corazón de león

Un gusano en la sopa

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Lo que no mata, engorda, decían antaño los padres a esos hijos que se quejaban del caracolito en la ensalada de lechuga, del gusanito en la manzana o del pedrusco en el plato de lentejas. Esos padres sabían de lo que hablaban: del hambre en tiempos de la posguerra, cuando el «gato por liebre» y el pan de centeno; cuando las patatas «a lo pobre» (ahora afamadas por los modernos cocineros), el espinoso congrio y los garbanzos cocidos eran los lujos gastronómicos de entonces; cuando el aguachirle, el café de recuelo, la achicoria, la carne de caballo, y el pimentón que daba sabor y calor a las sopas de ajo, pan, agua y una gota de aceite; sí, una o dos gotas, pues antaño el aceite era oro líquido.

En estos tiempos del siglo XXI hay comedores escolares que sirven a los niños sopa con larvas de gorgojo, o sea, gusanos. Ha ocurrido en cinco centros de León y en uno de Segovia, pues, por lo que se ve, la fábrica de comidas (catering, se dice ahora) que cuece, fríe y envasa miles de menús diarios de los colegios de la Comunidad, está contratada por la Junta de Castilla y León, por lo que ninguna provincia está libre de la sopa con gorgojos. No se trata de una intoxicación masiva ni grave, pero en estos tiempos de legionela y ébola, los ciudadanos están sensibilizados ante miedos que parecen recordar los de antaño.

Los políticos, fieles a su guión, piden tranquilidad y afirman que todo está controlado, que el gorgojo no mata. Les ha faltado decir que alimenta… Tal vez todo quede en una anécdota y quizás la empresa cocinera rinda cuentas a quien corresponda, pero la imagen del gusano en la sopa se suma a la de las filas de hambrientos que, al menos en Madrid, se forman en los comedores sociales y religiosos, de las colas en las oficinas del INEM, de quienes rebuscan en los contenedores. Más dura fue la guerra y, no menos, la posguerra. Nada que ver con aquello, pues si hoy hay niños en León que comen gusanos no es por la pobreza, que la hay, sino por el estraperlo; sí, ese estraperlo que hizo millonarios a tantos que antaño se aprovecharon de las necesidades de esas madres que vendían sus vestidos de novia por conseguir el pan para sus hijos.

El estraperlo, el chanchullo, sigue presente en esta España de la legendaria picaresca. Ahora los pícaros han devenido en golfos que ya no presumen, como hasta hace un rato, de ser los más listos por llevarse tal y cual «millonada» por el «morro»; hoy, incluso algunos estraperlistas se sientan en los banquillos de los juzgados. Esto no es la posguerra, pese al gusano en la sopa de los colegiales leoneses, sino la certificación de que siempre habrá quien busque provecho en la necesidad ajena.

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