El primer ministro de Reino Unido, David Cameron
El primer ministro de Reino Unido, David Cameron - efe
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Un portazo británico a la Unión Europea no les saldría gratis

El PIB caería más del 2% por el descenso del comercio y de la inversión extranjera

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Primero fue el «Grexit», la posibilidad de Grecia fuera del euro, que sigue viva por méritos propios de Syriza. Ahora se habla también del «Bretix» (o Britix en inglés), el riesgo de que el referéndum que ha prometido Cameron sobre la continuidad del Reino Unido en la UE acabe con el país fuera del club europeo. El flamante ganador de la mayoría absoluta ha reiterado que cumplirá su promesa de celebrar la consulta en 2017 y ya se especula con que podría adelantarla al otoño del año que viene. El coste podría ser enorme. Según un estudio alemán, que siempre se puede alegar que es de parte, el PIB de un Reino Unido fuera de la UE caería en 300.000 millones hasta 2030 y la renta per cápita de los británicos se reduciría en 4.850 euros.

Si se dejan llevar por el corazón, la mayoría de los británicos no simpatizan con el proyecto europeo, y menos cuando la batuta del club la lleva cada vez más claramente Alemania. Históricamente los británicos siempre habían fomentado una UE con tres focos de poder —Londres, París y Berlín—, pero el alejamiento inglés y la pájara de Francia le han dado el mando de facto a Merkel. Sin embargo la opinión de la cabeza es diferente: formar parte de una sociedad de 28 países que da acceso directo a un mercado de casi 500 millones de personas es una ventaja económica enorme como para tirarla por una pataleta nacionalista, que en el fondo es lo que late mayormente tras el «Bretix».

Los euroescépticos recuerdan que el Reino Unido es un contribuyente neto en Bruselas, por tanto el país ahorraría marchándose. Aseguran que sería más fácil controlar las entradas de inmigrantes, porque los ciudadanos de la UE ya no tendrían libre acceso. Creen también que liberado de las picajosas reglamentaciones de Bruselas, el Reino Unido sería más libre y se movería con más ligereza para comerciar en los mercados emergentes.

Nigel Farage, el líder del partido eurófobo UKIP, es el máximo exponente de los que quieren irse de la UE mañana mejor que pasado y lo razonó así para ABC: «Son las empresas y las personas las que comercian en un mercado abierto, no los estados. Los empleos dependen del comercio, de los negocios, no de ser miembro de una unión política. Las empresas de China, Estados Unidos e Islandia compran y venden en Europa, y no son miembros de la UE. El Reino Unido está perdiendo hoy empleos como consecuencia directa de políticas de la UE. Su fomento de la energía cara, de la emigración masiva, de un euro perjudicial y una legislación híper-regulatoria nos están costando puestos de trabajo cada día».

Sin embargo la mayoría de los centros de estudios británicos discrepan de los euroescépticos y vaticinan un durísimo golpe económico. Tampoco la banca, los empresarios británicos o ni siquiera la prensa «tory» quieren al Reino Unido fuera. El propio David Cameron tampoco desea en realidad marcharse. En buena medida es rehén de sus promesas electorales, con las que buscaba plantar un cortafuegos alrededor del partido eurófobo UKIP, que amenazaba sus caladeros de votos más derechistas.

La City, el pulmón de Londres, es sede de 250 bancos de todo el mundo y emplea a 160.000 ejecutivos cualificados, con buenos salarios. Pero permanecer en la capital de un país ajeno a la UE no interesaría a muchas entidades. HSBC, el mayor banco británico, ya lo ha hecho saber. Ha comunicado que el referéndum, junto a la mayor regulación del sector bancario, es el motivo que ha llevado a su consejo a comenzar a sopesar la posibilidad de trasladar su sede a Hong Kong. Otras empresas también han dejado caer la hipótesis de una retirada, como Nestlé, Hyundai, Ford y Goldman Sachs.

Esta semana, George Osborne, el ministro de Economía, comisionado por Cameron como negociador, ya ha comenzado a conversar con los socios europeos unas condiciones más favorables a sus intereses, sobre todo en inmigración. Si la negociación sale mínimamente bien, el primer ministro pediría el «sí» a la Unión. En su anterior legislatura, la coalición de tories y liberales fracasó estrepitosamente en sus garantías de control de las fronteras. Prometieron que la cifra de inmigrantes caería a cien mil por año, pero el último registro hablaba de 298.000, casi el triple.

El desafecto antieuropeo cala principalmente en Inglaterra, pues Escocia es europeísta. Atiende sobre todo a motivos sentimentales. Nostalgias imperiales y la sensación —en parte real— de que Bruselas recorta cada vez más la soberanía nacional. También temen la regulación bancaria europea, más estricta, y critican que la Comisión Europea gobierna cada vez más pensando en la Eurozona, y el Reino Unido no está en el euro.

La CBI, la patronal británica, calcula que pertenecer a la UE supone entre el 4% y el 5% del PIB. La asociación de fabricantes, la EEF, ha preguntado su opinión a sus miembros y el 85% quieren seguir en Europa y solo un 7% dice no. El Centre for Economic Performance de la London School of Economics eleva el varapalo a una merca del PIB de entre el 6,3% y el 9,5%. Incluso en la hipótesis más optimista, si el Reino Unido pudiese negociar una relación tipo Suiza, con acuerdos de libre comercio, hablan de un -2,2%.

Desde Alemania, un estudio de la Fundación Bertelsmann y el Ifo Institute, ambos de gran prestigio, calcula que en el peor escenario en el año 2030 el Reino Unido aislado de Europa habría perdido 313.000 millones. «El Brexit sería dañino para toda Europa, pero muy especialmente para el Reino Unido», explica Aart de Geus, el responsable de la Fundación, que añade que «además sería malo para la integración europea y la imagen de Europa en el mundo». En el escenario más favorable, con un Reino Unido a la suiza, estiman que el PIB caería 220.000 millones hasta 2030. Y es que creen que Londres dejaría de ser el centro financiero global que es hoy y que el país perdería mucha capacidad de innovación.

Para hacerse una idea de cambio de decorado que traería el triunfo de aislacionismo, cabe recordar que la UE es el principal socio comercial del Reino Unido, a donde exporta el 50% de sus bienes y servicios. A pesar de que la cifra era un 5% más alta en 2008, sigue siendo la mitad: el año pasado vendieron 147.000 millones de libras a la UE y 144.900 al resto del mundo.

Si el Reino Unido deja Europa tendría que compensarlo abriéndose más a otros mercados: Estados Unidos, India, China, Indonesia… Y ahí surge un riesgo para la calidad de vida de los británicos. Sus productos competirían todavía más con lo que fabrican trabajadores de bajos derechos laborales, o nulos. A la larga se podrían precarizar las condiciones de trabajo en el Reino Unido. Además, la Unión Europea es más protectora del bienestar laboral que el modelo británico, que admite ya prácticas como los llamados «contrato de cero horas», donde el empleado no tiene firmado horario alguno y se encuentra al albur de que lo vaya llamando el empleador.

El grupo de pensamiento Open Europe, europeísta, como su nombre indica, calcula que en el peor escenario la merma acumulada del PIB británico, en el 2030 sería del 2,2% (56.000 millones de euros menos hasta ese año). Por el contario, cree que en el mejor escenario, si negocian bien, el PIB podría crecer un 1,6% sin Europa.

Un sector claramente perjudicado sería el de la automoción, que supone el 3% del PIB británico, con 300.000 buenos empleos. Muchas compañías se llevarían sus plantas de coches al continente para ahorrarse engorros arancelarios. En general, las exportaciones acusarían las tasas fronterizas. También lo pagaría el medioambiente y el control sanitario de los alimentos, parcelas en las que Bruselas es más exigente que Londres, que ha ido mejorando al rebufo del mandato de Europa.

Aunque con tiento, la prensa conservadora también ha criticado los gestos antieuropeos del primer ministro, que se incrementaron según se acercaban las elecciones y parecía que el lobo de UKIP era más grande de lo que resultó. Los diarios tories son partidarios de reformar el control de inmigrantes, pero alertan de los riesgos de granjearse la enemistad del resto de Europa y a veces recuerdan en sus editoriales que en España viven más de 700.000 británicos.

En política, los laboristas, los liberales y los nacionalistas escoceses son europeístas. Gordon Brown, de 64 años, que fue primer ministro laborista entre 2007 y 2010 y perdió las elecciones frente a Cameron hace cinco años, advirtió durante la campaña que Gran Bretaña sería como Corea del Norte si deja el club de los 28. En un artículo en «The Guardian» desdeñó la llamada opción Hong Kong: «Dejar Europa para unirse al mundo, la opción Hong Kong, es realmente convertirse en Corea del Norte. Nos dejaría fuera en el frío, con pocos amigos, ninguna influencia, poco comercio e incluso menos inversiones».

Brown enunció también datos empíricos de lo mucho que aporta al Reino Unido formar parte de la UE: «Debemos decir la verdad, tres millones de empleos, 25.000 compañías, 200.000 millones de libras anuales de exportaciones y 450.000 millones en inversiones están ligados a Europa».

Clegg, el recién dimitido líder liberal, aseguraba que «tres millones de empleos británicos dependen de la UE». Los nacionalistas escoceses del SNP ya advierten a Londres que si el Reino Unido se va de Europa convocarán de inmediato otro referéndum por la independencia, porque no quieren quedarse fuera por lo que decidan los ingleses, que son los que más pesan en población.

Tony Blair, también europeísta, advirtió a Cameron durante la pasada campaña electoral una hipotética salida de Europa llevaría a su país a «una inestabilidad nunca vista desde la Segunda Guerra Mundial».

Hace dos meses, la milla bancaria londinense celebró como un triunfo que el Tribunal General de la UE, con sede en Luxemburgo, daba la razón al Reino Unido frente al BCE. El regulador europeo quería que los acuerdos que se llevan a cabo en euros se liquidasen en países de la Eurozona, desplazando así a la City del negocio de la divisa única. Pero el tribunal ha aceptado la apelación de los ingleses. La City seguirá siendo referencia y capital financiera para el euro, a pesar de estar en un país que nunca lo ha querido. Sin embargo, todo cambiaría siendo Londres un país ajeno a la Unión Europea.

Por último, el Reino Unido, un país con 64,1 millones de habitantes, pesaría mucho menos en el mundo fuera de Europa. Aunque a muchos les cueste todavía creerlo, el imperio victoriano queda ya muy lejos. Con todo el revuelo, las encuestas siguen dando que la mayoría de los británicos son partidarios de quedarse. Pero visto el éxito de las elecciones, ¿para qué sirven ya las encuestas?

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