque el capital es medroso y busca el bendito aburrimiento, la seguridad jurídica. El turismo y el inmobiliario también se han constipado. Los que saben auguran que Cataluña ha enfilado una peligrosa cuesta abajo.

En ese contexto de miedo económico ante la gilipollesca idea de separar a Cataluña de España, sacarla de la UE y empobrecerla salvajemente contra la opinión de la mayoría de los catalanes, el Rey viajó ayer a Barcelona para echar un capote en el Congreso Mundial de Móviles. Es una feria enorme, que deja 470 millones y 13.000 empleos, pero que sopesa marcharse con los telefonillos a otra parte si continúa la esotérica verbena xenófoba. Guste o no la Monarquía, el Rey posee una reputación internacional muy notable y proyecta civilización, serenidad y cierta modernidad. Su valoración supera de largo a la de los políticos. Su formación y rodaje están también por encima de la media de nuestros representantes, muchos trepas de partido que jamás han tenido una nómina. ¿Cómo han agradecido los dirigentes nacionalistas el apoyo de Felipe VI al Mobile? Pues en su línea: insultándolo, como vienen haciendo con todo lo español desde hace cinco años. Colau y Torrent, dos políticos menores y probablemente conyunturales, se han puesto estupendos y han decidido ofender un poco al que viene a ayudar. Anoche lo plantaron en la recepción previa a la cena del Mobile y hoy harán lo propio antes de la inauguración.

El desaire de la alcaldesa nacional-populista y del presidente separatista del Parlament no es anecdótico. Tiene calado, porque en realidad están ofendiendo y perjudicando a sus compatriotas catalanes, al actuar como si la totalidad de la población fuese independentista, cuando en realidad ocurre lo contrario (según la última encuesta, los unionistas ganan por diez puntos). Pero todo debate es baladí. Imposible razonar con el nacionalismo, una versión laica, rencorosa y victimista del integrísimo religioso. Mientras los propios catalanes sigan autolesionándose y no los echen del poder no hay nada que hacer.

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