Un campamento levantado en Bhaktapur. Katmandú
Un campamento levantado en Bhaktapur. Katmandú - efe

La población damnificada por el terremoto en Nepal sigue sin comida ni tiendas de campaña

Aumenta la preocupación por el paradero de cuatro montañeros españoles

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Cuando está a punto de cumplirse una semana del devastador terremoto de Nepal, que se ha cobrado ya 5.500 vidas y 10.000 heridos, los damnificados empiezan a perder su, hasta ahora, infinita paciencia oriental. En Katmandú, decenas de miles de personas llevan seis días durmiendo en la calle, bajo lonas de plástico, y sin apenas comida ni agua mientras ven pasar sobre sus cabezas los aviones que no paran de aterrizar con ayuda humanitaria. Unos suministros que luego no llegan a la mayoría de los damnificados por las gigantescas dimensiones de esta catástrofe, donde un millón y medio de personas necesita urgentemente comida, y por las tortuosas carreteras de este paupérrimo país, que dificultan el reparto de la ayuda a las remotas montañas del interior.

Pero es que ni siquiera en la capital, Katmandú, se lleva a cabo esta distribución de forma eficiente. «Estamos muy enfadados con el Gobierno porque no hemos recibido comida ni agua y hemos tenido que comprar nosotros mismos este toldo para cobijarnos», se queja Maya Lama, una mujer de 30 años que se gana la vida vendiendo gallinas en la calle. Después de que su casa se desplomara en el terremoto, ha acampado a orillas del río Vishumati junto a varios cientos de damnificados que también perdieron sus hogares. Compartiendo la lona con otras 25 personas, cuenta que la única ayuda que han recibido otros supervivientes acampados varios metros más abajo proviene de un club social, no de las autoridades. «El sábado y el domingo no pudimos echarnos nada al estómago porque habíamos guardado la comida para los niños. Hasta el lunes, cuando abrieron algunas tiendas, no probamos bocado», dice indignada.

Rabia creciente

A medida que pasaban los días sin recibir apenas asistencia, la rabia de los damnificados ha crecido hasta estallar en varios incidentes con el Ejército. En Sangachowk, un pueblo a tres horas de Katmandú muy castigado por el terremoto, sus vecinos cortaron la carretera el miércoles para detener varios camiones militares que transportaban víveres a la capital. Además, 200 manifestantes protestaron ese mismo día frente al Parlamento para pedir más autobuses gratuitos, como ha prometido el Gobierno, con los que regresar a sus pueblos para reunirse con sus familiares y comprobar que están bien.

Y el propio primer ministro, Sushil Koirala, fue abucheado cuando visitaba el barrio de Basundhara, otro de los más afectados en Katmandú. Mientras el Gobierno reconoce sus fallos en la gestión de esta crisis sin precedentes, promete una indemnización de 100.000 rupias (877 euros) para cada familia que haya perdido a alguno de sus miembros, así como entre 3.000 y 5.000 rupias (entre 26 y 44 euros) para quienes hayan sufrido daños en sus casas.

En medio de este caos, aumenta la preocupación por el paradero de cuatro asturianos que se encontraban en Langtang, una de las zonas más devastadas. Tal y como detalló ayer el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, se sigue buscando a 78 españoles, de los que 15 se hallaban en áreas que han quedado arrasadas. Trece de ellos recorrían regiones montañosas y dos visitaban Pokhara, la segunda ciudad del país.

Para evacuar a los españoles ya localizados, el Gobierno ha destinado a Katmandú a tres funcionarios de la embajada en Nueva Delhi: el diplomático Emilio Contreras, que está coordinando la repatriación, un policía nacional y una empleada india. Su misión consiste en atender a los nacionales que llegan desde otros puntos de Nepal para sacarlos del país en avión. Mientras esperan su salida, algunos han sido alojados unos días en el lujoso hotel de la cónsul honoraria en Nepal, Ambica Shrestha, y en las oficinas de una constructora española.

Siguiendo la tradición hindú, religión mayoritaria en Nepal, las familias de Katmandú queman los cadáveres de sus fallecidos en el templo de Pashupatinath, a orillas del río sagrado Bagmati, para acabar el ciclo de la vida terrenal y que sus almas se reencarnen. Hasta la próxima tragedia.

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