Ángel García Moreno: periodista de raza, defensor de la verdad

Era concienzudo en la corrección de textos para que no tuvieran error. Para eso no había límite de tiempo

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Ángel García Moreno falleció ayer después de una enfermedad que le ha durado cuatro años. Si se caracterizó por algo fue por ser un periodista de raza, su pasión dominante era el periodismo, lo amaba y se entregó a él desde que era estudiante en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense. Ya en esa época empezó a hacer sus primeros pinitos en la profesión. Su primer empleo fue en la agencia de noticias Europa Press donde disfrutó trabajando de sol a sol con empeño y siempre en busca de la noticia. ABC le fichó para la sección de Economía, donde durante 25 años disfrutó escribiendo sobre la política económica española. Tenía un fino ingenio a la hora de escribir o de hablar, lo que suponía que sus textos eran siempre entretenidos de leer, además de muy correctos y de prosa sencilla.

Era lo que hoy en periodismo se nos está pidiendo: un buen contador de historias.

Otra de sus grandes características fue la preocupación por los demás, lo que se manifestaba en no importarle dedicar tiempo y esfuerzos para enseñar o para corregir dentro del periodismo o fuera de él. Recuerdo aquellos años en los que siendo jefe de la sección de Economía de ABC era concienzudo en la corrección de textos para que no tuvieran ningún error, o sugería títulos habitualmente con mucho gancho periodístico. Para eso no había límites de tiempo.

Sin embargo, a Ángel García le definía una cualidad de manera especial y era su defensa por la verdad. El dicho utilizado en periodismo «no dejes que la verdad te estropee un buen titular» no existía para él. No le importaban las horas de cierre del periódico para confirmar una información y si era necesario levantar una noticia que no estaba confirmada, más si se refería a personas con nombres y apellidos, o si podían hacer un daño innecesario. Incluso, este extremo por la verdad lo vivía a título también personal. Entre los innumerables recuerdos que conservo en este sentido, me sugiere aquel en que una noche sonó mi teléfono y era él para decirme que algo de lo que habíamos hablado no estaba confirmado y consecuentemente no era todavía todo lo verdad que le gustaba.

Así se nos ha ido un periodista de raza y amante de la verdad, siempre preocupado por los demás y cuyas pasiones fueron su familia y el periodismo. Ese amor por el «oficio más bonito del mundo» supo transmitirlo a su alrededor, lo que hizo que Irene, su esposa, filóloga, hiciera su doctorado en Periodismo y que uno de sus hijos también pasara por las aulas de la Complutense donde años antes había estudiado su padre. Ahora desde Arriba le pedimos que nos siga transmitiendo esa ilusión por el periodismo y por esos valores tan importantes que tenía tan arraigados.

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