Amancio Prada en imagen de archivo
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«Cada canción es un pequeño milagro»

Amancio Prada propicia un diálogo en verso entre San Juan de la Cruz y Santa Teresa

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A veces parece que las canciones salieran solas, dice Amancio Prada. Es lo que le ha pasado con las de La voz descalza, un diálogo de versos entre San Juan y Santa Teresa. Sospecha que hubo algo «especial» tras esa facilidad para encontrar la «música callada» de los poemas: su madre se llamaba Teresa y «cantaba muy bien».

-Hace casi 40 años que grabó el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz, ahora ha propiciado un diálogo entre este autor y Teresa de Jesús. ¿Cómo surgió el reencuentro con San Juan y el encuentro con la santa abulense?

-Mi primer encuentro con San Juan de la Cruz fue en París, al poco tiempo de instalarme en una buhardilla del boulevard des Malesherbes.

Estoy hablando del año 1970. En aquel palomarcillo, que diría la Santa de Ávila, donde me pasaba las noches tocando la guitarra, un día llamó a la puerta mi vecino de «chambre» y de pupitre en la Sorbona, Silicio Félix Pardo. Harto, supongo, de mis canturreos nocturnos, me regaló un libro que puso en mis manos como diciendo: toma, lee y calla. Era la Vida y Obra de San Juan de la Cruz. Entendí el mensaje, pero fue peor el remedio que la enfermedad: cuando descubrí el Cántico Espiritual, aquellas «Canciones entre el alma y el esposo» me llenaron de gozo, me encantaron y… me puse a cantarlas. Dos años después estrenaba una primera versión del Cántico en un programa de Radio France que se grabó en el Teatro Gaité Montparnasse. La versión «definitiva» la estrenaría viviendo ya en Segovia, el Sábado Santo de 1977, en la iglesia de San Juan de los Caballeros. Conservo aquel libro como un precioso tesoro.

Santa Teresa llegó a mi vida de la mano de San Juan. Pierre Gauge, un director de cine francés, vino a España en 1981 para hacer una película sobre Teresa de Jesús, con motivo del IV centenario de su muerte. Conocía mi versión del Cántico y me pidió ponerle música y cantar el famoso poema «Vivo sin vivir en mí». Recuerdo que se grabó en Ávila, dentro del Monasterio de la Encarnación, en el locutorio donde dicen que se entrevistaban ambos santos poetas. Y pensaba yo que mi compromiso cantor con la Santa se había cumplido entonces con aquella canción. Pero no. Ahora, las nuevas canciones de Teresa me evocaban las de san Juan y viceversa. Dos llamas de amor vivas ardiendo en un mismo fuego, dialogando un mismo amor. Su voz descalza.

-Ha contado que en solo diez días puso música a nueve canciones de Santa Teresa. ¿Tiene que producirse una conexión especial para que las versiones surjan de una forma tan fluida?

-Un poema me tiene que enamorar, es la primera condición. Mas «o amor não anda ás ordens de ninguém», que canta el fado. Dicho de otra forma, te tiene que encantar. Sentirlo tuyo y entrarle adentro hasta encontrar su música callada. Eso, a veces lleva tiempo, y otras, como ha sido el caso, las canciones parece que salieran solas. Algo especial ocurrió, sí. Yo quiero creer que fue así porque mi madre me ayudó desde el cielo. Se llamaba Teresa y cantaba muy bien. Mejor que yo.

-¿Hay poemas especialmente propicios para convertirse en canción?

-Cuanto mejor el poema, más propicia la canción. No siempre resulta fácil, pero conviene que lo parezca. Es mi trabajo cavar en el pentagrama, cuidando que el sudor no salpique a la canción. No se trata, insisto, de poner o añadir música al poema, sino de extraerla del poema. ¿Cómo se hace? No sé explicarlo. Cada canción es un pequeño milagro. Lo esencial es vislumbrar el primer destello, la alborada de la canción, que es un regalo. Después, sólo es cuestión de estudio y ejercicio. Como diría la Santa, «la paciencia todo lo alcanza».

-Ya ha estrenado la gira de La voz descalza y se encuentra en plena grabación de este trabajo. ¿Cuando entra en el estudio surgen dudas, se producen cambios de las versiones durante ese proceso?

-Cada vez me gusta menos grabar discos. No me gusta tener que escoger una interpretación, sellarla, hacerla definitiva. Un disco es una foto fija de algo que está en continuo movimiento. Porque una canción no se acaba de cantar nunca, va cambiando, cada vez que se canta es distinta. Por otro lado, si la grabas te puedes olvidar de ella, dejar que vuele lejos, cuanto más lejos mejor. Por eso grabo, para poder desprenderme y poder pensar en otra cosa.

-En la presentación de La voz descalza en concierto solamente se acompaña de su guitarra. ¿El disco buscará también esa sencillez?

-Sí, la intención es esa. Una canción de amor y celda, descalza.

-Muchos de sus conciertos se celebran en entornos privilegiados, en edificios históricos, ¿ese tipo de escenarios crean un ambiente especial?

-Ciertamente. Y eso es algo que agradezco especialmente a San Juan, cuyo Cántico me ha abierto las puertas de tantos escenarios «privilegiados». Espacios llenos de arte y de ese silencio donde anida la música, una cálida penumbra que favorece la concentración y el disfrute de los intérpretes y del público. La comunión de los cantos.

-Celebra este año el cuarenta aniversario de su trabajo Rosalía de Castro, una autora a la que ha vuelto en numerosas ocasiones. ¿Es Rosalía el referente principal de su trayectoria?

-¡Cuarenta años! Según la Biblia, cuarenta es un número redondo. O el doble nada, según el tango. Pero fíjese que son cuarenta las liras del Cántico Espiritual y también cuarenta las Coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre. Algo hay. Y claro que sí, Rosalía es parte esencial del río sonoro de mi vida.

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