Los «chalecos amarillos» atizan nuevas crisis, de la angustia social a la violencia urbana

El movimiento comenzó a florecer, sin organización, sin líderes, sin portavoces oficiales, sin coordinación, con estallidos muy localizados, individuales y «mínimos» de protesta

Manifestantes del colectivo «chalecos amarillos» protestan contra la subida de los impuestos a los carburantes EFE

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En la fronda nacional de los chalecos amarillos se confunden de manera inextricable la angustia social de las clases medias de la Francia periférica, el hundimiento de los sindicatos y partidos políticos, y el estallido de un problema de orden público inflamable.

En su origen último , el movimiento comenzó a florecer, sin organización, sin líderes, sin portavoces oficiales, sin coordinación, con estallidos muy localizados, individuales y «mínimos», de protesta contra la subida de los carburantes, la carestía de la vida y la erosión creciente del poder adquisitivo, cuyas primeras víctimas son las clases medias que viven lejos de París, en la periferia de ciudades de provincias, en millares de pueblos pequeños o muy pequeños.

Esa demografía de los «chalecos amarillos» es reconocible en todas las manifestaciones, en París y en provincias: parejas de «cierta edad» que viven un «nuevas ciudades» de casas apareadas de clase media; pequeños empresarios víctimas de la fiscalidad, agricultores con pequeñas explotaciones amenazadas, jóvenes de la Francia de provincias que tardan en encontrar empleos precarios.

Ese núcleo central de los «chalecos amarillos» tiene su economía muy amenazada por estas razones: necesitan el coche para llevar a los nietos al cole, para ir de compras, para resolver problemas administrativos, para celebrar reuniones familiares. Los pensionistas más pobres no han sufrido recortes, que sí afectan mucho a los pensionistas de clases medias , con jubilaciones proporcionalmente modestas, muy afectadas por los recortes y el precio de los combustibles.

Esa Francia profunda no se siente representada por los sindicatos y partidos políticos tradicionales, hundidos en una crisis profunda, y se consideran víctimas de las políticas de Macron, al que denuncian como «cosmopolita» (olvidando la Francia periférica) y «autoritario», en el peor sentido: olvidando a las clases medias menos favorecidas.

Ese núcleo original de «chalecos amarillos» evolucionó muy pronto, a través de las redes sociales y los teléfonos móviles, convertidos en «correas de transmisión» de un movimiento que tomó rápidamente otras características.

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