España y Rusia, dos países que comparten las mentiras de una leyenda negra que les pinta como bárbaros

Tanto la leyenda negra española como la rusa encontraron acomodo intelectual durante la Ilustración, justo cuando los franceses asistieron el fracaso de su proyecto imperial en América mientras el español se mantenía en pie y el ruso se extendía por el mundo

Llegada de Iván V y Pedro I a la ceremonia de coronación de este último
César Cervera

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No una ni dos veces Rusia y España han sido tachadas de anomalías históricas. Bichos raros en su propio continente (cierto que Rusia se mueve entre Asia y Europa), enemigas de la civilización, países con tendencia a la barbarie y esquivas a la modernidad… «Escarba en un español y encontrarás un sarraceno; dentro de un ruso, y encontrarás un tártaro», afirmó en cierta ocasión la escritora estadounidense Gertrude Stein (1874- 1946). Ambos países arrastran leyendas negras sobre su historia y su forma de ser que la invasión a Ucrania ha avivado hasta niveles extremos en el caso ruso. La guerra ha despertado la rusofobia acumulada y ha devuelto viejos tópicos contra la nación de Dostoyevski, León Tolstói, Vasili Kandinski o Ígor Stravinski que los infames actos de Putin no justifican.

«Rusia es una adivinanza, envuelta en un misterio, dentro de un enigma», aseguraba Wiston Churchill en una frase que resume la fascinación y, a la vez, el desconcierto que Rusia ha provocado históricamente a Europa occidental. El origen de esta desconfianza hacia Rusia no está en la Guerra Fría, ni en la Segunda Guerra Mundial, ni en la Revolución rusa, ni siquiera, como muchos creen, en la Guerra de Crimea contra Gran Bretaña. Los prejuicios contra los rusos, principalmente alentados por alemanes, británicos y franceses, proceden de principios del XVIII, cuando la leyenda negra española vivió también su renovación ilustrada.

El origen ilustrado

Tanto la leyenda negra española como la rusa encontraron acomodo intelectual durante la Ilustración, justo cuando los franceses asistieron el fracaso de su proyecto imperial en América mientras el español se mantenía en pie y el ruso se extendía por el mundo a un ritmo asombroso. De la mano de grandes reyes como Pedro I o Catalina La Grande, el imperio ruso se zambulló en la Ilustración y, además de expansión militar, vivió una edad de oro cultural.

En parte por envidia y en parte por arrogancia, la intelectualidad francesa, repartidora de carnet de modernidad por el mundo, se negó a reconocer los méritos internos de Rusia para alcanzar sus objetivos y dibujó a ambos reyes de manera grotesca como déspotas asiáticos, de manera que solo merecían elogios cuando se valieron de los valores ilustrados para, según ellos, curar el atraso de la nación rusa. Curiosamente, Catalina era prusiana y Pedro, un hombre fascinado por la cultura occidental .

Alegoría de la expansión rusa, de Auguste Raffet, hecha durante el levantamiento polaco de 1830.

Como recuerda la filóloga e investigadora María Elvira Roca Barea en su obra ‘Imperiofobia y leyenda negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español’ (Siruela), Rusia se fue transformando en una auténtica obsesión para los ilustrados franceses, pero «no interesaba Rusia en sí misma, ni su lengua ni su literatura ni su cultura ni sus gentes ni su extraordinaria vitalidad». A los ilustrados franceses, solo les interesaba el poder ruso y la cultura que habían adaptado siguiendo el canon europeo que los galos dictaban.

Diderot, Voltaire, Rousseau y otros ilustrados debatieron durante años sobre si era posible civilizar a Rusia , en tanto la consideraban, a pesar de sus avances culturales y políticos, una región bárbara y medio asiática. Prácticamente la misma polémica que los ilustradores, responsables de la renovación de la leyenda negra español en el siglo XVIII, mantenían sobre la tierra del Quijote en esas mismas fechas. La entrada dedicada a España en ‘Encyclopedie ou dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers’ fue especialmente hiriente y causó un pequeño seísmo en la intelectualidad española. Influido por la leyenda negra, Masson de Morvilliers, el autor encargado del artículo sobre España, se dedicó a lanzar juicios sumarios contra la historia del país: «Tal vez sea la nación más ignorante de Europa. ¡Las artes, las ciencias, el comercio se han apagado en esta tierra!».

a zona oriental del continente servía de contrapunto al concepto de civilización al que aspiraban los ilustrados y que consideraban propio de la Europa Occidental

Sin embargo, el problema ruso era todavía más grave que el español, pues a ellos ni siquiera se les incluía dentro de la cultura europea. En palabras del historiador Núñez Seixas en su artículo 'Del ruso virtual al ruso real: el extranjero imaginado del nacionalismo franquista', «la zona oriental del continente servía de contrapunto al concepto de civilización al que aspiraban los ilustrados y que consideraban propio de la Europa Occidental, pero también se construyeron entonces una serie de tópicos acerca del atraso y de las características étnicas de los pueblos del imperio zarista».

En el libro mencionado de Roca Barea , se apunta que incluso la palabra ‘civilización’ se popularizó durante la década de los setenta del siglo XVIII en relación al debate ilustrado de si Rusia era parte de ella o no. Diderot defendía la imposibilidad de florecer las artes y las ciencias en Rusia a corto plazo... Rusia estaba incapacitada, bajo su opinión y su experiencia en el país, para ser una tierra civilizada.

Ingleses y alemanes toman el relevo

Monumento a la guerra de Crimea en Londres.

La propaganda antirrusa se aplificó con las guerras napoleónicas, convertida Rusia en una enemiga preferente de Francia , y se consolidó durante los siguientes siglos. Rusia fue presentada como una tierra hambrienta por conquistar Europa, de modo que sus habitantes cumplían el estereotipo del borracho, ignorante, bárbaro y ferozmente agresivo invasor. En francés se empezó a usar el adjetivo russe con el significado de «taimado» o «astuto».

A mediados del siglo XIX, Gran Bretaña , artífice principal de la leyenda sobre España, tomó el relevo a Francia en la guerra política y propagandística contra Rusia. Para favorecer sus propias ambiciones sobre el imperio turco y Oriente Próximo , los británicos se valieron de la prensa para alertar de que la barbarie rusa amenazaba Europa. El caso de Afganistán, como otros, evidenció que, si bien Rusia no era una monjita de la caridad, la nación más agresiva en este y otros teatros no era otra que Inglaterra.

Tanto el Idealismo alemán como el nacionalismo extremo representado por Hitler asumió estos tópicos a principios del siglo XX y negó a los rusos cualquier contribución a l a civilización europea . Desde la distancia que da la geografía, Julián Juderías, principal divulgador del concepto de «leyenda negra» vinculada a España, fue uno de los pimeros en percatarse de los prejuicios irracionales que rodeaban a Rusia. A principios del siglo pasado, Juderías, que dominaba el ruso, denunció en ‘Rusia contemporánea’ (Madrid: Imp. Fortanet, 1904), una de sus primeras obras, la visión distorsionada que Europa tenía de este país debido a la influencia de la propaganda de Alemania, Francia y Gran Bretaña. Tiempo después hizo lo mismo con el caso español. Dos leyendas negras, dos civilizaciones con gran peso en la cultura europea a las que se les ha negado sistemáticamente su historia.

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