Fernández cierra la campaña entre lágrimas y Macri pletórico

El candidato kirchnerista es el favorito con una diferencia meteórica de no menos de 15 puntos sobre el presidente de Argentina, según los sondeos

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Lágrimas en uno y al borde de la afonía el otro. Alberto Fernández (Frente de Todos), el favorito con una diferencia meteórica de no menos de 15 puntos, según los sondeos , sobre Mauricio Macri (Juntos por el Cambio) se despidió de la campaña con un rostro, el de la emoción, desconocido. La cara opuesta es la que ofreció el actual presidente de Argentina, el hombre al que se da como irremediable perdedor, se mostró exultante y arrollador. A la vista de las imágenes, las primeras en Mar del Plata y las últimas en Córdoba, parecería que el favorito era el segundo y el primero, el del furgón de cola.

En el último día de los cierres de campaña había otra protagonista que ha estado prácticamente ausente de la campaña. La expresidenta, Cristina Fernández , no asistió a ninguno de los debates de su «compañero de fórmula» y su participación en el proceso electoral, en la mayoría de las ocasiones, quedó reducida a la presentación (reiterada) de su libro, «Sinceramente», un «relato» donde aprovecha para pulir el pedestal de la autoestima y ajustar cuentas con sus enemigos. Ella, la nueva «Cristina», salió al escenario para hablar 10 minutos, los establecidos y, sorpresas de la historia, no se apartó un segundo del tiempo programado. «Alberto fue el jefe de Gabinete del proyecto político que le devolvió la dignidad a los argentinos en el 2003, del gobierno que le pagó al FMI la deuda que arrastrábamos desde 1957 y del que comenzó a reconstruir el salario». Hablaba, naturalmente, de Néstor Kirchner. Demasiado para un candidato que hasta hace dos días y menos, no existía en el espectro electoral. Pucheros y lágrimas desdibujaron el rostro del otro Fernández.

Lejos de la liturgia peronista, el mitin fue un reflejo de orden, coordinación y contención. No hubo un detalle librado al azar . Mar del Plata, el balneario que un día fue el espacio de las familias de doble apellido de Argentina escuchó de labios de su virtual presidente, según los sondeos, la historia que le llevó a ese lugar. «Un día me llamó Cristina y me dijo: Alberto, es tu turno». Como si fuera un sacrificio, completó: «Uno, que es un militante, se sacó el saco (chaqueta) del que opera por la unidad y se puso el saco del que tiene que conducir este tiempo». Declarado peronista convencido, Fernández (fue compañero de filas del exministro liberal Domingo Cavallo), como en otras ocasiones, mencionó al expresidente radical Raúl Alfonsín, el hombre de la transición de la dictadura (1976-83) a la democracia en Argentina que, por supuesto, estaba en los antípodas del peronismo. «Como Alfonsín, vamos a aplicar la ética de la solidaridad. A aquel que se cayó del pozo vamos a tenderle la mano para que vuelva a estar con nosotros… Nos vamos a ocupar de sacar del lugar en el que han quedado los cinco millones de pobres que ha dejad Macri». La viuda de Kirchner, maquillada de moderada con auténtica habilidad, lanzó el mensaje clave: «No hay que silbar ni gritar, ni insultar. Hay que votar».

La emoción, la palabra definitiva, tiene en los Fernández un nombre español: Antoni Gutiérrez-Rubi. En el de Mauricio Macri, el hombre entre bambalinas que piensa, delimita, inventa y ajusta es el ecuatoriano, Jaime Durán Barba. Cerebro detrás de la carrera política del presidente de Argentina, desde sus tiempos de Boca Junior, decidió sumar al estrado y a exprimir en campaña a Miguel Angel Pichetto . El candidato a vicepresidente, el peronista «razonable», liberal y genuíno , ha tenido, peso propio y hasta protagonizado spots unitarios, algo sin precedente. «No queremos la reforma de la Constitución, ni de la patria de Grabois (Juan, que propone expropiar tierras) con su reforma agraria. Ni que se ocupen los inmuebles urbanos desocupados. Ni la violencia que se vio hoy en Tucumán», donde se libro una batalla campal entre kirchneristas por ocupar espacios. Dicho esto, añadió, «Nuestra propuesta no hace apología de la pobreza, nosotros vamos a integrar a la Argentina al mundo y no con la Venezuela de Maduro, ni con Cuba», sentenció.

Macri, con su mujer, Juliana Awada, repitió la cábala, como hace cuatro años, de cerrar en Córdoba, motor de la industria argentina. «Acá empezó, no me lo voy a olvidar más», arrancó rodeado de miles y miles de cordobeses. La imagen de esa multitud desbordante resultaba más que sorprendente en el acto de un hombre al que la totalidad de los sondeos le dan por incapaz de lograr un balotaje y mucho menos su reelección. El «mea culpa» se expuso: «Sin querer, dejamos un espacio vacío y lo ocuparon aquellos que quisieron ir por todo. Aquellos que también intentaron ir por nuestra libertad. Pero por suerte, nos despertamos y empezamos a levantar la voz juntos hasta llegar a gritar que hasta acá llegaron. Nos dimos cuenta que el verdadero poder lo tenemos nosotros. Los que salimos a trabajar todos los días para sacar adelante el país».

Libertades y derechos versus promesas de mejora de economía por parte de aquellos que antes la destruyeron fue uno de los mensajes. El ajuste de los argentinos y la inflación se presentaron como algo terminado en el Gobierno de Macri. «Viene otra etapa», aseguró. Entusiasta, reflexionó: «No nos equivocamos cuando dijimos que el cambio es posible. Ni cuando dijimos que juntos somos capaces de encarar cualquier desafío. Y demostramos que se puede gobernar sin generar odio, que se puede dialogar buscando creativamente generar trabajo, que se puede hacer política sin clientelismo y tratando igual a los adversario como a los amigos». Entre la costa de Mar del Plata y las montañas de Córdoba se puso punto y final a la campaña, dos discursos y dos candidatos, lejos en la distancia y en el contenido del uno y del otro.

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