El aeropuerto de Bangui, convertido en campo de refugiados
El aeropuerto de Bangui, convertido en campo de refugiados - abc

Centroáfrica, una generación en el exilio

Casi un millón de personas han abandonado sus hogares desde el estallido de la violencia en 2012

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Abu no podía dormir. Estaba cansado, pero no lograba calmar su inquietud. Hacía días que en Bangui, la capital de República Centroafricana, sólo se escuchaba el rugido metálico de los vehículos militares y el eco distante de alguna ráfaga perdida de AK-47. Con la ayuda de un vecino, logró salir de su barrio y abandonar el país con su familia en dirección a Israel, donde aguardó durante un mes antes de dirigirse a España en busca de un lugar seguro. Ocho meses después nos reunimos en las oficinas centrales de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). El calor es sofocante; pero el recuerdo del día en que abandonó su casa aún permanece fresco en su memoria. «Ocurrió el 31 de diciembre de 2013.

Entraron cuando ya había oscurecido y se lo llevaron todo, hasta las puertas y las ventanas. Aquella noche peinaron todo el barrio, buscándonos. Amenazaron y pegaron a nuestros vecinos y amigos, pero no dieron con nosotros. Fue entonces cuando supe que tenía que sacar a mi familia de allí».

Sabiéndose por fin a salvo, Abu mira ahora su futuro a través del velo del exilio. La serenidad con que relata sus vivencias de los últimos doce meses revelan la auténtica fortaleza de un pueblo acostumbrado a la tragedia. No le tiembla la voz, aunque sus ojos delatan la angustia de quien lo ha perdido todo. Abu no es su nombre real, pero para este centroafricano musulmán de 35 años, el anonimato es todo cuanto tiene para garantizar su seguridad y la de su familia: «Nosotros logramos huir, pero mi madre y mis amigos aún están en Bangui».

Los últimos datos proporcionados por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) corroboran que el testimonio de Abu no es un caso aislado. Antes del inicio del conflicto, Centroáfrica estaba poblado por más de 5,2 millones de personas, la mitad de ellas niños. Hoy, 28.000 niños centroafricanos están al borde de la hambruna, cerca de 418.000 personas se encuentran refugiadas fuera del país —236.800 sólo en Camerún— y alrededor de 500.000 han buscado refugio en campos de desplazados, hospitales, iglesias, mezquitas y misiones religiosas. Pero es difícil encontrar un lugar seguro. Ni siquiera en el aeropuerto nacional de Bangui, convertido ahora en el mayor campo de desplazados del país, que ha sufrido continuos ataques de grupos armados.

La capital de República Centroafricana, epicentro de toda la devastación y el caos que asolan el país desde hace dos años, ha visto cómo en nueve meses su población musulmana se reducía a 2.000 personas, de las 60.000 que aun transitaban sus calles en enero. Tras independizarse de la antigua metrópoli francesa en 1960 los grandes cambios de poder se han intercalado con periodos de gran inestabilidad, con un golpe de Estado cada diez años. «Bangui es ahora un espectáculo postapocalíptico, hay barrios enteros que han sido reducidos a cenizas». Así describe José Mas Campos, Coordinador de Emergencias de Médicos Sin Fronteras (MSF), el panorama de una tierra que se ha precipitado hacia el abismo desde que, en 2012, una milicia conocida como Séléka invadiera el país desde el norte.

Esta facción rebelde, formada por una coalición de varios grupos armados y con un elevado número de mercenarios chadianos y sudaneses entre sus filas, denunciaba el desdén del presidente François Bozizé hacia las regiones del norte de Républica Centroafricana. A su paso, un elevado número de jóvenes sin ocupación y mercenarios de toda índole se unieron a la causa de Séléka. «Esta milicia asaltaba los centros penitenciarios y liberaba a los presos, de manera que éstos veían la oportunidad de unirse a un grupo que les permitiría saquear, violar y matar con total impunidad», asegura el padre Fidele Koagbiayo, misionero en la región de Bangassou, al este del país.

Intervención de la ONU

Atrás queda medio siglo de convivencia y de paz entre las diferentes comunidades que componen el tejido social del pueblo centroafricano. Desde el último golpe de Estado, en 2013, la situación degeneró. Tras los atropellos y desmanes cometidos por Séléka, llegaron las venganzas y las represalias de los Anti Balaka —grupos de autodefensa que surgieron en respuesta a los excesos de Séléka—, y con ellas, la sangre volvió a bañar la tierra roja de África en un conflicto en el que los muertos se cuentan ya por miles.

La herida abierta en República Centroafricana, que comenzó a sangrar en 2012 con la invasión y posterior golpe de Estado de Séléka, ha comenzado a cerrarse con la reciente ocupación del país por parte de las tropas internacionales de la ONU el pasado 15 de septiembre. Pero el proceso de curación será largo. Dos años de guerra civil, disfrazada de disputa étnica, han estancado la economía y convertido al Estado centroafricano en el tercer país más pobre del mundo según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD); alcanzando a su vez el tercer puesto en el Índice de Estados Fallidos, realizado por la organización Fund For Peace, sólo por detrás de Sudán del Sur y Somalia.

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