Tribuna abierta

Santiago Ramón y Cajal, un colegiado, un científico, un profesor

Hoy día tenemos la fortuna que gran cantidad de historiadores, científicos, sabios de todo el mundo siguen sus pisadas

Antonio Bascones

Hablar y escribir de Santiago Ramón y Cajal es siempre una delicia pues con ello recordamos al hombre que un día vivió dando gloria a España y que es recuerdo de muchas generaciones. Se licenció en Medicina en el año 1873 y ocho años más tarde obtuvo el doctorado. En el año 1899 se colegió en el colegio de Médicos de Madrid con el número 438 y, un año antes de su muerte, en 1933, se dio de baja. Se colegia en la especialidad de Bacteriólogía.

Nacido en Petilla de Aragón, municipio de la Comunidad Foral de Navarra, situado en la merindad de Sangüesa, en la Comarca de Sangüesa y a 71 km de la capital de la comunidad, Pamplona, es un enclave navarro en la región aragonesa. Por eso imbuido del espíritu navarro y aragonés, nuestro buen Don Santiago alcanzó cotas inimaginables desde aquél muchacho que, con sus zalagardas y travesuras, jugaba en las calles de su pueblo natal.

El Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Madrid (ICOMEM) es la denominación oficial de la institución que agrupa obligatoriamente a todos los médicos que ejercen de forma legal en la Comunidad de Madrid. Se fundó en 1893, siendo su primer Presidente Julián Calleja Sánchez. El Colegio se encuentra localizado en el tramo inferior de la calle de Santa Isabel en parte de las dependencias del antiguo Hospital Clínico San Carlos. La sede del colegio, después de haber pasado por diferentes localizaciones geográficas, calles Barquillo, Mayor, Gran Vía, Esparteros, Alcalá, Príncipe de Vergara, quedó finalmente establecida en 1970 en el magnífico edificio de la calle Santa Isabel gracias a una cesión del Ministerio de Educación y Ciencia, justo al lado del Ministerio de Administraciones Públicas y el Conservatorio Superior de Música. En 1781 se le encargó al arquitecto Francisco Sabatini su construcción en la zona comprendida entre Antón Martín y Puerta de Atocha, donde entonces se concentraban varios centros hospitalarios: Hospital General, Hospital Amor de Dios y Hospital de mujeres de La Pasión. El edificio, construido en 1831, fue el antiguo «Real Colegio de Cirugía de San Carlos» y posteriormente la antigua «Facultad de Medicina de San Carlos»; en 1997 fue declarado bien de interés cultural en la categoría de monumento.

El 10 de octubre de 1843 pasó a llamarse Facultad de Ciencias Médicas (al agrupar Medicina, Cirugía y Farmacia) y, el 17 de septiembre de 1845, al separarse Farmacia, se transformó en una facultad independiente, pasando nuevamente a llamarse Facultad de Medicina de San Carlos, dependiente de la Universidad Central.

En 1846 se fundó dentro de la facultad una nueva institución, el llamado Hospital Clínico de San Carlos, que se situó sobre una de las salas situadas en un ala del viejo Hospital General. Este hecho provocó continuas tensiones entre ambas instituciones, asunto que zanjó el Estado con la compra a la Diputación de dicha ala para unirla al complejo de la Facultad de Medicina.

Con reformas de conservación y modernización esta sede se ha convertido en un centro donde tienen cabida todo tipo de actividades profesionales, científicas y culturales habiéndose conseguido adaptarlo a las necesidades sociales y de difusión de conocimientos médicos. Se hacen congresos y reuniones científicas en sus aulas Ramón y Cajal, Jiménez Díaz, Gregorio Marañón, el Gran Anfiteatro (en su día Aula Magna de la Facultad de Medicina que se conserva tal como la concibió su arquitecto original, Jacques Gondoin), Pequeño Anfiteatro, Antigua Biblioteca, Aula Severo Ochoa, Aula Teófilo Hernando. Tantos nombres de las glorias médicas que hacen que su recuerdo sea imperecedero.

En sus ya más de cien años de existencia, el Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Madrid ha vivido numerosas Juntas Directivas, la elaboración de múltiples Estatutos, el nacimiento del Consejo General de Colegios Médicos de España, los avances técnicos, científicos y sociales de las diferentes épocas históricas, el desarrollo del Seguro de Enfermedad. Don Julián Calleja y Sánchez sería el primer Presidente del Colegio de Médicos de Madrid.

Durante el último decenio del siglo XIX se vivió una permanente lucha entre los partidarios y los detractores de la colegiación obligatoria. Sin embargo, a mediados de 1893 se creó por fin con el nombre de Asociación, una iniciativa que dio sus frutos meses después con la concesión del carácter de «corporación al servicio de los intereses generales a disposición de la Administración Pública para asesorarla en los asuntos de su especialidad», y en 1898 quedó definitivamente constituido como Colegio, con el famoso Real Decreto de 12 de abril que aprobó los estatutos para el régimen de los colegios

En el Colegio de Médicos de Madrid se conserva intacta el aula donde daba sus clases. Son de resaltar los bancos de dura madera, sin respaldo, sobrios y austeros, y el estrado del profesor separado por una barandilla, lo que hoy día sería inasumible. Separar al docente del discente es algo que no se estila. La cercanía del profesor debe mantenerse en todos sus movimientos y posiciones.

En el aula existen fotografías con sus alumnos, con su familia, con sus discípulos. Hay dos esculturas, una de Benlliure y, otra de Victorio Macho. En uno de los rincones hay una pizarra con sus dibujos realizados con una extraordinaria calidad y minuciosidad. Era un gran dibujante además de fotógrafo.

Pues en este ambiente, paseando por sus calles, Madrid tuvo la fortuna de tener como habitante, preclaro, a don Santiago. Así se le conocía en el lenguaje coloquial.

Vivió, al menos una parte de su vida, junto a la Plaza de Santa Ana a una manzana del teatro Español. Exactamente en la casa de Príncipe esquina a Huertas y fue en esa época cuando recibió el Premio Nobel. También estuvo viviendo en la calle de Atocha. En un ala del paseo de Atocha tuvo su Laboratorio de Investigaciones Biológicas, posteriormente Instituto de Cajal que en un principio estuvo situado en el Paseo de Alfonso XII.

Hoy día tenemos la fortuna que gran cantidad de historiadores, científicos, sabios de todo el mundo siguen sus pisadas recordando aquél que no sólo fue un magnífico investigador sino también un conjunto de inteligencia, bondad, grandeza personal, amor a sus semejantes y español por todas partes. Hombre perseverante, humilde, con un tesón fuera de lo común, gran escritor y dibujante.

En los cafés de Madrid, en sus calles, en las tertulias el espíritu de Cajal existía y aunque no estuviera presente en ese momento todos hablaban de su personalidad y trabajo. Sin nacer en Madrid, tuvo la fortuna de familiarizarse con la vida madrileña que merced a las costumbres de la zarzuela, las corridas taurinas y las noches de verbena le captó para sí. En una palabra un aragonés en la capital de España. Aquí, Cajal encontró la universidad que quería, la investigación que deseaba y las gentes que le querían. Madrid le premió con el nombre de la Avenida Ramón y Cajal, con el Hospital que lleva su nombre, con Premios y proyectos de investigación que le recuerdan. Quizás haya habido algo de olvido por parte de la ciudad. Sólo una de las casas en la que habitó, tiene su nombre en la fachada. Y las otras casas de la calle de Atocha donde vivió permanecen en el oscurantismo. Afortunadamente, el Colegio de Médicos supo rescatar del olvido su aula y recrear en ella un sinnúmero de recuerdos. Sentado en sus bancos, con la mirada en el estrado y cerrando los ojos, el que escribe estas líneas veía a Don Santiago, vestido de negro, con larga barba, enjuto, mirada inquisitiva y cálida, impartir su docencia. El padre del que esto dice, estaba allí recibiendo sus clases. Para la mayor parte de los españoles y madrileños este nombre no les dice nada y, sin embargo, es el autor mundial más citado en la literatura científica. No hay nadie sobre él. Vino de un pequeño pueblo navarro a la capital de España y de allí voló al mundo.

Hace tan sólo unas semana, acompañado del Dr. Gascón de Zaragoza, tuve el honor de visitar su tumba. Una gran decepción me invadió. Faltaban letras de su nombre y el descuido era total. Los grandes hombres de nuestra historia, aquellos que defendieron y ensalzaron el nombre de España, los que su nombre fue conocido en todos los lugares donde la ciencia habita, hoy día, permanecen en el olvido de los políticos, de las autoridades, enfrascadas más en conseguir votos que en desarrollar valores cívicos, éticos y morales. Su ejemplo, sin embargo, será definitivo para otros que sí queremos un mundo distinto, alejado de envidias y sumido en el tesón, esfuerzo y valor del trabajo honesto.

* Antonio Bascones

Catedrático de la UCM

Presidente de la Real Academia de Doctores de España

Académico Correspondiente de la Academia Nacional de Medicina

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