Ramón Pérez-Maura - HORIZONTE

No buscan la verdad

Después de ser supuestamente violada, volvió a las fiestas sin decírselo a nadie hasta 35 años después

Ramón Pérez-Maura

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Lo que se ha vivido esta semana en el proceso de confirmación del juez Brett Kavanaugh para el Tribunal Supremo de los Estados Unidos ha sido, como él mismo lo ha descrito, «una vergüenza». Porque en el fondo la cuestión no era la probidad profesional y moral de Kavanaugh. Lo único que allí había en juego era el deseo de los demócratas de postponer el voto de confirmación hasta después de las elecciones de medio mandato del próximo 6 de noviembre. Eso tendría la ventaja para los demócratas de no tener que mojarse en una votación incómoda en vísperas electorales. Y si salieran vencedores de la elección, se empeñarán en bloquear la votación hasta que en enero llegue la nueva composición de la cámara y la candidatura sea inviable. Y que la mayoría actual de la Cámara no haya podido ser empleada para renovar el Supremo conforme a la Constitución.

Ésta ha sido una semana en la que la democracia norteamericana ha dado un paso atrás. Y no por nada que haya dicho el presidente Trump, sino por lo que han hecho los demócratas. La vista el jueves pasado en el Comité de Asuntos Judiciales del Senado ofreció el testimonio de la acusadora Christine Blasey Ford que ofreció una narración espeluznante que quedó apoyada exclusivamente en su testimonio. Ha identificado hasta cinco o seis personas que habrían estado en la casa en el momento del intento de violación. Todos ellos han negado estar allí o siquiera recordar que hubo una fiesta en la que tuvo lugar el asalto. Tampoco ella recuerda dónde estaba esa casa, con quién fue y qué medios de transporte empleó para regresar a su domicilio. Tampoco ha podido presentar a una sola persona a la que le dijese entonces que había tenido lugar el intento de violación. Porque tardó 30 años en hablar de ello por primera vez. No se lo contó ni al psicólogo al que visitaba habitualmente porque en las notas de éste no aparece el nombre de Kavanaugh.

El candidato al Supremo se defendió con firmeza y convicción, pero sus argumentos daban igual porque el objetivo de los demócratas no era conocer la verdad. El único objetivo era destruir al candidato como se viene haciendo desde que fue propuesto para el cargo. El pasado miércoles fue presentada otra señora Julie Swetnick, que acusó a Kavanaugh de haberlas asaltado sexualmente a ella y a otras chicas en los cursos preparatorios de la Universidad de Georgetown, entre consumiciones de alcohol y drogas. En otras palabras que el centro de los jesuitas consintió esos actos durante años. Pero nunca nadie se enteró fuera de las fiestas. Ni siquiera las víctimas de las violaciones presentaron denuncia. Ni una. Algo bastante sorprendente. Ni parece que ninguno de los que participaban en esas fiestas orgiásticas se lo contase a algún confidente al que le pareciera tan grave como para tener que denunciarlo a alguna autoridad, académica, religiosa o judicial. Nadie. Y ya en el colmo, Stenwick admitió en su testimonio que entre 1981 y 1983 asistió a «bastantes más de diez» de esas fiestas. Y ubica el asalto que sufrió por parte de Kavanaugh en 1982. Es decir, que después de ser supuestamente violada, volvió a las fiestas sin decírselo a nadie hasta 35 años después en que se produjo un rompimiento de gloria y se hizo la luz.

Siempre hubo, hay y habrá quienes crean que Elvis Presley sigue escondido y tocando la guitarra. Disfrútenlo.

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