Sesión de formación de miembros de la policía religiosa en Riad
Sesión de formación de miembros de la policía religiosa en Riad - ABC

La nueva Policía religiosa saudí: «Señorita, tenga la gentileza de cubrirse de la cabeza a los pies»

El gobierno saudí exige a la temida «mutawa» que a partir de ahora promueva la virtud en las calles «con amabilidad» y no practique detenciones

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Al norte de Riad, las restricciones a la ley islámica que impone Arabia Saudí parecen darse de bruces contra las inmensas planchas de cemento y mármol del centro comercial “Reino”, el más lujoso y moderno del país. En un país donde están prohibidos los espectáculos, las playas y el alcohol, y en el que la segregación de la mujer en la vida pública es casi obsesiva, los jóvenes saudíes encuentran en las grandes superficies la única válvula de expansión. Los cafés y restaurantes de corte occidental, el mero roce de las pandillas en los pasillos de las boutiques de moda, permiten entregarse a un rito que constituye uno de los pocos desafíos al régimen de la Sharía. Grupos de jóvenes de ambos sexos se intercambian subrepticiamente papelitos con sus números de teléfono móvil, para mantener luego conversaciones en las redes sociales que suelen limitarse al placer de transgredir lo prohibido.

El flirteo se lleva a cabo en un marco típicamente saudí. Ellas van vestidas de la cabeza a los pies con la túnica negra, la abaya, y llevan sus rostros cubiertos. Las más atrevidas caminan por el centro comercial sin velo, y se arriesgan a ser blanco de la ira de la policía religiosa saudí, que también camina con sus inconfundibles velos-servilleta por las grandes superficies. Es la mutawa, conocida en términos oficiales como la “Comisión para la promoción de la virtud y la prevención del vicio”. Desde la creación del Estado saudí, la secta musulmana wahabí -la más radical del islam- ha justificado con citas del Corán la existencia de esa policía religiosa para imponer la ley islámica en las calles. La mutawa cuenta con más de 3.500 miembros y miles de voluntarios, que les acompañan como escoltas.

Al sonar la sirena que advierte de la hora de la oración, la policía religiosa actúa celosamente para que los dependientes asiáticos cierren los negocios, y desaloja a un grupo de haraganes congregados en una terraza de restaurante para que acudan a la mezquita más cercana. Su tarea no suele encontrar resistencias. Si las hay, se resuelven con una dura admonición o con el traslado al cuartelillo.

Hasta hace meses esa era la rutina. Los últimos incidentes graves -palizas a muchachas por vestir de modo “indecente”, subidas a YouTube, choques con comerciantes asiáticos, persecuciones con accidentes de tráfico- han llevado al Rey Salman a actuar. Esta semana el Gobierno saudí ordenó a la mutawa que a partir de ahora “actúe amablemente y con gentileza”, y decidió asimismo quitarle algunos poderes. Ya no podrá detener a los infractores de la Sharía sino que tendrá que pedir a la policía que se ocupe de esa tarea. Tampoco podrá llevar a cabo tareas de seguimiento de sospechosos.

Las funciones de la mutawa siguen sin embargo intactas. Entre ellas figura la persecución del consumo y venta de alcohol, la segregación de sexos, el cierre comercial durante las horas de oración, y una especialmente lacerante para la inmensa comunidad inmigrante asiática: la prohibición de que los cristianos se reúnan para rezar, ni siquiera en sus modestos apartamentos privados.

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