Alfa Romeo Giulia Quadrifoglio: berlina con corazón de Ferrari
La versión más radical del sedán italiano monta un brillante propulsor V6 de 510CV, heredero de una creación de Maranello para el California
La berlina Giulia, presentada en 2015, fue la gran apuesta de Fiat Chrysler para revitalizar Alfa Romeo. Su éxito inmediato fue continuado por el SUV Stelvio, dos vehículos que lograron devolver a la marca italiana a la primera línea de la competición del reñido segmento premium.
Junto con la presentación del Giulia, Alfa aprovechó para insuflar aire a su línea más deportiva, denominada Quadrifoglio verde. A ella pertenecían las primeras unidades que se mostraron, identificadas por el preceptivo trébol de cuatro hojas que desde hace décadas identifica a los modelos de mayor endimiento de la marca. Para evitar que este este símbolo, un homenaje a Ugo Sivocci, el piloto al que tan buena suerte dio en 1923, fuera un significante vacío, Alfa recurrió a su marca hermana, Ferrari. El fabricante de Maranello, también perteneciente al conglomerado FCA, puso a su disposición un bloque desarrollado para su California. Con algunos cambios es el corazón de una máquina que combina con acierto precisión y rendimiento.
En la berlina, este propulsor bi-turbo pierde dos cilindros respecto al deportivo, y los seis restantes mantienen una configuración a 90 grados poco habitual en los V6, con tres de ellos desconectables para ahorrar combustible. Siempre presente desde el arranque -con una vibración incluso en parado- su rendimiento es extraordinario. Baste mencionar una brutal oferta de par de 600 Nm que se deja sentir desde el primer acelerón, un lapso de 0 a 100 de solo 3,9 segundos y una velocidad máxima, sin limitación electrónica, de 307 kilómetros por hora.
Antes incluso de accionar el contacto, situado en el volante, queda patente el ingente esfuerzo realizado por Alfa para aligerar a su Giulia Quadrifoglio. La fibra se ha usado con profusión, lo que ha permitido aligerar el peso total hasta los 1.695 kilogramos. Para ello, se ha restado peso tanto en el parachoques como en las estriberas, así como en el pequeño alerón trasero. También en el capó, en los recubrimientos interiores y en las portezuelas laterales, y en los asientos Recaro opcionales de nuestra unidad de pruebas, confortables pese a su estructura de fibra, y cuya capacidad de agarre es remarcable, si bien les resta puntos la posibilidad de hacer el ajuste lumbar de manera eléctrica.
Ya en marcha, el Giulia Quadrifoglio destaca por su aplomo y, especialmente, por lo preciso de su dirección y por lo bien ajustado de su suspensión. Pese a su talante deportivo, filtra muy bien los obstáculos del terreno, aunque esta capacidad lógicamente se resiente en función del modo que elijamos en el selector DNA. Éste actúa también tanto en la dirección como en la respuesta del acelerador, e incluye un modo Race que desactiva las ayudas electrónicas y, de paso, acorta el recorrido de los gases de escape para incrementar en varios decibelios el delicioso rugido del V6. La principal pega: su consumo de carburante, que con facilidad se despega de la media homologada -8,2 litros- hasta el punto de duplicarla.
Aunque en recta es donde más brilla el V6, es en los pasos por curva donde el Giulia Quadrifoglio muestra lo mejor de sí mismo. Su dirección, muy rápida, garantiza la precisión al maniobrar, aunque conviene no ponerla al límite sin antes haber pasado por un breve período de adaptación. También merece la pena mencionar su ágil transmisión automática de 8 velocidades con convertidor de par, muy suave y eficaz, y desarrollada por la casa alemana ZF, cuyo rendimiento también varía en función del modo DNA.
Respecto a los interiores, las diferencias son apreciables respecto a otras versiones del Giulia, que priman el lujo sobre la deportividad. Los ajustes, no obstante, son buenos, sin que se aprecien puntos a mejorar, más allá de la cámara trasera, cuya visualización resulta inexplicablemente pequeña para el generoso tamaño de la pantalla de infoentretenimiento.
