Álvaro Martínez

El amo del calabozo

Cambia el cabecilla del «procés» los 500 metros cuadrados de la lustrosa casa de Waterloo por una adusta celda de barrotes amarillos

Álvaro Martínez

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Con su discutible gracejo dialéctico, Pilar Rahola, juglar del «procés», calificaba a Carles Puigdemont como el «puto amo» por haber burlado en su viaje a Finlandia la euroorden de detención emitida por el Tribunal Supremo. Lo gafó. A los diez minutos lo apresaba la Policía alemana y ayer un juez de allí lo mandaba al penal de Neumüster, que tiene más de un siglo, donde le confinó provisionalmente hasta que se tramite su entrega a España. Cambia el cabecilla del «procés» los 500 metros cuadrados de la lustrosa casa de Waterloo, con sus seis dormitorios, sus tres baños, su garaje para cuatro vehículos, su parcelita verde y el estar a tiro de piedra de Bruselas, por una adusta celda de barrotes amarillos (del color del lacito) y una docena de metros cuadrados, dos visitas al mes y talleres para formarse como albañil, panadero, cocinero o carpintero, siempre que quiera y cuente allí con el tiempo de estancia suficiente para adquirir las habilidades precisas para esos desempeños.

Recueden que este personaje iba redimir a los catalanes de la «horrenda represión» y del hurto continuado de la «ladrona España», que les iba a montar un paraíso donde estuvo aquel oasis de mentira en el que los bancos y las multinacionales más potentes del planeta se pelearían por instalarse, les iba, en fin, a procurar tanto bienestar, dicha y desarrollo que la República Catalana sería el asombro del mundo, la California europea, el lugar donde cualquier mortal desearía habitar. Y ahí termina el cuento…

Porque para ello, y como paso previo, convirtió Cataluña en una especie de sala de desguace de la prosperidad, donde ya son más de 3.200 compañías las que se han marchado (ayer mismo otra decena); donde trató de hacer añicos la ley con una prepotencia insultante; donde ha provocado la mayor fractura social que se conoce en España desde los años treinta del pasado siglo; donde su disparatada secesión no ha conseguido el apoyo en ninguna democracia solvente, salvo los descacharrantes editoriales de alguna prensa extranjera otrora seria y que hoy pierde los tiempos en la inconcebible complacencia con un grupo de golpistas y hasta donde otro «president» en el exilio (el de Tabarnia, que se califica de payaso) resulta más creíble y presenta un azogue más brillante que el suyo.

Iba a ser el «puto amo» y hoy solo es el amo del calabozo.

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