Jornada de duelo por Javier Valdez, periodista asesinado en Culiacán, este miércoles en Puebla (México)
Jornada de duelo por Javier Valdez, periodista asesinado en Culiacán, este miércoles en Puebla (México) - EFE

México no es país para periodistas

Seis reporteros fueron asesinados en este año y 126 perdieron la vida desde 2000

Corresponsal en Ciudad de México Actualizado: Guardar
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«Trabajo con mucha cautela. Uno tiene que cuidarse de cómo consigue cierta información y qué es lo que publica. Aunque es difícil, ya que uno nunca sabe qué es lo que va a enojar a los delincuentes», dice a través del teléfono Mario, nombre ficticio de un periodista que trabaja para una importante agencia de noticias en el norteño estado de Tamaulipas, uno de los más peligrosos de México. ¿El día a día en Tamaulipas? Asesinatos, desaparición de personas y corrupción, historias que Mario publica a pesar de los riesgos. «Sí, da miedo cubrir estos temas. Pero tampoco podemos quedarnos callados ante tanta violencia. Debemos continuar el trabajo que hicieron Miroslava y Javier», agrega.

A Miroslava Breach, periodista en Chihuahua, la asesinaron en marzo cuando llevaba a su hijo al colegio.

A Javier Valdez, escritor y reportero en Sinaloa, le tirotearon el lunes a pocos metros de la redacción de «Ríodoce», periódico local en el que trabajaba. Ambos eran reconocidos por su trabajo periodístico centrado en recoger el testimonio de familiares de los cerca de 300.000 desaparecidos que se estima que podría haber en México.

México es uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo

Javier y Miroslava son parte de los seis periodistas tiroteados en el país desde que comenzó el año, cifra que se suma a los 126 asesinados desde 2000. México es uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer esta profesión.

«Tuve que huir de Tamaulipas en octubre del año pasado. Comencé a recibir amenazas constantes hacia mí y mi familia, hasta que un día agarramos el coche y salimos con lo puesto», cuenta a ABC Roberto, que dirigía un periódico local y ahora vive exiliado en otro estado. No era la primera vez que Roberto –quien tampoco quiere usar su nombre real– recibía amenazas. «En 2008 me secuestraron y me avisaron de que no podía publicar ciertas cosas. Y en 2012 publicamos una información que no les gustó a los cárteles, así que nos pusieron un coche bomba en la sede del periódico».

Uno de los mayores problemas para los reporteros locales, los más golpeados por la violencia, es que nunca saben qué puede ofender a los delincuentes. «Publicas una nota sobre una boda y resulta que uno de los asistentes es un delincuente, aunque tú no lo sabías. Ya por eso te pueden amenazar de muerte. Da igual que escribas solo de política o de sociedad, en algún momento puedes molestar a los criminales y estar en su punto de mira», explica Roberto.

«Narco, gobierno y policía son los mismos»

—Pero, ¿por qué no acudís a las autoridades? —pregunto a Mario.

—Complicidad —responde—. Narco, gobierno y policía son los mismos.

Presiones por todos lados

El poder de los cárteles es una de las principales fuentes de las amenazas a los trabajadores de medios de comunicación. «Cuando algo ocurre, envían un comunicado a los periódicos locales diciendo qué quieren que se publique y cómo. Por eso hay diarios que cierran, ya que no quieren arriesgarse a tener que publicar lo que el narco les dice», indica Melva Frutos, de la Red de Periodistas del Noreste, organización que agrupa a unos 500 trabajadores de medios que cubren una de las zonas más peligrosas del país.

Así hizo el pasado abril el periódico «Norte», que se distribuía en Ciudad Juárez. Tras el asesinato de Miroslava Breach, «Norte» publicó su última edición con un enorme «¡Adiós!» en portada. «Las agresiones mortales, así como la impunidad contra los periodistas han quedado en evidencia, impidiéndonos continuar libremente con nuestro trabajo», escribía su director, Óscar Cantú, para echar el cierre tras más de 20 años de existencia.

Amenazas del poder

Las amenazas también vienen del poder político y el económico, no sólo del narcotráfico. «Yo siempre me he sentido más presionado por el gobierno», dice Francisco Rojas, conductor de un programa radio local en Tamaulipas, que asegura haber recibido varias presiones políticas en sus más de 30 años de carrera por denunciar casos de corrupción. «Te excluyen de ciertas reuniones o se niegan a hablar contigo. Uno tiene que cuidarse de no sacar información sin pruebas fehacientes para que la situación no escale y ocurra algo peor», añade.

«Yo siento una presión general, porque cubro historias de personas que están buscando a sus desaparecidos», dice Marcos Vizcarra, reportero del periódico «Noroeste» y quien, al igual que Javier Valdez, pone rostro y nombre a los miles de víctimas de la narcoviolencia en Sinaloa, estado que vio nacer al cártel que fue dirigido por el famoso « el Chapo» Guzmán, confinado hoy en una celda en EE.UU. tras fugarse en dos ocasiones de cárceles de máxima seguridad en México.

«No buscan venganza, solo quieren encontrar a sus familiares»

Marcos recoge historias de civiles cuyas vidas, pese a no tener nada que ver con el crimen organizado, un día fueron segadas por la violencia. Cualquier hijo de vecino que en un momento desafortunado fue extorsionado por los cárteles y no les pudo pagar, o que simplemente pasaban por el lugar inadecuado en el momento menos oportuno, son las historias que recoge este reportero. «No tienes que haber hecho algo para que te desaparezcan. Mi hija era maestra, mi hermano funcionario público o mi primo trabajaba de taxista y un día no volvió», son algunos de los testimonios que me cuentan.

—¿Por qué decides cubrir estas historias a pesar del riesgo que conlleva?

—Son más de 2.000 desapariciones forzadas en Sinaloa desde 2012 y sólo se han encontrado dos —dice—. Son personas que no buscan venganza, solo quieren encontrar a sus familiares. Voy a seguir dando voz a estas personas, pese al asesinato de Javier. No hacerlo, sería faltarles el respeto.

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