El terrible «tormento» de Galdós en sus últimos años de vida: «Pobre, enfermo y solo»

El autor de los «Episodios nacionales» se vio obligado a seguir escribiendo, a pesar de su creciente ceguera, para poder subsistir. «Los capítulos postreros de la novela de su vida han tenido una honda emoción de tristeza y orfandad»

Benito Pérez Galdós, pocos años antes de morir ABC
Israel Viana

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La abominable pobreza visitó a Benito Pérez Galdós (Las Palmas, 1843-Madrid, 1920) al final de su vida. El gran novelista de la lengua castellana del siglo XIX solo pudo construir una modesta casa junto a la playa de la Magdalena, en Santander, con los réditos obtenidos por sus éxitos literarios. No se conocieron otras pertenencias del autor de los « Episodios Nacionales » en sus últimos días, en los que, además, tuvo la necesidad de seguir escribiendo para poder subsistir, a pesar de encontrarse enfermo y casi ciego. «Amenguada considerablemente mi vista, he perdido en absoluto el don de la literatura. Con profunda tristeza puedo asegurar que la letra de molde ha huido de mí, como un mundo que se desvanece en las tinieblas», escribía en 1915.

Tan injusta era aquella situación con el hombre que había dado tanto a su país —«Galdós ha contribuido a crear una conciencia nacional: ha hecho vivir España con sus ciudades, sus pueblo, sus monumentos y sus paisajes», aseguraba Azorín en el diario «El Sol» el día de la muerte del novelista— que durante los últimos meses de su vida, ABC se movilizó con el ánimo de crear una subvención económica para que el novelista, abatido por la edad y las dolencias, no pasara el resto de sus días en la ruina. También presionaron los diarios canarios al Ayuntamiento de Las Palmas, que se comprometió a donar al gigante de las letras una cantidad de 10.000 pesetas, pero nunca llegaron.

«Los último años de Galdós fueron para este un continuo tormento. Recogido en el hotel madrileño de su sobrino, José Hurtado de Mendoza, pobre enfermo y solo, los capítulos postreros de la novela de su vida han tenido una honda emoción de tristeza y orfandad. Y nadie mejor que yo lo sabe, pues he sido testigo de ellos, y no pocas veces he compartido con el maestro la terrible amargura de su soledad», contaba el poeta Marciano Zurita , colaborador habitual de este diario y uno de los más destacados representantes del Modernismo español.

Benito Pérez Galdós retratado por el famoso fotógrafo español Alfonso Sánchez ABC

A pesar de su éxito, lo cierto es que en la España de principios del siglo XX había cerca de siete millones de analfabetos de una población total de 18 millones. Casi ningún habitante compraba obras escritas, a lo que se unió el hecho de que las novelas, los cuentos y los ensayos de Galdós no se distribuyeron nunca en el extranjero. Se cree que si sus libros se hubieran escrito en Francia, Inglaterra o Estados Unidos, habría podido vivir como un autor acaudalado con su extensa bibliografía. Pero no fue así. No pudo tirar de las rentas y se vio obligado a trabajar en plena vejez, dictándole a un ayudante. «Mientras más libros vendo, menos dinero gano. Voy a ser el único editor que se haya arruinado a fuerza de vender muchas ediciones», reconoció en una ocasión.

«Era una maravilla contemplar la naturalidad con que el maestro, ya en la senectud, esquivaba resueltamente aceptar el grandioso homenaje que intentaron tributarle muchos admiradores», escribía en ABC el poeta Marcos Rafael Blanco Belmonte, con motivo de la muerte del autor de «Fortunata y Jacinta», el 5 de enero de 1920. El escritor Canario finalmente aceptó.

«Cuando supo que nuestro propósito era hacer una escultura de él —explicaba Zurita, que pasaba junto a sus compañeros interminables veladas en la alcoba del escritor en la calle Hilarión Eslava—, no pudo ocultar su alegría. Estaba que no cabía en el pellejo de puro contento, y a todas horas nos llamaba para preguntarnos cómo iba la suscripción: "Va muy bien abuelo", le decíamos. "El Círculo de Bellas Artes nos ha dado 1.000 pesetas; el Ateneo, otras 1.000; la Academia, otras 1.000; el Ayuntamiento, lo mismo..."». Y cuando se inauguró en enero de 1919 , un Galdós ya prácticamente ciego pidió que le alzaran para palpar sus rostro esculpido. A pasar las manos por la talla, lloró emocionado al comprobar su parecido. Fue uno de los pocos días de felicidad de sus últimos años.

Homenaje a Gáldós un año antes de su muerte ABC

Su delicado estado de salud se agravó desde que el 13 de octubre de 1919 sufriera una grave crisis de uremia, con fuertes achaques cerebrales, respiratorios, circulatorios y digestivos. Desde ese momento ya no pudo levantarse de la cama. La madrugada del 4 de enero de 1920, los familiares de Galdós escucharon un grito angustioso que rompió el silencio de la casa. Corrieron al lado de la cama de Don Benito, al que vieron echarse las manos a la garganta e intentar incorporarse. Poco después caía sobre la cama. « La muerte ha dejado impresa su huella en el rostro de Galdós , en el que aparece un supremo rictus de dolor», podía leerse en ABC.

Había fallecido sin dinero, pero con todo el cariño de los españoles. Su féretro fue acompañado, desde el Ayuntamiento hasta el cementerio de la Almudena, por más de 20.000 ciudadanos. «Madrileños: Ha muerto Galdós, el genio que llenó de gloria la literatura de su tiempo con las asombrosas creaciones de su pluma», dijo el alcalde de Madrid, Don Luis Garrido Juaristi, el día de su entierro .

Por allí pasaron los hermanos Quintero, Jacinto Benavente, el maestro Bretón o Miguel Echegaray, ministros, concejales, alcaldes y presidentes de las principales asociaciones literarias del país, conscientes de lo que representaba su pérdida. El Rey Alfonso XIII, en cuanto tuvo conocimiento de la trágica noticia, firmó un decreto por el que el Estado correría con todos los gastos de la ceremonia y por el que se le concederían los mismos honores que el poeta Campoamor.

«Al alborear la aurora de ayer cayó a los pies de la muerte, frío y tenso, el cuerpo gigante del glorioso patriarca. Ya sus ojos descansan para siempre en la sombra, y su alma, en el misterio. Ya se cerró su boca que tan poco habló y se crispó su mano formidable, que de tantas maravillas fue creadora», plasmaba Zurita en estas páginas.

Entierro de Benito Pérez Galdós. Aspecto de la plaza de Castelar (Cibeles), al paso de la fúnebre comitiva, en 1920 ABC
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