François Hollande, este domingo tras votar en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas
François Hollande, este domingo tras votar en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas - Afp

Elecciones presidenciales en FranciaEl triste adiós de François Hollande, el «hombre común»

El presidente socialista puso a Francia al borde de la quiebra y deja a su partido hundido

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La paradoja de François Hollande es la que retrata la noche del debate electoral del 2 de mayo de 2012. Segunda vuelta de las presidenciales. Frente a Nicolas Sarkozy, que parte como favorito, el candidato socialista se envuelve en la modestia de encarnar las virtudes del hombre común, de ese benévolo don nadie al cual da nombre de «hombre normal».

La soberbia de Sarkozy le jugó una mala pasada esa noche. Arremetió contra una visión, cuya ausencia de épica le parecía ofensiva para la dignidad histórica del cargo: «Señor Hollande, usted ha hablado, tal vez para ser desagradable conmigo, de un presidente normal. Voy a decirle algo: la función de un presidente de la República no es una función normal.

Ni la situación en la cual vivimos es una situación normal. La normalidad de usted no está a la altura de los envites en juego. Para postularse a esa función, no creo que el general De Gaulle, ni François Mitterrand, ni Valéry Giscard d’Estaing, ni Jacques Chirac, ni Georges Pompidou fueran, hablando con rigor, hombres normales». Fue un manifiesto de fe en la epopeya nacional majestuoso. Que decidió el debate en favor de su adversario.

No ha habido en la historia de la V República un presidente menos carismático que Hollande. Pero hay muy pocos políticos que hayan sabido hacer de esa ausencia de perfil épico el fundamento de su eficacia. Ni siquiera tuvo prisa en labrarse el camino del Elíseo. En la pareja estrella de su promoción de la ENA, era Segolène Royal quien parecía predestinada a ser la primera presidenta de Francia.

Y, en 2007, un Hollande en perfil bajo dejó complacida constancia de su deseo de llegar a ser el primer cónyuge presidencial masculino. Sólo el fracaso de Royal frente al ascendente Sarkozy rompió la lógica de aquella historia.

Añoranza de lo mediocre

En 2012, Hollande se enfrentaba como víctima propiciatoria a la máquina de guerra que era Sarkozy entonces. Planificó su imagen y estrategia al milímetro. Había entendido que el tiempo de las políticas heroicas había pasado. Que el «hombre común» de nuestro tiempo añora lo mediocre. Él no lo era: su carrera profesional y política desmienten tal cosa. Pero sabía fingirlo. Un político es un actor. Sólo. En nuestro tiempo. Un actor, sobre todo, televisivo. Con cuya imagen todos –sin excepción– puedan identificarse.

Había que gobernar luego de la victoria. Ése era el único problema. En 2012, la gran recesión estaba recomponiendo el mundo. Y el programa del Partido Socialista francés era, con toda exactitud, lo contrario a esa recomposición sin la cual no había ya país que no estuviera condenado a irse a pique. No me parece verosímil que François Hollande no fuera consciente de eso. Pero las condiciones en las que su candidatura había triunfado lo hacían extraordinariamente frágil dentro de su partido.

Hollande fue candidato socialista –y, como consecuencia de ello, presidente– porque el líder destinado a ese papel, el director general del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn –otro brillante entre los brillantes– se autodestruyó en una de las historias más oscuras de la política reciente. Y su final victoria sobre la candidata de la izquierda socialista, Martine Aubry, no fue lo bastante contundente como para privarla del control del partido.

El golpe de timón

El resultado fueron los dos primeros gobiernos de Hollande, con Jean-Marc Ayrault como primer ministro, que, empeñados en aplicar estrictamente el programa económico del partido, dejaron en seis meses a Francia en el umbral de la quiebra.

El golpe de timón lo impuso Hollande a partir de enero de 2013. Y culminó en el nombramiento de Valls como primer ministro en 2014. Hollande alzaba acta del fracaso programático de su partido. Y ponía en marcha el giro liberal que culminaría con la llegada de Emmanuel Macron al ministerio de economía en agosto de ese mismo año. La consecuencia inevitable de tal vuelco fue el estallido de la guerra en el PS.

De esa guerra, Hollande salió inhabilitado para concurrir a la reelección presidencial. Respondió destruyendo el partido. Y cediendo la herencia al joven desconocido que anoche ascendía al Elíseo.

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