Un grupo de refugiados sirios en la frontera con Turquía
Un grupo de refugiados sirios en la frontera con Turquía - efe

Imad, refugiado sirio: «Saltaría a Europa incluso si mi país no estuviese en guerra»

Nacido en Lataquía y traductor de profesión, el joven se crió en Ucrania, un vestigio de la larga tradición de amistad entre el régimen sirio y la antigua URSS

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Mientras habla, Imad fuma un cigarrillo tras otro, que delatan su nerviosismo. Hay un motivo para su inquietud: dentro de un par de noches, este joven sirio cruzará ilegalmente desde Turquía a Grecia, jugándose la vida en una patera. Él, sin embargo, trata de quitarle importancia al riesgo. «Es un viaje muy corto, de media hora o así», nos dice.

De estar en lo cierto, significa que la embarcación saldrá de alguno de los puntos de la costa mediterránea turca situado frente a las islas griegas más próximas, como Lesbos, Quíos o el Dodecaneso. Una vez allí, explica, se presentará frente a las autoridades griegas, que le darán un salvoconducto de seis días, «suficiente para llegar hasta Atenas». Luego tratará de llegar por tierra hasta Austria o Hungría a través de los Balcanes.

Su objetivo final es Polonia. Imad, nacido en la ciudad costera de Lataquía y traductor de profesión, se crió en Ucrania, donde se había establecido su padre, un vestigio de la larga tradición de amistad entre el régimen sirio y la antigua URSS. Por ello, este joven, que todavía no ha cumplido la treintena, habla ruso y ucraniano, entre otros idiomas, y confía en aprender polaco rápidamente. «Siempre he tenido una mentalidad europea», indica. «Incluso si mi país no estuviese en guerra, trataría de ir allí» asegura.

Algo le tranquiliza: «Unas quince o veinte personas que conozco han hecho este viaje en el último mes», comenta, y todos ellos han llegado a Grecia sin percances. Aún así, Imad no ha llegado a ver en persona a aquellos que le van a transportar: un amigo le pasó un contacto, y solo pudo hablar con uno de ellos por teléfono. Pero los traficantes son cada vez más cautos.

A lo largo de este año se han producido numerosos episodios de «barcos fantasma», como los dos navíos interceptados cerca de las costas de Italia en enero, que transportaban a más de un millar de inmigrantes. Estos barcos, comprados como chatarra por internet, son fletados después sin tripulación: son los propios pasajeros quienes deben ocuparse de hacerlo navegar. Los traficantes no arriesgan casi nada, pero las consecuencias son trágicas: el pasado 9 julio, un pequeño barco pesquero que transportaba a más de una treintena de personas se hundió frente a la isla de Agathonissi, y todos sus ocupantes murieron.

Para evitar situaciones de este tipo, explica Imad, la comunidad siria ha establecido lo que se llaman «oficinas de garantías»: en lugar de pagar el pasaje directamente a los traficantes, los inmigrantes lo depositan en un pequeño despacho que, a cambio de una comisión, lo mantiene a buen recaudo hasta que los viajeros llaman para asegurar que han llegado sanos y salvos.

Imad ha pasado casi dos años decidiéndose a dar el paso. Aunque Lataquía no es uno de los lugares más afectados por la guerra civil en Siria, su participación en una protesta contra el régimen de Bashar Al Assad le ocasionó algunos problemas con las autoridades. Un conocido le avisó de que era cuestión de tiempo que le arrestasen, de modo que se aprovechó de que Turquía no exige visado a los sirios con un pasaporte en regla para instalarse en Estambul.

Imad es afortunado: ha podido mantener su trabajo como traductor, lo que le ha permitido ir tirando. Pero Turquía es ya el país del mundo que acoge al mayor número de refugiados, entre ellos a alrededor de dos millones de sirios, a los que hay que sumar los numerosos inmigrantes irregulares que utilizan la vía turca para tratar de llegar a Europa. La administración turca continúa endureciendo los trámites para los extranjeros, y la semana pasada el Ministro de Trabajo, Faruk Çelik, afirmó que no se permitirá finalmente trabajar a los refugiados sirios, tal y como venía barajando el gobierno desde hace tres años.

«No puede haber una medida general para proporcionarles permisos de trabajo porque ya tenemos nuestra propia fuerza laboral», aseguró Çelik. «Sería injusto quitarles estos trabajos a nuestros desempleados y dárselos a los refugiados», declaró. La solución, comentó, es que otros países acepten una mayor cuota de refugiados. Según el Índice de Políticas de Integración de Inmigrantes (MIPEX) de 2015, Turquía se encuentra a la cola de un total de 38 países desarrollados a la hora de permitir la integración de extranjeros en situación de necesidad.

Pocas noches después de esta conversación, Imad desaparece. Algunos días después, vemos un mensaje en las redes sociales: se encuentra en Varsovia, en buenas condiciones. Para él, la parte más peligrosa del viaje ha concluido.

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