Pedro Rodríguez - DE LEJOS

El retorno de los neocons

Existen sobrados motivos para dudar del pulso contra Irán entablado por la Administración Trump

Pedro Rodríguez

Al cumplirse un año desde que la Administración Trump decidió renegar del acuerdo nuclear con Irán, la Casa Blanca ha pasado de tuitear reproches sobre las habilidades negociadoras de Obama a desplegar fuerzas militares en el Golfo Pérsico. El motivo utilizado para ordenar esta acelerada escalada aeronaval del Pentágono sería un supuesto ataque iraní contra fuerzas de Estados Unidos –o sus aliados– en Irak y Siria. Intenciones beligerantes que habrían llegado a Washington cortesía del espionaje de Israel.

Como se atribuye al general de Gaulle, los tratados son como las flores y las novias, duran lo que duran. De la diplomacia internacional para ralentizar que Teherán desarrolle su propio arsenal nuclear, se ha pasado al despliegue unilateral del portaaviones Abraham Lincoln y de bombarderos con suficiente potencia de fuego como para causar graves daños de represalia. De intentar normalizar relaciones se ha llegado al máximo recelo. Y de la unidad a la división internacional en torno al imperfecto JCPOA (Joint Comprehensive Plan of Action) acordado en 2015.

Al desentenderse del acuerdo nuclear con Irán, la Administración Trump ha optado por plantear al régimen de Teherán lo más parecido a un ultimátum de categoría austro-húngara, como hizo Viena con el respaldo de Berlín contra Serbia en los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial. Es decir, condiciones inaceptables que pueden degenerar con no mucha negligencia en conflicto armado. Casi sin darse cuenta, como sonámbulos que diría el profesor Christopher Clark.

Existen sobrados motivos para dudar del pulso iraní entablado por la Administración Trump, que a la vista de su fracaso en lo que respecta a Corea del Norte debería valorar mucho más lo acordado con Teherán. Lo que está pasando recuerda demasiado a la nefasta influencia que tuvieron los neocons en la política exterior de EE.UU. tras el 11-S. Con el delirante corolario que ha supuesto la repesca de John Bolton como consejero de seguridad nacional. Un peculiar diplomático al que siempre le viene mejor el uso de la fuerza que la negociación.

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