Jesús López-Terradas, anticuario y maestro relojero, cuida de este aparato de precisión
Jesús López-Terradas, anticuario y maestro relojero, cuida de este aparato de precisión - ISABEL PERMUY
Entrevista al relojero de Sol

«No me como las uvas, pero compensa ver a la gente, abajo, dando saltos de alegría»

«El 31 de diciembre, aquí se viene a trabajar. Hay que estar a lo que se está. Para que nada falle», dice Jesús López-Terradas

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Al entrar en la Real Casa de Correos, en la Puerta del Sol, un guardia civil que custodia la sede de la Comunidad de Madrid, dice: «A sus órdenes». La frase va dirigida a Jesús López-Terradas, anticuario y maestro relojero, que cuida el reloj del que todos estaremos pendientes la noche del próximo miércoles. Y Jesús, con esa sonrisa toledana, muy socarrona, le da al agente un fuerte abrazo. Ambos se conocen. Y se aprecian. Estamos a pocos escalones de conocer los entresijos del reloj más célebre de España. Subimos a verlo. Llega el Fin de Año.

-¿Jesús, muchos nervios?

-Tendría que ser que no, pero es muy grande la responsabilidad. Por mucho tiempo que pase, siempre es un reto.

Lo que ocurre es que este reloj es un fenómeno. Nunca falla.

-Bueno, eso y que el reloj está en buenas manos, ¿no?

-Procuramos poner todo nuestro cariño y nuestra profesionalidad...

-¿Por qué nos habla en plural?

-En esto no estoy yo solo. Es la relojería «Losada», aquí en Madrid. Es la mía y le puse ese nombre en recuerdo al que hizo el reloj. Tengo socios, Pedro y Santiago Ortiz, que también forman parte del equipo que cuida permanentemente de este reloj.

-¿Es duro no comerse las uvas con la familia desde hace casi veinte años?

-No. Es una satisfacción. Aquí paso la Nochevieja. Mi mujer está tan ricamente en casa. Después de las campanadas, ya vemos. Nos tomamos alguna cosa. Pero sí te digo que cuando, después de las doce campanadas, ves a la gente dando saltos de alegría ahí abajo, me siento completamente compensado. Es una sensación que no se puede describir.

-Le gusta, entonces, que le llamen el relojero de Sol... ¿a que sí?

-¡Pues claro!. Reconozco que es raro no estar con los tuyos ese momento tan importante, pero aquí se viene a trabajar. Hay que estar a lo que se está. Que nada falle.

-¿Y ha fallado?

-No (sonríe pícaramente). Este es un reloj de torre especial. Su forma de construcción está pensada para que no falle. Y si se estropea, algo mínimo e imperceptible, se corrige de inmediato y con mucha facilidad. Es una obra de arte. Un reloj muy preciso.

-Pero no le quitan ojo en todo el año...

-Ahí estamos. Nos turnamos en vacaciones, puentes y fiestas. El reloj tiene que estar constantemente vigilado. Nuestra relojería tiene un acuerdo para su mantenimiento permanente.

-¿Alguna puesta a punto especial para Nochevieja?

-Solo estar más pendientes. A principios de diciembre es, como si dijéramos, «temporada alta». Se revisa todo con más detenimiento. Hay que tener en cuenta que si algo fallara el 31 tendría mucha más repercusión porque todo el mundo está atento. No pasa. Y no pasará. Y si hay que reparar alguna pieza se hace como cuando se construyó, en 1865. Las piezas se reponen igualitas que las originales.

-¿Han cambiado muchas?

-¡Que va! Es un reloj con muy buena salud. El 90 por ciento de la «fuerza» es original. Hoy tiene casi todo lo que puso Losada cuando lo hizo.

-¿La bola, que solo se baja la noche del 31 de diciembre, tiene algún cuidado especial?

-Tampoco. Solo estar pendiente de ella estos días. Se activa manualmente por un mecanismo independiente del reloj. Desde mediados de diciembre, la engrasamos y comprobamos el tiempo de caída.

-¿Estamos ante un reloj único?

-Yo diría que sí. A lo mejor es por el cariño que le tengo.

-¿No tiene ningún doble por ahí?

-Igualito, no. Hay uno parecido en Los Escolapios de Getafe. Y, ojo, el de la Catedral de Toledo también es impresionante.

-Claro, lo dice porque usted es toledano. ¡La tierra tira, eh!

-Pues sí. Y que es otra maravilla de reloj y de sonido.

-Usted pertenece a una saga de relojeros y de anticuarios. ¿Le seguirá alguno de sus hijos?

-Creo que no. Mi hijo es arquitecto y mi hija se ha decantado por el Derecho. Yo estoy en esto porque me gustan los relojes antiguos. Manejarlos. Estudiarlos. Restaurar una pieza de doscientos años y ver cómo vuelve a su tic-tac es algo que me conmueve y me emociona. Yo no estoy en esto por el dinero, sino porque disfruto. No todos tenemos esa suerte. Y no pienso jubilarme así como así mientras tenga buena vista y buen pulso.

-¿Hay que ser de una pasta especial para llegar a maestro de su gremio en estos tiempos de plasmas y relojes digitales?

- Vamos a ver. Los relojes antiguos son joyas. Quien no vea esto está ciego. Las maquinarias son mucho más perfectas y precisas que las de ahora. Son piezas de pura artesanía. No algo para usar y tirar. Pero es lo que hay.

-¿La precisión se lleva en el ADN?

-Te voy a contar una anécdota. Mi hermano nació el 16 de abril de 1942. Yo vine al mundo tres años después, pero también un 16 de abril. Mi hijo nació un día de Nochebuena, es decir, el 24 de diciembre. Mi sobrino, unas horas después, el 25 de diciembre, ya en Navidad pero con poca diferencia. ¡Si eso no es precisión, que venga Dios y lo vea!

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