Cambio de hora

William Willett, el desconocido culpable de que hoy duermas una hora más por el cambio de hora

Este británico, director de una empresa de construcción, impulsó la idea cambio de hora para aprovechar más la luz del sol

El británico William Willet
Manuel P. Villatoro

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La lucha contra el derroche energético tiene tantos padres como la Constitución española de 1978. Es por ello que cuesta rastrear su verdadero origen. Aunque la mayoría de los historiadores coinciden en que uno de sus primeros defensores fue Benjamin Franklin . Casi nada. En una extensa misiva enviada a los editores del «Journal of Paris» en 1784, y bajo firma anónima, el político expuso lo absurdo que le parecía el despilfarro y abogaba por valerse de la luz natural antes que usar otro tipo de energía:

«Estuve en […] la presentación de la nueva lámpara de los señores Quinquet y Lange, y se la admiró mucho por su esplendor; pero se preguntó si el aceite que consumía no era proporcional a la luz que proporcionaba, en cuyo caso no habría ningún ahorro en su uso. […] Me fui a casa y a la cama […] con la cabeza ocupada con el tema. Un ruido repentino y accidental me despertó alrededor de las seis de la mañana, cuando me sorprendió encontrar mi habitación llena de luz; […] frotándome los ojos, percibí que entraba luz por las ventanas. […] Consideré que, de no haberme despertado tan temprano en la mañana, habría dormido seis horas más a la luz del sol, y a cambio habría vivido seis horas la noche siguiente a la luz de las velas».

Memorial de Willett

Aquel sencillo descubrimiento hizo que el bueno de Benjamin atase cabos. ¿Cómo podía solucionar el problema del ahorro de energía? En la misiva desgranó, con datos y cálculos precisos, el gasto que suponía alumbrarse con las costumbres trasnochadoras de la época. Y lo hizo en velas, como procedía, y a lo largo de un mes. El resultado fue escalofriante: casi 97 millones de libras de apoquine para 100.000 familias. «¡Es una suma inmensa!» , añadió. Como solución, algo rudimentaria, propuso «acabar con las viejas costumbres» y hacer sonar las campanas de las iglesias en cuanto saliera el sol para despertar a sus conciudadanos.

Es cierto que Benjamin Franklin puso los mimbres sobre los que luego se sustentaría el cambio de hora que nos afecta este fin de semana (recuerden, a las 3:00 de la madrugada del 24 al 25 de octubre volverán a ser las 2:00). Y nadie le quita su parte de responsabilidad en ello. No obstante, el hombre que impulsó la llegada palpable del llamado «horario de verano» no fue un filósofo ni un gran pensador de su era, sino un constructor de Londres que vivió entre 1857 y 1915 llamado William Willett . Un iluminado, si me permiten el juego de palabras, más de un siglo después.

Willet tuvo una revelación similar a la de Franklin. Aficionado como era a los deportes y a las actividades al aire libre, paseaba una mañana de verano a caballo cuando observó que ninguno de sus vecinos se había levantado a pesar de que había salido el sol. Todas las cortinas estaban echadas, las ventanas cerradas y la luz, por tanto, desperdiciada. Cansado del derroche, en 1907 repartió en su vecindario un folleto titulado «El desperdicio de la luz del día». El texto, extenso, analizaba -como ya hiciera Franklin- el gasto que suponía no valerse de los rayos del astro rey y proponía un cambio clave en la forma de vida de los ciudadanos:

«Si reducimos en 20 minutos la duración de cuatro domingos, pérdida de la que prácticamente nadie sería consciente, tendremos 80 minutos más de luz diurna a partir de las 6 de la tarde todos los días de mayo , junio , julio y agosto […] Por tanto, me atrevo a proponer que a las 2 de la mañana de cada uno de los cuatro domingos de abril, la hora estándar se adelante 20 minutos ; y cada uno de los cuatro domingos de septiembre, se retrase 20 minutos. […] No perdemos nada y ganamos sustancialmente. Después de habernos decidido a conformarnos, en cuatro ocasiones, con un domingo de 23 horas y 40 minutos».

La propuesta arribó hasta los miembros del Parlamento, de los gobiernos locales y de otras tantas organizaciones. Su máxima, tal y como el mismo determinó, era mejorar la saludad y aumentar la felicidad de los ciudadanos, además de ahorrar la friolera de 2,5 millones de libras esterlinas a la sociedad y al estado. Y eso, incluyendo también el dinero que dejarían de ingresar las compañías eléctricas. La idea se materializó en un proyecto de ley , pero no tuvo éxito tangible hasta muchos años después. Así describió todo el proceso un periódico local poco después de la muerte de Willett:

«William Willett era hijo del fundador de la conocida firma de constructores Chelsea, de la que posteriormente se convirtió en director. Era más conocido por ser un firme defensor del uso temprano de la luz del día durante los meses de primavera y verano. Al parecer, defendía la posibilidad de que los británicos cambiaran sus hábitos. […] La idea recibió un apoyo considerable de las corporaciones y los consejos locales. El “Proyecto de Ley de Ahorro de Luz” se presentó ante la Cámara de los Comunes en la sesión de 1908 por el señor R. Pearce, y después fue remitido a un nuevo comité. A pesar del informe favorable, el proyecto de ley no logró llegar a las etapas finales».

No fue hasta la Primera Guerra Mundial cuando se puso en práctica su idea. Y no en Gran Bretaña, sino en Alemania. En un esfuerzo por ahorrar combustible para contribuir al esfuerzo de la contienda, los germanos y los austríacos adelantaron los relojes una hora a las once de la noche del 30 de abril de 1916 . Inglaterra hizo lo propio tres semanas después, el 21 de mayo de ese mismo año. Luego le tocó el turno a Bélgica , Dinamarca , Francia , Italia , Luxemburgo , los Países Bajos , Noruega , Portugal , Suecia y Turquía . Por desgracia, William murió el año anterior, por lo que nunca vio su idea puesta en práctica.

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