La generación rebelde de Hong Kong

En una ciudad que solo pensaba en los negocios, los jóvenes justifican la violencia de las protestas por miedo a perder su libertad bajo China

En primera línea de las barricadas, unas jóvenes insultan a la Policía antidisturbios Pablo M. Díez
Pablo M. Díez

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Son el futuro, pero no tienen esperanza. Educados en valores occidentales, los jóvenes de Hong Kong temen perder sus libertades, mayores que en el resto de China, bajo el autoritario régimen del Partido Comunista. Sobre el horizonte despunta 2047, cuando expira el modelo de «un país, dos sistemas» otorgado a la antigua colonia británica tras su devolución en 1997. Pero ya contemplan con preocupación el control cada vez mayor de Pekín en la política y economía de la ciudad, que ha estallado este verano contra la ley de extradición a China, cuya retirada fue finalmente anunciada el miércoles.

Desde el primer momento, la juventud hongkonesa se situó en primera línea bloqueando el Parlamento local para que no tramitara la controvertida ley aquel traumático 12 de junio. Solo han pasado tres meses, pero parece una eternidad. Las multitudinarias manifestaciones pacíficas del principio han derivado en una «guerrilla urbana» cada vez más vandálica que los fines de semana se enfrenta a la Policía. Anoche, y tras intentar bloquear sin éxito el aeropuerto, hubo destrozos en el metro porque corre el rumor de que los antidisturbios mataron a varios jóvenes en la estación de Prince Edward el 31 de agosto. El Gobierno lo niega tajantemente y no hay ninguna prueba de los hospitales, pero mucha gente no se lo cree. Llena de flores e incienso, la multitud acude a dicha estación para rezar e insultar a la Policía, que tiene una comisaría al lado.

«La violencia es necesaria para que el Gobierno responda, pero la gente mayor solo piensa en el dinero y en seguir con su vida», proclama Cadence, una estudiante de Economía que secunda desde el lunes la huelga de dos semanas convocada en las universidades. Reducido, el paro afecta también a los institutos, donde los alumnos forman cadenas humanas cada mañana.

«Luchamos todo lo posible, pero no podemos confiar en el Gobierno ni la Policía y muchos emigraremos para garantizar nuestro futuro y la seguridad de nuestros hijos cuando los tengamos», se queja Cadence. En su opinión, «Pekín ha roto su promesa y el modelo de ˝un país, dos sistemas˝, que concede autonomía a Hong Kong, ya no existe porque el Gobierno de China controla cada vez más a las autoridades locales, la Policía y los ciudadanos». Al igual que ocurre con muchos otros jóvenes, su espíritu político nació en la Revuelta de los Paraguas, que fracasó pidiendo sufragio universal en 2014 pero sembró las raíces de esta «revolución de nuestro tiempo», como cantan los manifestantes.

Asamblea de estudiantes en la Universidad China de Hong Kong para declarar una huelga de dos semanas contra el autoritarismo de Pekín Pablo M. Díez

«Somos el futuro, pero tenemos miedo a no ser libres bajo el control de China», se lamentan Heiden y Jenny , dos alumnas de Secundaria de 16 años, ataviadas con uniformes de colegio religioso. Ese temor hace a muchos hongkoneses justificar la violencia contra el Gobierno por la falta de soluciones políticas a las demandas democráticas.

Menos de 30 años

Según un cuestionario a 6.600 participantes en 12 protestas entre el 9 de junio y el 4 de agosto, el 57,7 por ciento tenía menos de 30 años, informa el periódico «South China Morning Post». Con un 26 por ciento, el mayor grupo eran los jóvenes de entre 20 y 24 años. Mientras el 73,8 por ciento había recibido algún tipo de educación, el 50,6 por ciento se encuadraba en la clase media, lo que revela el amplio espectro de los manifestantes.

Aunque esta ciudad, capital financiera de Asia, es una de las más avanzadas y cívicas del planeta, buena parte de la sociedad entiende, o incluso apoya, los enfrentamientos de los jóvenes contra la Policía. Pertrechados con cascos, máscaras y paraguas contra los gases lacrimógenos y esprays de pimienta, los primeros son aplaudidos como «luchadores de la libertad», mientras que los antidisturbios son abucheados por los vecinos cuando echan de sus barrios a los manifestantes. A gritos, los llaman «mafiosos de las triadas» por su pasividad, cuando no connivencia, con los matones partidarios del régimen chino que atacaron a los manifestantes en la estación de Yuen Long el 21 de julio.

Al problema político se suman factores sociales, como el declive económico, las enormes desigualdades y la imposibilidad de comprar una casa en la ciudad con el suelo más caro del mundo con sueldos mensuales de 20.000 dólares HK (2.300 euros) para los jóvenes que empiezan a trabajar. Además, la creciente afluencia de chinos del continente, que hablan mandarín y elevan los precios de los comercios y el sector inmobiliario, está generando una brecha con la comunidad local, que usa el cantonés y los mira con desdén por sus rudos modales. Como una olla a presión que finalmente ha estallado, en Hong Kong, una ciudad pragmática que antes solo pensaba en los negocios y el dinero, ha nacido una generación rebelde.

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