Estatua del «selfie otomano» en la localidad turca de Amasya
Estatua del «selfie otomano» en la localidad turca de Amasya - daniel iriarte

Turquía, el país de las estatuas extravagantes

Casi cada ciudad turca tiene un extraño monumento al motivo local de orgullo, desde los pistachos hasta los bastones hechos a mano

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La inauguración, el pasado 10 de mayo, de la estatua de un príncipe otomano en la localidad turca de Amasya desató una tormenta de comentarios, críticas e incluso memes. La figura de época, fabricada en bronce y situada a orillas del río, portaba en la mano un teléfono móvil de última generación con el que se hacía un ‘selfie’. «La hemos hecho con un propósito puramente visual. Hemos pensado que atraería la atención», declaró el teniente alcalde del pueblo, Osman Akbas.

Y vaya si lo hizo. La estatua, de hecho, fue vandalizada horas después, si bien los sospechosos, dos jóvenes de veinte años, aseguraron que «había sido un accidente» y que no tenían ninguna intencionalidad política.

No era la primera estatua turca que arrancaba titulares: un mes antes, Melih Gökçek, el alcalde de Ankara había dejado boquiabiertos a los habitantes de la capital turca al instalar un robot gigante en una rotonda. La polémica fue tal que la Cámara de Arquitectos de la ciudad decidió iniciar acciones legales contra el político por presunta malversación de fondos públicos.

Como consecuencia, Gökçek decidió sustituir el robot… por un gigantesco Tiranosaurio Rex, ya que el robot, aseguró, «crispaba los nervios de algunos izquierdistas».

Y es que, por algún motivo, los alcaldes de Turquía son muy aficionados a erigir estatuas más o menos extrañas. Es común que las ciudades edifiquen un monumento a algún motivo de orgullo local. Así, la localidad de Inegöl, famosa por su ‘köfte’, tiene una estatua de una mano que empuña un tenedor, en el que hay pinchada una porción de esta conocida carne asada; en Usak hay una sandía gigante; en Kastamonu, unos ajos gigantes; en Gaziantep, un pistacho gigante; en Devrek, la capital turca de los bastones hechos a mano, un bastón gigante; en Van, cuya raza autóctona de gatos es conocida en todo el mundo por tener un ojo de cada color, hay un gato gigante. Y podríamos seguir.

Pero a veces, estas construcciones son tan bizarras que ni los mismos locales entienden su razón de ser. Es el caso, por ejemplo, de dos pelícanos contrayendo matrimonio en la ciudad mediterránea de Karsiyasa. O un enorme patito de goma en el barrio de Üsküdar, en Estambul. O una alcachofa descomunal en Bakirköy, en la misma ciudad.

Así, uno de los pequeños placeres de viajar por Turquía es entrar a una ciudad nueva y preguntarse: ¿qué estatuas tendrán aquí? El visitante rara vez sale defraudado.

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