May llama a las urnas ante la extrema debilidad laborista

Prometió no adelantar las elecciones, pero apela al Brexit para desdecirse

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Unos días antes de los festivos de Semana Santa, Theresa May, de 60 años, la gran estajanovista que nunca descansa, se tomó unos días de asueto para caminar por las colinas de Gales junto a su marido, Philip, probablemente el único consejero del que de verdad se fía. Pero resultó ser un descanso activo, porque ha bajado del monte con el sorprendente anuncio de que quiere celebrar elecciones generales el 8 de junio. Así lo anunció súbitamente ayer al mediodía, en una alocución en un atril callejero frente a la puerta del Número 10. Solo otra mujer estaba en el secreto: Isabel II, a la que telefoneó el lunes.

El golpe de efecto llega justo después de que el fin de semana dos sondeos de prensa situasen a Jeremy Corbyn a 21 puntos, un descalabro jamás visto desde comienzos de los ochenta.

El laborismo, en plena descomposición y con un líder en el que no creen ni sus propios votantes, está pagando muy caro el experimento de su giro a la extrema izquierda y su inanidad en el debate europeo.

El anuncio de May vuelve a probar que la palabra dada vale cada vez menos en política, pues había reiterado una y otra vez que no habría comicios hasta 2020. En fecha tan reciente como el pasado 20 de marzo, su jefa de prensa descartó un posible adelanto con un drástico «eso no ocurrirá». El pasado septiembre, May enfatizó en la BBC: «He sido muy clara: no voy a convocar elecciones anticipadas».

Será aprobado hoy

El Gobierno necesita ahora dos tercios de los diputados. Pero será un trámite, toda vez que el líder laborista, los liberales y los nacionalistas escoceses han dicho que apoyarán el adelanto, que será aprobado este mediodía en los Comunes. La libra se apreció ayer con su mejor registro frente al dólar desde diciembre, pero el FTSE 100, índice estrella de Londres, sufrió su mayor caída desde el referéndum.

May explicó que su cambio de opinión fue fruto de una «larga y dura reflexión», y que tomó la decisión «recientemente y de modo reluctante». Como justificación, alegó que hacen falta «certidumbre y seguridad» para hacer frente al reto del Brexit. Acusó a laboristas, liberales y hasta a la Cámara de los Lores -de la que se cuidó de señalar que «no es electa»- de intentar sabotear «el éxito del Brexit». «El país se está uniendo, pero Westminster no. Necesitamos unas elecciones generales y las necesitamos ya». El público parece darle la razón. Un sondeo de urgencia del diario prolaborista «The Guardian» indica que un 55% de los británicos están a favor y solo el 15% en contra.

May explicó a sus diputados que «esto no se debe a la debilidad de los laboristas, sino que se trata de lograr un mandato que nos dé fuerza por el bien del país». Pero influyentes figuras tories venían pidiéndole que aprovechase la insólita oportunidad que ofrece el calamitoso Corbyn.

El momento es perfecto para May, porque la economía ha respondido tras el Brexit mejor de lo previsto, con la confianza y el consumo en ratios altos y el paro en el 4,8%. La primera ministra heredó de Cameron una mayoría de solo 17 diputados, que la debilitan frente a las presiones de los rebeldes de su bancada, sobre todo las de los brexiteros radicales. Ahora podría alcanzar una mayoría de más de cien escaños. Una victoria espectacular le permitirá también desmarcarse del programa de Cameron, al que cordialmente detesta, y lanzar su propia agenda, más social y también más tradicionalista. Por último, necesita robustecerse para afrontar el envite separatista escocés.

Donald Tusk, el presidente del Consejo Europeo, reaccionó comentando que la política británica parece un guión de Hitchcock, plagada de suspense. Es cierto. Habrá elecciones dos años después de las anteriores y antes de que se cumpla un año de un referéndum que ha partido al país en dos.

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