El político socialdemócrata Helmut Schmidt en noviembre de 1970
El político socialdemócrata Helmut Schmidt en noviembre de 1970 - AFP

Cuando Helmut Schmidt gestionó la peor crisis terrorista que sufrió la Alemania occidental

El grupo de extrema izquierda Facción del Ejército Rojo puso en jaque a la República Federal durante el otoño de 1977

Madrid Actualizado: Guardar
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Recordado por su perfil pragmático y serio frente al carisma y la simpatía de Willy Brandt, Helmut Schmidt murió este martes a los 97 años de edad. Una vida larga testigo de las turbulencias que sufrió su país durante el siglo XX. Canciller durante ocho años —de abril de 1974 a octubre de 1982— de esa mitad occidental, democrática y adherida al libre mercado de una nación dividida después de la Segunda Guerra Mundial, durante su mandato tuvo que lidiar con la peor crisis terrorista sufrida por Bonn: la causada por el grupo de extrema izquierda Facción del Ejército Rojo (RAF, por sus siglas en alemán).

Durante la década de los 70 algunos países europeos sintieron tambalearse su estabilidad por el auge de grupos terroristas con ciertos paralelismos entre sí.

Las Brigadas Rojas, que aparecieron en Italia, y la Facción del Ejército Rojo, nacida en la República Federal de Alemania, compartieron la ideología de extrema izquierda, la crítica feroz a la democracia —que consideraron un mera máscara para ocultar las raíces fascistas y nacionalsocialistas del sistema, respectivamente— y una acción violenta dirigida a destruirla. En ambos casos, su estrategia se basó en el secuestro y la extorsión. También en ambos casos una operación fallida condujo a su declive. El asesinato del político democristiano Aldo Moro, que apareció tiroteado en el maletero de un coche en Roma en mayo de 1978, inició la decadencia de las Brigadas Rojas. La de la Facción del Ejército Rojo llegó tras la secuencia de actos violentos que protagonizó durante el otoño de 1977, periodo convulso conocido como «Deutscher Herbst» o el «otoño alemán». Una crisis que estalló durante la cancillería de Helmut Schmidt.

El «otoño alemán»

Helmut Schmidt «mantuvo una actitud firme y no cedió ante los terroristas; a pesar de que tuvieron un coste político y personal, esas decisiones difíciles demostraron su estatura como político», explica Carlos Sanz Díaz, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid, sobre la gestión liderada por el socialdemócrata de esos meses de violencia. Los antecedentes inmediatos de la crisis comenzaron antes del otoño. En abril de 1977, la Facción del Ejército Rojo asesinó a Siegfred Buback, fiscal del Tribunal Federal Constitucional. La siguiente víctima fue el presidente del consejo de administración de la Dresdner Bank, Jürgen Ponto, en julio. El momento decisivo llegó el 5 de septiembre, cuando el presidente de la patronal alemana, Hans Martin Schleyer, fue secuestrado en Colonia. Los terroristas exigieron la liberación de once de sus compañeros encarcelados a cambio de perdonarle la vida y devolverle la libertad.

Según indica Heinrich A. Winkler en su obra «Historia de Alemania: el largo camino hacia occidente», el canciller adoptó una actitud firme desde el inicio de la crisis: «Como declaró el 15 de septiembre, había decidido llegar, en la lucha contra el terrorismo, hasta los límites permitidos por el Estado de Derecho». Pero la situación no tardó en complicarse más de lo previsto. El 13 de octubre, el autodenominado «comando del mártir Halimeh» secuestró un vuelo de la compañía Lufthansa entre Palma de Mallorca y Frankfurt para forzar la liberación de los terroristas encarcelados. A bordo del Boeing 737 viajaban 86 pasajeros y cinco miembros de la tripulación. Tras desviar su ruta por Roma, Chipre, Dubái y Atenas, el avión terminó en Mogadiscio, la capital de Somalia. ¿Negociar, liberar a los rehenes y a los prisioneros y dar la victoria a la organización violenta o mantener el pulso y no ceder a sus exigencias? Ante esa disyuntiva se encontró el Gobierno alemán de Bonn con el nuevo giro de los acontecimientos.

El final de la crisis

Todo se precipitó el 18 de octubre, cuando el grupo de operaciones especiales de la Policía alemana «GSG9» liberó a los rehenes de Mogadiscio acabando con la vida de tres de los secuestradores. Horas más tarde, Andreas Baader, Gudrun Ensslin y Jan-Carl Raspe, miembros de la Facción del Ejército Rojo, aparecieron muertos en sus celdas de la prisión de alta seguridad de Stuttgart-Stammheim. Esa misma tarde el cadáver de Schleyer fue encontrado en el maletero de un coche aparcado en Mulhouse, en Alsacia. «Nunca olvidaremos la sangre que han hecho correr Schmidt y los imperialistas que le apoyan», afirmaron entonces los terroristas, mediante un comunicado. Una forma de acusar al canciller y a las autoridades alemanas de matar a los presos, aunque el historiador Winkler rechaza esta versión y en su citada obra señala que los fallecidos «intentaron maquillar su suicidio en asesinato político».

«Nos toca a nosotros asumir la responsabilidad en todo esto... y también la asumiremos en el futuro. ¡Qué Dios nos proteja!», afirmó Schmidt en su comparecencia ante el Bundestag, la cámara baja de la Alemania occidental, el día 19 de octubre. La crisis terminó pero sus secuelas perduraron en el tiempo. Como indica el historiador británico Tony Judt en su obra «Posguerra», los chicos de la Facción del Ejército Rojo lograron «suscitar cierta corriente de simpatía entre intelectuales y académicos por otro lado respetuosos con la ley». Judt cita el caso de la película «Deutschland in Herbst» o «Alemania en Otoño», un documental dirigido por Rainer Werner Fassbinder, estrenado en 1978 y donde «el Tercer Reich y la República Federal de Alemania aparecen como regímenes afines». Paradojas de la Historia, uno de los militantes del grupo terrorista, Horst Mahler, abandonó su ideología de extrema izquierda para abrazar la ultraderecha treinta años después.

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