Gabriel Albiac

Gran guiñol

Gabriel Albiac
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En la noche del 20 de diciembre, todo estaba claro: empezaba la campaña para unas nuevas elecciones. Yo lo escribí entonces, apenas conocido el recuento: «Las de ayer habrán sido unas primarias. La campaña de verdad empezaría ahora. Con la segunda vuelta en puertas». En esa campaña estamos.

¿Por qué, si todos -todos- saben eso desde la noche electoral, fingen, todos por igual, impávidos, jugar a hacer gobiernos de coalición, que hasta un niño de cinco años que se interesase en esas tonterías constataría, a primer cálculo, que no suman la cifra mínima? Es la regla elemental de los juegos de estrategia: poner el foco sobre el lugar en el cual todo parece suceder y en el cual, en realidad, nada sucede.

Y distraer así la atención del rincón oscuro del tablero en el cual se planifica el fulgor del jaque mate.

La campaña electoral consiste, esta vez, en convencer al pobre ciudadano de que no se quiere una nueva campaña electoral

Comparecer, en aquel mismo 21 de diciembre, para decir la verdad a los electores -que las elecciones no habían servido para nada y que había que resignarse a repetir lo mismo- sería la actitud de sujetos racionales y en lo moral no excesivamente degenerados. No hay de eso en política. Al político le guía sólo un cálculo de rentabilidad: cómo salvar su sueldo, y el de los suyos. El caso del secretario general del PSOE es extremo, porque en su horizonte laboral sólo cabe o presidencia o paro. Pero, en dimensiones menos cómicas, es lo que les sucede a las dos terceras partes -tal vez más- de los diputados y senadores españoles. Comparar las titulaciones académicas y profesionales de nuestros parlamentarios con las de cualesquiera de sus homólogos europeos da una vergüenza más allá de lo cortésmente formulable.

Así, era necesario entramar esta gran farsa. Hilarante, sí, y absurda en términos lógicos. Pero ni lógica ni ridículo traban a esas apisonadoras de cerebros que son los televisores. Durante un mes y medio ya, no hay partido político que no proclame en pantalla estar buscando lo que sabe imposible: la cuadratura del círculo, el mágico birlibirloque que haga que dos más tres sumen cuatro mil setecientos diecisiete. O lo que sea. La campaña electoral consiste, esta vez, en convencer al pobre ciudadano de que no se quiere una nueva campaña electoral y de que, si la hay, será por culpa del indecente adversario.

Habrá elecciones. Cada partido dirá que ha sido por la cerrilidad del otro. Y lo es por la de todos. Sencillamente, porque aquí no hay más suma viable que la de la gran coalición de las tres fuerzas constitucionalistas. Todos piensan lo contrario de lo que dicen. Y es que la mezquindad de sus cálculos ofendería hasta al votante más lerdo.

Rajoy calcula que un salto de Podemos al segundo puesto electoral acabaría con el PSOE para siempre y le daría a él un envidiable margen de juego. Sánchez ve su supervivencia en envilecer aún más la imagen presidencial ante los electores. Iglesias y Rivera aguardan a que los otros dos se despedacen. Es el gran guiñol, la inmensa burla al ciudadano. Sepámoslo. Aunque eso de tan poco nos sirva.

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