Los líderes japonés, Abe, y chino, Xi Jinping, hoy en la cumbre de la APEC en Pekín
Los líderes japonés, Abe, y chino, Xi Jinping, hoy en la cumbre de la APEC en Pekín - afp
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Xi Jinping y Shinzo Abe rompen el hielo entre China y Japón

Aunque ambos se han mostrado muy fríos, su reunión durante la cumbre de APEC mejora sus relaciones diplomáticas, rotas por la disputa de las islas Senkaku-Diaoyu

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Después de dos años de disputas que han congelado sus relaciones, el presidente de China, Xi Jinping, se ha reunido este lunes con el primer ministro de Japón, Shinzo Abe, aprovechando su asistencia en Pekín a la cumbre del foro de Cooperación Económica de Asia y Pacífico (APEC). Aunque su apretón de manos ha sido el más frío que ambos podían dispensarse, su mero encuentro ya sirve para romper el hielo entre ambos países, enfrentados por las islas Senkaku-Diaoyu y las heridas aún abiertas de la ocupación imperial nipona sobre China entre 1931 y 1945.

Sin disimular ni una sonrisa, la tensión entre ambos era palpable a tenor de las imágenes distribuidas por las agencias internacionales. Además, y rompiendo las normas de la diplomacia internacional, Abe tuvo que esperar la llegada de Xi en la sala del Gran Palacio del Pueblo donde iban a encontrarse ante las cámaras, en lugar de ser recibido por su anfitrión como es habitual.

Por si quedaba alguna duda, la agencia estatal de noticias Xinhua dejaba claro que la entrevista había sido “a petición” del primer ministro nipón.

“Creo que no solo nuestros vecinos de Asia, sino muchos otros países, han esperado durante mucho tiempo que Japón y China tengan conversaciones”, se congratuló Abe, quien destacó que “finalmente hemos cumplido estas expectativas y dado un primer paso para mejorar nuestras relaciones”. Por su parte, según informó Xinhua, Xi Jinping instó al Gobierno nipón a “hacer más para ayudar a mejorar la confianza mutua entre Japón y sus países vecinos, así como jugar un papel constructivo en salvaguardar la paz y la estabilidad de la región”.

Con el recuerdo aún vivo de las atrocidades cometidas por el Ejército imperial nipón durante la conquista de China en la II Guerra Mundial, las relaciones entre ambos países estaban seriamente deterioradas por la disputa de las islas Senkaku, o Diaoyu en mandarín, que China le reclama a Japón.

Enclavado entre Okinawa y Taiwán, este archipiélago formado por cinco islotes y tres arrecifes ha sido reivindicado desde 1895 por Japón, que incluso llegó a tener allí una factoría de pescado. Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos tomó posesión de ellas, pero se las devolvió en 1972 a Japón, que las considera parte de su territorio porque desde entonces las ha venido arrendando a sus propietarios originales. En septiembre de 2012, Tokio compró tres de sus cinco islotes al empresario Kunioki Kurihara por 2.050 millones de yenes (20 millones de euros), provocando multitudinarias protestas en China contra sus intereses.

En noviembre del año pasado, el autoritario régimen de Pekín incluyó dicho archipiélago en su zona defensiva de identificación aérea sobre el Mar Oriental de China. Mediante tal medida, Pekín obligaba a todos los aviones que sobrevolaran la zona a comunicar por radio su ruta, so pena de llevar a cabo “medidas defensivas de emergencia”. Una decisión que Japón tildó de “inaceptable” por considerarla una intromisión en su soberanía nacional sobre las Senkaku. Desafiando las advertencias de Pekín, varios aviones de combate de EE.UU., Japón y Corea del Sur atravesaron sin avisar su zona de identificación aérea y fueron seguidos por cazas chinos, elevando la tensión militar en la región.

Aunque estos islotes están deshabitados, enfrentan a China y Japón por sus supuestos yacimientos submarinos de gas y petróleo y sus ricos bancos de pesca. Pero, por encima de la importancia de sus recursos o de su posición geoestratégica, se han convertido en una recurrente arma arrojadiza entre ambos Gobiernos, fundamentalmente para cohesionar a la opinión pública en sus respectivos países.

Para terminar de empeorar las cosas, Shinzo Abe visitó a finales del año pasado el santuario de Yasukuni, enclavado entre el Palacio Imperial de Tokio y el Museo Militar de Yushukan. Allí se veneran las almas de los 2,5 millones de soldados nipones caídos en acto de servicio desde la restauración de la dinastía imperial Meiji (1866-69) hasta el final de la Segunda Guerra Mundial (1939-45). Entre ellos figuran más de un millar de criminales de guerra – 14 de primer clase – ajusticiados por los Aliados al término del conflicto. En 1978, todos ellos fueron incluidos de forma secreta en el Registro de Almas de Yasukuni. Por ello, cada visita de los parlamentarios y ministros japoneses supone una grave ofensa para las naciones que más sufrieron la ocupación nipona, como China y Corea, donde se calcula que murieron entre 20 y 30 millones de personas.

Intentando mejorar sus relaciones, China y Japón se comprometieron el viernes a reanudar sus contactos políticos, diplomáticos y de seguridad. En su comunicado conjunto, Tokio incluso reconoció que había puntos de vista distintos a su soberanía sobre las Senkaku-Diaoyu, lo que parece ser una concesión para complacer a Pekín.

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