La bondad a distancia

Antes lo que parecía maldad se podía explicar por la estupidez, ahora por algún trauma

James Rhodes Isabel Permuy
Rosa Belmonte

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Mira tú, que Lady Macbeth no es mala, que es una pobre mujer traumatizada. De esto Shakespeare no sabe nada. En «La apoteosis de la victimización», artículo publicado en «Disidentia», Frank Fureli contaba, tras asistir a la versión cinematográfica de «Macbeth» producida por la Royal Shakespeare Company, que la actriz Niamh Cusack (Lady Macbeth) hizo un comentario en la introducción. Dijo que la legendaria malvada de Shakespeare no sólo no era malvada sino que estaba psicológicamente lastimada. Y que las personas malvadas solían ser personas traumatizadas. Acabáramos. Jessica Rabbit no era mala, es que la habían dibujado así. Y el tío del saco, un señor de Correos.

El juicio moral, dice Fureli, ha dado paso al diagnóstico médico. Muchos (lo peor, las élites) piensan que cualquier problema de conducta individual debe estar relacionado con alguna afección mental. Con estar herido. El escritor francés Édouard Louis tiene en «Qui a tué mon père» una diatriba contra políticos franceses, entre ellos, Macron (el Joven Pertini). El autor está ofendidísimo e indignado con que el libro circule por el Elíseo: «…Escribo para avergonzarle. Escribo para dar armas a quienes le combaten». Frédréric Beigbeder dice que «Tiene el “yo acuso” fácil». El rabioso Édouard Louis es autor de otro libro, «La historia de la violencia», donde relata cómo un muchacho de origen argelino al que había invitado a su casa, donde tienen sexo, se transforma en un monstruo que le roba, viola e intenta asesinarlo. No hubo denuncia. Comprende al chico. Es determinista, cree que la sociedad nos hace víctimas de la violencia que sufrimos y ejercemos. Pensó que la infancia del argelino habría sido tan horrible como la suya. Manolo Summer lo diría de otra manera: «To er mundo é güeno». Como el asesino de Gianni Versace.

James Rhodes es una persona lastimada (y violada), pero en lugar de haber optado por ser un criminal ha optado por las croquetas. Por contarnos lo que le gustan las torrijas, España y las croquetas. Rhodes anda entre el Gurb de Mendoza, que ha leído, y Kimmy Schmidt. Ambos se entusiasman con cualquier cosa. Ambos han sido violados. Pero James, además de hacernos partícipes de sus arrebatos, se enfada (no deja de repetirlo, también en ABC) si de broma se pide su deportación por moñas. Como en España nos gusta ser dos Españas, con Rhodes nos hemos recreado en la suerte. Tampoco es que nos caiga peor que Elon Musk o Justin Trudeau. Hay mucha gente que va a sus conciertos y no había ido antes a ningún concierto de piano. Gente que no habría ido en su vida a ver a Richter. Eso hay que reconocérselo. O no.

Un amiguete de España. También lo es Beigbeder que en su última columna de «Icon», esto es una plaga, escribió una «Carta de amor a España» en la que nos felicitaba por muchas cosas, entre otras, por echar al presidente que impidió que Cataluña se independizara. Se le ha escapado de nuestra maravillosa españolidad el ridículo de ayer con el Consejo de RTVE. Con la elección en el Congreso de los consejeros que quedaban. Dos ausencias y dos votos erróneos han tumbado el maligno plan de PSOE y Podemos. Muajajajá.

Robert J. Hanlon (aunque sea copiado) sostiene que no hay que atribuir a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez. Ahora le retuercen el principio y le justifican la maldad por algún trauma. La maldad tiene mucho predicamento. Por eso nos reímos de la bondad a distancia (eso de Rhodes). Aunque de cerca la queramos. Lo que me preocupa es que Federico no pueda seguir llamando a Soraya Baby Macbeth.

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