El Kremlin hunde el «Kursk» en el olvido

Putin no quiere ni oír hablar de la tragedia mientras una película extranjera revive el naufragio 18 años después

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La película del danés Thomas Vinterberg, basada en la novela « A time to Die » de Robert Moore , sobre la catástrofe del submarino nuclear K-141 « Kursk » se puede ver ya en los cines de medio mundo, pero en Rusia apenas se habla de ella y nadie sabe a ciencia cierta si aparecerá o no en cartel. La cinta « La muerte de Stalin » del director escocés, Armando Iannucci, levantó polvareda y se terminó prohibiendo. Otra más reciente, « Hunter Killer: Caza en las profundidades », sobre un golpe de Estado contra Vladímir Putin , también ha generado polémica y hasta el presidente la ha criticado.

Pero «Kursk» de Vinterberg está pasando desapercibida. Los burócratas del Ministerio de Cultura ruso no se atreven a prohibirla, pero tampoco dan luz verde a su exhibición. Los medios de comunicación leales al Kremlin ignoran la cuestión mientras los de oposición dan por hecho que la película no podrá verse nunca en las salas del país. El portal cinematográfico Film.ru y la revista de ocio Afisha sostienen que se estrenará en Moscú el 25 de abril de 2019, aunque nadie lo ha confirmado a nivel oficial.

Y es que lo que sucedió el 12 de agosto de 2000 en el mar de Bárents durante unas maniobras navales es un asunto muy sensible para la sociedad rusa y, sobre todo, para el poder, para Putin. El primer mandatario ruso estuvo desaparecido unos días mientras disfrutaba de sus vacaciones antes de reaccionar a las funestas noticias que llegaban sobre el submarino.

Tras la presentación de la película de Vinterberg, el pasado 6 de septiembre en Toronto, el almirante Viacheslav Popov , que era el comandante en jefe de la Flota del Norte cuando se hundió el «Kursk», vio el tráiler y, en declaraciones al diario Izvestia, dijo que le pareció todo un «desvarío». Popov, que dirigió entonces, el operativo de rescate, cree que la cinta y el libro de Moore son «malos» y no reflejan lo que realmente pasó.

El problema es que todavía no se sabe con exactitud y en toda su extensión qué es lo que sucedió exactamente aquel infausto 12 de agosto. De ahí que las autoridades rusas y los militares no deseen hurgar demasiado en la herida. Tal vez para que no surjan presiones en demanda de una clarificación completa y sin ocultaciones.

Putin lo reduce todo al lamentable estado en el que entonces se encontraba la Armada rusa por la falta de financiación. Este año, en una entrevista para un documental del periodista Dmitri Kondrashov , el jefe del Kremlin asegura que «no hay nada que ocultar (...) la desintegración de la URSS originó enormes problemas de índole económica, en la esfera social, en las Fuerzas Armadas en su conjunto y la tragedia del Kursk fue una consecuencia de todo aquello».

En efecto, el escaso presupuesto no alcanzaba para pagar los sueldos a los militares ni para dotarles de viviendas dignas. Tampoco para adquirir equipos imprescindibles, como trajes de buzo en cantidad suficiente, o armamentos más modernos. La falta de motivación por las malas condiciones provocaba además ineptitud y dejadez.

Una negligencia en la fabricación del proyectil submarino, un 65-76PB , pudo ser la causa de que estallara tras su lanzamiento en el tubo lanzatorpedos. La versión oficial es que se produjo una fuga del combustible del torpedo (peróxido de hidrógeno), se declaró un incendio y, al extenderse al resto de la munición, hubo una segunda deflagración mucho más fuerte.

Pero siguen existiendo otras hipótesis, por ejemplo, que el calibre del ingenio explosivo era superior al del conducto de disparo, lo que hizo que se atascara y explotara. En lo que todos los especialistas están de acuerdo es que los torpedos 65-76PB eran demasiado obsoletos para un sumergible como el «Kursk», lo más avanzado entonces de la Marina rusa.

La publicación militar rusa Topwar.ru llamaba el pasado mes de octubre la atención con un artículo preguntándose por qué cuando se reflotó el submarino y se abrió la caja fuerte del camarote del capitán Guennadi Liachin no había en su interior mecanismos de reserva de los llamados «detonadores universales» (UZU).

Tal hecho lleva a deducir que se emplearon para garantizar la «efectividad» del torpedo, tal vez porque había dudas sobre si estaba en buen estado, o porque, siendo en este caso un arma para su utilización en ejercicios, se le quiso dar un uso de combate. Pero, a juicio, de la web Topwar, « los UZU son un artilugio peligroso », que después dejaron de utilizarse en los torpedos más perfeccionados de generaciones posteriores.

Sea como fuere, las dos explosiones, en especial la segunda, acabaron con el navío, cuya proa quedó totalmente destruida y cayó hasta la profundidad de 108 metros. La mayoría de la tripulación murió en ese momento. Los últimos 23 supervivientes se fueron a la popa y esperaron un rescate que llegó demasiado tarde. Todos al final perecieron.

Algunos de estos detalles se conocen gracias a las notas escritas a oscuras del teniente de navío, Dmitri Kolésnikov , el oficial de más rango entre los que trataron desesperadamente de salvar sus vidas hasta el último momento. Golpearon repetidamente el casco del submarino con un objeto metálico para que se supiera en la superficie que había gente con vida.

Las percusiones comenzaron a las 2 de la madrugada del día 13 y dejaron de escucharse en la tarde del 14 de agosto. Cuando llegó el batiscafo británico LR5, 9 días después del hundimiento, y los buzos noruegos abrieron una agujero en la popa, encontraron solo cadáveres. Las autoridades rusas terminaron aceptando la ayuda de países extranjeros, pero se resistieron al principio.

Con motivo del decimoctavo aniversario de la tragedia, el pasado mes de agosto, varios periódicos rusos publicaron reportajes sobre la situación actual de las viudas, novias y familiares de la tripulación del «Kursk». Ellas, pese al tremendo dolor que siguen padeciendo, tratan de mantener viva la memoria de aquella gran desgracia mal que le pese a los dirigentes del país y al conjunto de los rusos, que prefieren olvidar un trago tan amargo.

Sofía, madre del oficial Serguéi Dudkó , que tenía 31 años cuando murió en las entrañas del «Kursk», ha escrito un libro, costeando de su bolsillo la publicación, dedicado a contar la historia personal de todos y cada uno de los miembros de la tripulación «cómo eran, a quién amaban, en qué creían (...) intento a toda costa que lo sucedió con mi hijo, sus compañeros y el heroico submarino no caiga en el olvido», declara esta mujer a la revista Argumenti i Fakti .

La muerte del suboficial Yuri Annénkov , que tenía entonces 20 años, arruinó la salud de sus padres, reconoce Tamara, su madre. «Tanto sufrimiento ha acabado con nosotros, nos ha dejado postrados», asegura. Según sus palabras, «no somos todavía mayores, pero vivimos de una pensión de invalidez (...) mi marido es asmático y yo estoy enferma de los nervios». También la muerte del marinero Román Kubikov , de 21 años, llevó a su padre Vladímir a sufrir un infarto y fallecer dos años más tarde. A Román le quedaban solo ocho meses para haber finalizado su servicio militar.

Tatiana Guelétina , viuda del comandante responsable de la sección de misiles, Borís Gueletin , relata al diario Komsomólskaya Pravda cómo vivió las angustiosas horas de espera mientras se preparaba un operativo de rescate que se puso en funcionamiento demasiado tarde. «Nos reunieron a los familiares, nos pidieron que firmásemos unos papeles comprometiéndonos a no desvelar nada, nos dijeron muchas cosas y recuerdo solo que me tuvieron que sacar en ambulancia. A la reunión con Putin -celebrada en Severomorsk con los familiares el 22 de agosto- no acudí». «Todo aquello fue una mezcla de horror, dolor, angustia, dudando que hubiese alguien vivo en el interior de la inmensa nave, pero, al mismo tiempo, con la esperanza de que pudiera producirse un milagro», recuerda Tatiana.

Las dos explosiones y el hundimiento del «Kursk» se ocultaron durante dos días, aunque el mando de la Armada lo supo desde el primer momento. Durante ese intervalo jugó un papel importante el capitán Ígor Kurdin , creador de un club de antiguos tripulantes de submarinos rusos. Coordinó toda la información que pudo recoger desde San Petersburgo e intento mantener al corriente a los familiares.

Kurdin también ha criticado la película de Vinterberg porque cree que se han «tergiversado mucho los hechos» y «abrirá otra vez las heridas de quienes perdieron a sus seres queridos». No le extraña que en Rusia no hayan colaborado en la realización del filme, pese a que en un principio hubo buena disposición de las autoridades. «No gustó el guión», asegura. Los exteriores tuvieron que rodarse en Francia y Bélgica.

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