El patio del instituto Liceo Caracense, con el escudo de Carlos V al fondo
El patio del instituto Liceo Caracense, con el escudo de Carlos V al fondo - alberto a. fdez

Liceo Caracense: cinco siglos de historia

Considerado por muchos como el primer instituto de España, este inmueble ha sido palacio, convento, sede de la Diputación e incluso cárcel desde su creación en el siglo XVI

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Entrar en el Liceo Caracense es entrar en la historia de Guadalajara. Entre sus muros, levantados a principios del siglo XVI, han paseado el hijo del duque del Infantado, Brianda de Mendoza, Alonso de Covarrubias, Velázquez Bosco… y ahora más de 400 alumnos que cursan la Secundaria y Bachillerato. Ellos parecen tener claro la importancia del edificio, pues a la vista, y al final de la mañana, no se ven papeles, pintadas ni suciedad, una imagen desafortunadamente común en muchos institutos. Una joya arquitectónica con varios secretos entre sus paredes y en pleno centro de Guadalajara, en la que conviven historia, cultura, turistas y alumnos -no en vano estos últimos firman un consentimiento para ceder su imagen para posibles fotos- y que se ha ganado el reconocimiento de Instituto Histórico concedido por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.

Su historia se remonta a 1505, cuando Antonio de Mendoza y Luna, hijo del primer duque del Infantado, decide crear sobre las antiguas casas de la judería de Guadalajara un fastuoso palacio. Encarga el trabajo a Lorenzo Vázquez de Segovia, quien introduce el estilo renacentista en Castilla y que idea un edificio de planta cuadrada con un magnífico patio por el que hoy pasean los chicos en la hora del recreo. Antonio de Mendoza muere sin descendencia, por lo que le deja en herencia el palacio a su sobrina, la beata Brianda de Mendoza.

De palacio a convento

Al contrario que su tío, con una mente abierta y moderna para la época, Brianda piadosa y temerosa de Dios, decide convertir el palacio en un convento de monjas franciscanas, integrando las casas colindantes para crear su iglesia, a la izquierda del edificio principal. Para construirla, cuenta con Alonso de Covarrubias, el arquitecto de moda de la época, quien ideó la imponente portada plateresca. Brianda también le confía la construcción de su sepulcro, que hoy se puede visitar en el interior del templo y que vigila desde la entrada el salón de actos, utilizado tanto por el instituto como por diferentes actos culturales, entre ellos el famoso Maratón de los Cuentos de Guadalajara.

El Convento de la Piedad funciona como tal hasta 1836, año en el que la desamortización de Mendizábal hace que pase a manos estatales, llevando a cabo en su interior la remodelación a manos de Ricardo Velázquez Bosco, quien introduce elementos muy discutidos como la azulejería neomudéjar sevillana que se mantiene con dificultades en la actualidad entre sus pasillos. A partir de ahí, el palacio que pasó a convento ha sido museo provincial, cárcel, sede de la Diputación provincial e instituto, uso que ha llegado hasta nuestros días.

Los alumnos conviven entre artesonados de madera centenarios, columnas que sostienen capiteles jónicos, marcas de cantería en sus muros e incluso el escudo imperial del siglo XVI de Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, cuyo emplazamiento original estaba en las murallas de la ciudad y fue rescatado entre las ruinas del Alcázar.

«La primera vez que entras aquí, te desborda. Esto es como los colegios ingleses de las películas, te sientes diferente. Y el alumno se siente distinto también cuando se integra en estos muros. Eso marca». Esta es la sensación que se vive al cruzar sus paredes por primera vez según su actual director, Fernando Prada Bergua, que llegó desde Madrid hace más de una década como profesor de música y se quedó prendado del edificio y de Guadalajara.

Un «halo», tal y como describe, que quizá ha propiciado que este centro tenga, junto al IES Aguas Vivas, implantado el Bachillerato de Excelencia desde hace dos años, en el grupo de los pioneros en la región. «Los alumnos son conscientes de lo que tienen y se contagia. Además, cuando al alumnado bueno le cuidas, el del otro lado quiere ser igual. Es como en el fútbol: Arbeloa es muy malo, pero como juega al lado de estos, que son buenos, se convierte en bueno. Todos buscamos la excelencia».

Los inconvenientes

Sin embargo, no son todo ventajas: «A veces se está incómodo, la luz tarda mucho en llegar por los altos techos, hace frío… Hay que tener en cuenta de que se hizo pensando en un palacio, pero aún así es muy especial». Unos inconvenientes que se suman al gasto normal de un centro de secundaria, ya que, como explica Prada, su coste se multiplica a la hora de reparar pequeños daños. «Un picaporte de estas puertas cuesta cuatro veces más que uno normal o cuando llueve, me echo a temblar porque las puertas de madera se hinchan, se deshinchan…», asegura el director.

Todo estos problemas cotidianos sumados además al paso del tiempo y de la naturaleza, que hace que las palomas campen a sus anchas manchando los exteriores y la vegetación crezca en el jardín de forma salvaje. «Yo espero que este reconocimiento por parte de la Junta cambie el compromiso de las diferentes administraciones, y el compromiso lo hemos obtenido del consejero de Educación en lo económico y lo formativo», desea Prada, que cuenta que durante su reunión con José Ignacio Echániz le dijo: «Hoy estoy yo aquí y tú ahí, pero mañana ni tú ni yo estaremos, pero el patrimonio sí».

De hecho, este afán por mantener vivo el edificio ha sido lo que, a juicio de Prada, ha sido el denominador común de todos los regidores. «Por ejemplo, el sepulcro de Brianda de Mendoza fue recuperado por un director que encontró los lienzos tirados en sótanos». Pero no es el único: en esta última etapa muchos de esos discutidos azulejos sevillanos fueron cayendo por la acción del tiempo, y el mismo Prada, con piezas sobrantes guardadas en esos mismos sótanos y donaciones anónimas de algunas originales (que llegaron de una forma misteriosa al palacio) han conseguido «restaurar» en parte el conjunto.

«El instituto pertenece a Educación y es parte de su patrimonio, pero también deben estar involucrados el Ayuntamiento, la Biblioteca, las asociaciones de la ciudad. Siempre se echa mano del edificio para acontencimientos sociales y culturales, y nosotros ponemos las instalaciones a su servicio, pero necesitamos una inyección que cuide el patrimonio», concluye Prada.

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