Vista general de la ceremonia de la firma del Tratado de Lisboa, en el Monasterio de los Jerónimos de Lisboa, Portugal
Vista general de la ceremonia de la firma del Tratado de Lisboa, en el Monasterio de los Jerónimos de Lisboa, Portugal - epa

La Unión Europea, un club dañado por la crisis helena

Uno de los pilares de la organización ha sido cumplir las reglas, algo que Atenas no parece entender

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La Unión Europea (UE) es una comunidad de derecho internacional para la integración y la gobernanza en común de los Estados y pueblos de Europa. Está compuesta hoy por 28 miembros. Y tiene su origen en la nada extravagante idea de unos estadistas franceses y alemanes y otros, a su cabeza Robert Schuman y Konrad Adenauer, de que quienes cocinan su pan juntos, lo comparten bien y no se pelean. Con Europa convertida en un inmenso mar de escombros y cementerios, con las cotas más altas de barbarie y las más bajas simas de la depravación todas alcanzadas en el supuestamente civilizado y sofisticado viejo continente, los pueblos europeos, tras llorar y enterrar a sus muertos, estaban volcados en la reconstrucción de sus ciudades devastadas e industrias e infraestructuras desaparecidas.

Pero los más sabios se preocupaban ya por buscar formas de evitar la repetición de la tragedia que acababa de concluir. Tampoco este temor a una repetición era ni mucho menos extravagante. Porque en tres décadas, Europa había causado dos inmensas guerras que estallaron en su corazón y se convirtieron en conflagraciones mundiales. Desde el año 1918 en que concluyó la mayor guerra jamás habida en la historia hasta el comienzo de la siguiente que habría de superarla con creces en extensión, gravedad, número de muertos y devastación moral, pasado solo 21 años.

De ahí que los padres fundadores pensaron que había que buscar una rápida fórmula de generar intereses comunes compartidos entre enemigos tradicionales por pasión para convertirlos en socios y aliados por razón e interés. Y se decidió comenzar esa cooperación por un terreno estratégico, que hasta entonces era un campo de frenética rivalidad entre los Estados. Es decir, empezar por las materias imprescindibles para la industria necesaria para fabricar las armas requeridas para despedazarse los unos a los otros.

Y así se comenzó aquella labor desde un principio con el acuerdo para compartir y coordinar la producción y el comercio común del carbón y del acero. Casi 65 años han pasado desde aquella constitución en 1951 de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), con la participación de Alemania, Francia, Italia, Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo. Lo que desde entonces ha sucedido entra de lleno entre lo logros estelares de la humanidad. Y por mucho que algunos hoy vean peligrar todo ese proyecto esto es ya un hecho incontrovertible. Porque el inmenso éxito de la Unión Europea no podría ni discutirse ni negarse aun si llegara a su fin. Los 28 estados miembros de la UE han entrado todos en ella voluntariamente, muchos después de inmensos esfuerzos por lograrlo, frecuentemente con ingentes sacrificios de sus respectivas poblaciones por cumplir las condiciones requeridas para entrar en este exclusivo club de prestigio. Siempre ha habido una cola para entrar. A veces muy larga.

La Unión Europea siempre ha sido un poder suave en el que ha regido a lo largo de su historia —hasta niveles muy poco prácticos y disfuncionales— el principio del pleno acuerdo y por tanto del veto. Ha habido muchos casos de conflicto desde el principio porque en dirimirlos está gran parte de la razón de su existencia. En resolverlos, desde los conflictos pesqueros a los lácteos, los eternos problemas de presupuestos y de cuotas u otros choques de intereses entre países que, según iba creciendo la comunidad de estados, tenían menos base común y más posibles diferencias. Pero toda la organización y su amplia e intensa institucionalización está concebida con una vocación garantista y de buena fe como jamás lo ha sido otra comunidad de derecho. Por eso han sido pocos los enfrentamientos de instituciones y miembros contra uno de ellos aislado por alguna litigio o problema. Y jamás hubo un caso como el de Grecia dentro de la zona euro, con su conflicto total con los órganos de la UE que ha llevado a un lenguaje y una relaciones que no tienen precedentes en la historia común.

Desafíos y enfrentamientos

Grecia ha desafiado reglas y principios y ha llevado el enfrentamiento a unos niveles absolutamente desconocidos y algunos creen que irreversibles. Muchos creen que aunque hubiera ahora acuerdo inicial, se ha roto ya algo irrecuperable. Y que las dificultades de un gobierno como el griego a hacer una política de reformas, unidas a esa destrucción de la mínima base de confianza y buena fe necesaria llevarán más temprano que tarde a una salida de Grecia de la moneda común. Se verá si entonces la hostilidad no es ya tan grande que pueda crear una dinámica que acabe con la salida de Grecia hasta de la UE.

Quizás el caso más espectacular y desde luego sin precedentes fue el de las sanciones impuestas a Austria en el año 2000 por la formación de un gobierno de coalición de los democristianos de la ÖVP con los populista ultraderechistas del FPÖ de Jörn Haider. Hoy parece una broma la ofensiva, incluidas las sanciones, lanzada por la Comisión y los entonces trece otros miembros contra la decisión electoral de los austriacos que en ningún momento violaron ni pusieron en duda ningún acuerdo ni principios de los Tratados. Todo por la acusación o sospecha del carácter xenófobo que se mantenía sobre el FPÖ. El agravio comparativo fue realmente escandaloso. Nadie pidió sanciones por los acuerdos de Silvio Berlusconi con xenófobos de la Lega Nord en Italia. Nadie los pidió contra un Gobierno de la extrema izquierda como es el de Alexis Tsipras. Ni por sus numerosas deslealtades y afrentas a la UE. El caso de Austria duró tan solo unos meses. Y aunque muchos consideraron entonces injusto el trato, la cohesión de la UE no estuvo en duda.

Todos los países recién liberados de la tiranía comunista hacían cola para ingresar en este club exclusivo de lujo, con su altísimo nivel de vida, su calidad democrática y su prestigio de eficacia y buen hacer. Hoy, la tremenda crisis de la pasada década ha dejado inmensas grietas. La buena imagen de la UE es cuestionada por muchos. Como lo es el propio futuro del euro o al menos la continuidad en el mismo de diversos estados. Angela Merkel ha dicho que del futuro del euro depende el futuro de la UE.

Es posible que la unión haya pecado de exceso de ambición y las diferencias entre norte y sur, entre ricos y pobres, entre capaces e incapaces de adaptarse a los nuevos tiempos, dinamiten definitivamente el proyecto común. Sería un pésima noticia para todos, pero ante todo para el sur. El norte se organizaría en torno a Alemania. El sur se desperdigaría. Se desmoronaría nuestro bienestar pero ante todo nuestra seguridad en un mundo cuajado de amenazas. Porque dejaría de funcionar el principio que dio pie a esta maravillosa aventura común de la Europa unida en libertad y prosperidad. Que los que cultivan juntos sus intereses no se matan entre ellos.

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