Sin rastros secesionistas al otro lado de la frontera

A ningún ciudadano luso se le podría pasar por la cabeza que Tras-os-Montes, el Algarve o el Alentejo quisieran separarse

CORRESPONSAL EN LISBOA Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El Gobierno liderado por el socialista portugués António Costa dista mucho de ser un tripartito sólido y sus diferencias con el caso español son tan acusadas que únicamente la apariencia puede considerarse un espejo. Pero el PSOE de Pedro Sánchez se empeña en dar la imagen de que una ola «progresista» recorre el sur de Europa, aunque sea viviendo de hitos dudosamente encomiables.

Por ejemplo, es la primera vez en la historia del país vecino que no gobierna la lista más votada, igual que puede considerarse pionera la fórmula del PS sustentado por la izquierda más radical, semillero para un colchón nada lineal. Ahí está la obcecación del PSOE, que choca en primer lugar con los porcentajes logrados en las legislativas de hace tres meses.

Sus homólogos lusos se hicieron con un 32,2% de los votos, mientras que Ferraz sólo puede jactarse de haber alcanzado el 22% en España a causa de la mayor fragmentación existente aquí.

Pero, sin duda, la mayor divergencia se dibuja si tenemos en cuenta que los nacionalismos no existen al otro lado de la frontera, ni siquiera en Oporto (gran rival de Lisboa) o en Madeira, donde la contestación al poder central puede calificarse de anecdótica comparada con la elevada cesión de competencias que se registra en Barcelona, Vitoria y Santiago de Compostela.

Esta circunstancia desemboca en la inexistencia de presiones independentistas, una de las principales ruedas en el camino transitado después del 20-D.

Debate centrado en la austeridad

De esta forma, el debate político en Portugal se centra en si la población debe continuar soportando la austeridad o no. Sin embargo, España ve cómo el secesionismo catalán acapara tal protagonismo que, por poner un ejemplo, el colapso de los pagos a las farmacias parece haberse evaporado.

Además, el sistema presidencialista de Portugal termina de configurar un panorama político absolutamente distinto, de modo que hurgar de manera forzada en unas similitudes difíciles de probar no parece la mejor opción en la práctica.

El hecho de que ningún partido portugués pretenda romper la unidad del país supone un matiz decisivo en el eje político. Es algo así como remar todos en la misma dirección.

A ningún ciudadano luso se le podría pasar por la cabeza que Tras-os-Montes, el Algarve o el Alentejo quisieran separarse o al menos reclamaran un estatuto de autonomía. Sencillamente, porque ese concepto resulta impensable y la transición política después de la dictadura de Salazar no ha implicado la constitución de un árbol regional catapultado a los términos de discutir el liderazgo a nivel nacional.

La visita de Pedro Sánchez a Lisboa esta misma semana oculta semejante perspectiva y se centra en las «idílicas» coincidencias entre ambos países, previa loa de António Costa.

En cuanto al flanco de Podemos, resulta que pidió en su día el voto para el Bloco de Esquerda, y ahora otorga su confianza a su candidata presidencial, Marisa Matias, no consensuada con el PCP. De hecho, los comunistas apuestan por Edgar Silva, quien acaba de dar la nota al proclamar -ante el estupor general- que no tiene claro si Corea del Norte es una dictadura.

Ver los comentarios