Luis Ventoso

Feliz año (o no)

España es un país que se entregó a una orgía del gasto a crédito

Luis Ventoso
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Mateo Renzi, el primer ministro izquierdista italiano, ha hecho balance de fin de año. Ufano, sacó pecho ante sus compatriotas: «El 2015 ha sido bueno para Italia. Lo dicen los hechos. Ahora es un país sólido y estable que empieza a funcionar». El optimismo de Renzi atendía a que Italia ha cerrado el año con un crecimiento del 0,8%. ¡Qué grande gioia! ¡Qué alegría! Por su parte España –el país de la depre colectiva, la televisión más funeraria de Europa y la fiesta del neocomunismo– ha crecido un 3,2%. No importa. La apelación a la economía se ha convertido en una excentricidad en España, donde 0,8 y 3,2 vienen a ser lo mismo y donde las frases sentimentaloides y los clichés marxistas setenteros importan más que cualquier cifra.

Gracias a Pablo, Ada, Bildu, las Mareas, el travieso diputado Tardá, la abuela Manuela y el Gran Wyoming ya sabemos que el dinero crece en los árboles, que las deudas no hay que pagarlas y que en un Estado que cada año necesita pedir prestados más de 44.000 millones para apoquinar lo esencial podrá regalarnos aguinaldos a todos.

España es un país que se entregó a una orgía del gasto a crédito. Y no solo sus políticos: familias, empresas y bancos se entramparon hasta las orejas. Cuando el tsunami de las hipotecas subprime cruzó el Atlántico, el tenderete se fue al carajo. Una resaca crudísima, que en 2012 estuvo a punto de apellidarse quiebra y corralito. Tras una dura devaluación interna, el empuje de los españoles y el regreso al orden contable que el zapaterismo había desdeñado nos han llevado a una gesta económica: doblarle la mano en tiempo récord a la recesión y convertir a España en el Estado de la UE que más crece de entre los grandes.

Lógicamente, las quemaduras del paseo por el infierno duelen. Son todavía terribles: cuatro millones de parados, deuda pública rondando el 100% del PIB y una mejoría cogida con alfileres. Es comprensible que personas muy zarandeadas por la crisis, que han visto sus vidas arrasadas, opten por el voto nihilista del pataleo antisistema, o que sucumban al populismo del último vendedor de crecepelo. Pero al calor de una televisión de mirada muy sesgada se está haciendo una interpretación falaz de los resultados de las elecciones. No, los españoles no se volvieron tarumbas el día 20. No es cierto para nada que votasen masivamente a opciones radicales y antisistema para cargarse el andamiaje institucional. Los tres partidos que rondan las posiciones de centro, que defienden la unidad de España y comparten los principios constitucionales (PP, PSOE y Ciudadanos) suman una amplísima mayoría: 253 diputados en una cámara de 350. Si los españoles despiden el año con la congoja del desgobierno, si España se arriesga a pegarse un tiro en el pie y cepillarse su incipiente recuperación, se debe exclusivamente a un motivo: la deslealtad con su país de los actuales dirigentes del PSOE, que están anteponiendo al interés general de la nación su odio ideológico-patológico al PP (en realidad el partido al que más se parecen).

Feliz año (o no). Dependerá de los volubles inquilinos de Ferraz. Conociendo su acreditado patriotismo, elecciones en tres meses.

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