Un policía increpa a una mujer en Teherán por no portar correctamente el velo
Un policía increpa a una mujer en Teherán por no portar correctamente el velo - EPA

Pobreza, censura y chadores en Teherán

El régimen integrista quiere emplear el dinero del acuerdo con Obama en ser la primera potencia regional y no en tener una clase media

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Un conocido refrán de Oriente Próximo afirma: «Si quieres someter a un árabe, hártale de comer; si quieres someter a un persa, mátale de hambre». La lluvia de millones que hace presagiar el levantamiento de sanciones a Irán va a relajar, ciertamente, la presión social que vive el régimen integrista iraní, pero tiene como prioridad dar alas a las ambiciones de Teherán de convertirse en la superpotencia regional. El régimen totalitario creado por el ayatolá Jomeini hace ya 37 años no tiene ningún interés en crear una clase media que tarde o temprano cuestione su monopolio político, ni pretende emplear los miles de millones de dólares frescos que traerá el acuerdo con Obama en poner en peligro el actual modelo estatal de economía.

Teherán es el epicentro y caja de resonancia de la indigencia que padecen los iraníes. Vivir en esta macrourbe mundial —con sus 16 millones de habitantes en todo el área metropolitana— se ha convertido en una epopeya. Los fervores revolucionarios de los años 80 se limitan a los desvaídos graffiti de «Muerte a América» que aún pueden verse en algunos edificios, o los carteles desportillados de «mártires» de la guerra contra Irak (1980-1988) que aún quedan en las zonas baldías de la capital.

La ciudad es un enjambre de cláxons y tartanas sobre cuatro ruedas, en el que se acumulan todas las contradicciones del régimen integrista. Las antenas parabólicas están prohibidas, pero las azoteas compiten por tener el último modelo. Los autobuses mantienen la estricta separación de sexos de la Sharía: una zona para varones y otra para mujeres; pero en los taxis ilegales (medio Teherán se emplea en ese oficio para ganar un sobresueldo) se arraciman hombres y mujeres de todas las edades, sin ningún escrúpulo por parte de la autoridad pública.

En los parques de Teherán es visible la policía religiosa encargada de velar por la moralidad de costumbres de la ley islámica. Pero la «relajación» es imparable desde los años del presidente Jatami, y nadie, ni siquiera Ahmadineyad, pudo hacer nada para impedirlo.

Los chadores se han convertido en velos o en pañuelos de cabeza a medida que se gana en altura en Teherán, y se llega a los barrios más acomodados junto a la falda de las montañas. El flequillo a la vista es casi el único desafío permitido a la mujer. En 1981, el entonces presidente Bani Sadr explicó que el cabello de la mujer emite unos rayos que enloquecen al hombre. Pero la práctica del velo completo —al igual que la de la gabardina— ya solo es patrimonio de los ultraconservadores o de los barrios más marginales de Teherán.

Internet es otra de las válvulas de escape para los iraníes. El 70 por ciento de la población no ha cumplido aún los 25 años, lo que explica el altísimo nivel de uso de las nuevas tecnologías; se calcula que Irán tiene 40 millones de internautas, empleados en sortear los filtros y obstáculos que pone el régimen en las redes sociales. Desde las protestas callejeras contra el presidente Ahmadineyad en el 2009, el gobierno bloquea regularmente el acceso a Facebook, YouTube y Twitter, y anuncia planes para «mejorar» los actuales filtros. El acceso a internet es una fuente constante de enfrentamiento entre la línea dura del regimen fundamentalista y la moderada del presidente Rohani, que también utiliza las redes sociales para hacer propaganda de su política.

El iraní (un 65 por ciento es de raza persa, el resto de muchas otras etnias) sufre la pobreza y la falta de libertades. La mujer iraní, además, una discriminación rampante. Su elevadísimo grado de alfabetización y el acceso a la universidad —promovido por el Sha y que el clero chií no ha podido frenar— hace aún más sangrante la relegación de las mujeres. Como denuncia con frecuencia la premio Nobel de la Paz Shirin Ebadi, la ley islámica discrima a la mujer en materia laboral, de herencia, de custodia de los hijos o de comparecencia ante un tribunal; el código de vestimenta es, ante esos excesos, casi una anécdota.

La Sharía del régimen jomeinista ha introducido además una costumbre que, según los expertos, es casi una legalización de la prostitución: la «sigheh» o «matrimonio temporal», que permite al varón casado tener relaciones contractuales con otras mujeres a cambio de una dote y por el tiempo que él establezca, desde los 15 minutos hasta los 99 años. Al término de ese periodo, el contrato con la mujer expira sin divorcio.

Pese a esta cruda estampa social, el régimen presume de ser la segunda potencia económica de Oriente Próximo, por detrás de Arabia Saudí, y la segunda potencia demográfica del área, detrás de Egipto, con sus más de 80 millones de habitantes. Su situación privilegiada en recursos naturales —segunda reserva mundial de gas y cuarta de petróleo— se compagina con una de las tasas más altas de pobreza en la región, una realidad que solo en parte puede ser atribuida a la política internacional de sanciones mantenida hasta hoy en Occidente, como represalia por el programa nuclear de Teherán.

Estadísticas ficticias

Hay un Irán oficial y un Irán real. En términos macroeconómicos, el país ha conocido una mejoría con el presidente moderado Rohani, que se manifiesta en una reducción de la inflación a niveles inéditos desde hace años. Cuando llegó al poder, el índice de precios rondaba el 40 por ciento anual; a finales del año pasado, la inflación había bajado al 10,1 por ciento. El desempleo sigue siendo, no obstante, muy elevado: en torno al 23 por ciento para los menores de 25 años.

En un país con una formidable población joven, la perspectiva del paro viene a cerrar el círculo que comienza con la represión de las libertades. Además, la reducción oficial de la inflación es ficticia. La cesta de la compra sigue disparando sus precios, y supera el doble de la inflación que dan las estadísticas. La publicación especializada en la región «Al Monitor» calcula que al menos un 44 por ciento de iraníes viven hoy por debajo de la línea de pobreza, en comparación con el 40 por ciento de hace un año.

La condición social del pobre, el joven estudiante o la mujer no cambiará tras el acuerdo del régimen clerical con Estados Unidos, que pone fin a muchos años de sanciones y limitaciones a la exportación de crudo. Irán solo aspira a emplear los nuevos recursos en reforzar su flamante papel protagonista en la región, aunque eso suponga retrasar unos meses o años su ambición de convertirse en la primera potencia nuclear musulmana de Oriente Próximo.

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