Muerte de Omayra

La lenta agonía de Omayra: la niña que pedía calma tras la erupción del Nevado Ruiz

Puso rostro a la tragedia del volcán que causó 25.00 muertos en 1985

Omayra Sánchez, poco antes de fallecer tras la erupción del volcán Nevado Ruiz, en Colombia

Israel Viana

Atrapada entre las ruinas de su propia casa derruida y el lodo que se había formado con los restos de lava y ceniza del volcán colombiano Nevado Ruiz. Así se encontraba Omayra Sánchez el 16 de noviembre de 1985, con el agua del deshielo provocado por la erupción al cuello, mientras diferentes cadenas retransmitían en directo sus últimas horas de vida. Incluso era entrevistada por Televisión Española. Resultaba sobrecogedor ver a una niña de 13 años dando ánimos y cariño a los equipos que intentaban rescatarla: «Váyanse a descansar un rato y luego me sacan».

La pequeña Omayra se convirtió en la víctima más famosa de las 25.000 que produjo aquella erupción que comenzó el 13 de noviembre de 1985 a las 9 de la noche. El volcán del centro de Colombia vomitó 35 millones de toneladas de materiales y provocó que se fundiera la nieve de este gigante de 5.400 metros de altitud. Esto generó cuatro afluentes de lava, agua y hielo que descendieron por la ladera a 60 kilómetros por hora hasta desembocar en los ríos que drenaban el volcán. Como consecuencia de ello, los caudales aumentaron por cuatro y arrasaron poblaciones cercanas como la de Armero.

En este municipio estuvo casi tres días agonizando Omayra, con su cuerpo inmovilizado entre los materiales expulsados, ante los flashes de los fotógrafos y las miradas de los periodistas. Los equipos de salvamento trabajaron día y noche, mientras ella intentaba explicarse: «Toco con los pies en el fondo la cabeza de mi tía», «yo quiero que ayuden a mi mamá, porque ella se va a quedar solita» y «tengo miedo de que el agua suba y me ahogue, no sé nadar», comentó, entre otras cosas.

A las 10 de la mañana del sábado 16, comprobaron que la opción de amputarle las piernas era imposible, ya que no contaban con el material quirúrgico necesario como para que sobreviviera. Realizaron un último intento de succionar con una motobomba el fango que no paraba de crecer por los efectos de la erupción, pero tampoco hubo suerte. Todos los esfuerzos resultaron en vano, a pesar del optimismo demostrado por Omayra durante los dos primeros días. Hasta le cantó una canción a uno de los periodistas, pidió comida dulce, tomó soda y accedió a realizar la entrevista: «Mamá, si me escuchas, reza por mí para que todo salga bien», pidió.

En la tercera noche comenzó a tener alucinaciones y a hablar de la escuela: «Estoy preocupada, hoy era el examen de matemáticas». Al principio del tercer día, sus ojos se enrojecieron, su cara se hinchó y sus manos se quedaron pálidas. Poco antes del final, pidió que la dejaran descansar. Ya no le quedaban fuerzas y los doctores presentes se pusieron de acuerdo en que dejarla morir era la opción más humana. Unas 60 horas después de haber quedado atrapada, justo a las 10.05 del 16 de noviembre, cerró los ojos para siempre. Se habló de una gangrena o una hipotermia, pero nunca se pudieron esclarecer las causas concretas por la imposibilidad de hacerle la autopsia. «¡No es justo, Dios! ¡Después de todo lo que hemos luchado y lo que ha aguantado ella!», gritaba uno de los médicos presentes.

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