El historiador Enzo Traverso
El historiador Enzo Traverso - NACHO CALONGE

Enzo Traverso: «En Europa estamos acostumbrados a pensar que somos el centro del mundo»

El historiador, participante en los ciclos de jornadas celebrados por la Universidad Complutense de Madrid, ha analizado para ABC los años más duros de nuestro continente

SAN LORENZO DE EL ESCORIAL Actualizado: Guardar
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Enzo Traverso (Gavi, Italia, 1957) participó ayer como ponente en el ciclo de conferencias sobre la Guerra Civil, evento celebrado en el marco de los cursos de verano de la Universidad Complutense de Madrid en la localidad de San Lorenzo de El Escorial. El historiador, docente en la Universidad estadounidense de Cornell y también investigador, analizó para ABC los años más duros del siglo XX en nuestro continente, en concreto el periodo 1914-1945, además de otros fenómenos actuales, como la reciente salida de Reino Unido de la Unión Europea.

–En su conferencia ha hablado de la guerra civil europea, una denominación también empleada por el historiador alemán Ernst Nolte. Sin embargo, él sitúa su inicio en 1917 y usted en 1914.

¿Por qué?

En 1917 se produce la Revolución rusa, que es una etapa muy importante en la historia de la guerra civil europea, es decir, de una serie de conflictos que se despliegan en Europa entre 1914 y 1945. Pero la Revolución rusa no la podemos comprender si no la ubicamos en una dislocación de Europa que comenzó en 1914, en el primer momento de la futura caída de los imperios dinásticos. En 1917 cae el régimen de los zares en Rusia, y un año después todos los imperios centrales: el alemán, el de los Habsburgo y un poco después el otomano.

–Pero sí que coinciden en el año final: 1945

Sí, porque en 1945 se acaba un momento de cataclismo, de erupción de violencia en Europa, y la guerra civil europea se inscribe en un nuevo orden internacional que es el de la Guerra Fría, que va a durar hasta 1989/1990. Es decir, hay una crisis que nace en Europa, pero que trasciende Europa. Y esta crisis europea es también producto de un cambio geopolítico en el que pierde su hegemonía. Después de la Gran Guerra, hay un desplazamiento del eje del mundo de una orilla a otra del Atlántico. El centro del mundo ya no es Europa, sino Estados Unidos. Y este cambio es irreversible, y nos empuja a cambiar de categorías de pensamiento. Creo que nosotros, en Europa, estamos acostumbrados a pensar que somos el centro del mundo, y eso es una herencia del pasado. Hoy tenemos que cambiar de visión y de mirada. Trabajando en una universidad norteamericana me doy cuenta de cómo Europa se provincializa. Por ejemplo, en los departamentos de Historia, la Historia de Europa, que hace 50 años era dominante, ahora es un sector cercano a la Historia de Asia, que está subiendo. La guerra civil europea también se puede pensar como un momento de declive.

–Hablando de esa Europa más provinciana, ¿cómo interpreta el Brexit?

Creo que el papel de Reino Unido en Europa siempre fue muy particular, porque Reino Unido nunca se pensó como parte de Europa, sino como imperio hasta la Segunda Guerra Mundial. Luego se pensó como engranaje que une la Europa continental con Estados Unidos. Pero el Brexit es un síntoma del hecho de que Europa no atrae, aunque espero que sea saludable. Es decir, es lamentablemente la constatación de que, con Reino Unido, Europa nunca hubiera podido evolucionar hacia el federalismo. El Reino Unido nunca ingresó en Europa para crear una entidad política común, sino por sus propios intereses por un mercado común.

Europa tiene futuro solamente si se construye como federación, y con el Reino Unido no era posible. Cuando exista federación, será posible reintegrar el Reino Unido, porque es difícil pensar Europa sin ellos. Pero es una crisis, y es el momento de tomar conciencia de que hay que cambiar. Si la Unión Europea no es capaz de reaccionar, de cambiar la orientación de sus prácticas ahora, creo que no merece sobrevivir.

–Hemos comentado la guerra civil europea, y en cierta manera, ¿no fue la Unión Europea el resultado de eso, del enfrentamiento entre países que la componen y su posterior búsqueda de la paz?

La Unión Europea nace en la parte occidental de Europa, y su matriz es la Europa de la Guerra Fría, en la cual se habla de Europa pensando en su parte occidental. Por ejemplo, se redescubre la noción de Europa central, que era muy importante desde la segunda mitad del siglo XIX: todo el mundo dominado por la cultura alemana, por el Imperio de los Habsburgo. Después de 1945, Europa central no existe más y pasa a ser la Europa occidental, atlantista, con democracias liberales y economía capitalista, frente a la Europa del este, soviética, comunista. Pero la Europa central reaparece en 1990. La Unión Europea se abrió incorporando Europa central, pero fue incapaz de repensar Europa como conjunto.

–Volviendo al tema de la guerra civil europea, ¿cuáles son las partes enfrentadas, los países, las ideologías?

La guerra civil europea comenzó como una guerra clásica entre Estados en 1914. Es una guerra que produce la caída de los imperios y de un orden internacional que no se reconstruye en 1918 con la Conferencia de Versalles, y que la Sociedad de Naciones no logra restablecer. Esa guerra se convierte progresivamente en una guerra ideológica.

En el marco de la guerra civil europea, la Guerra Civil española es una etapa fundamental. Es decir, en la década de los años 30, España es el corazón de esta crisis europea. Hay que ver la Historia de Europa como una historia de conflictos conectados.

–Hace unos días encontraron, en un archivo, el carné de corresponsal de guerra en España del escritor Antoine de Saint-Exupéry. En la Guerra Civil también se involucraron otros intelectuales como Malraux o Camus. ¿Por qué esa atracción por el conflicto?

Hubo otras guerras que no tuvieron el mismo poder de atracción. Hubo una guerra civil rusa que fue aún más sangrienta que la Guerra Civil española, pero la guerra civil rusa, que tuvo consecuencias internacionales como permitir a la Unión Soviética establecerse, no fue una guerra en la que se produjera lo mismo que en España entre 1936 y 1939, es decir, ese peregrinaje. En la década de los 30, y no es un fenómeno exclusivamente europeo, todos los escritores, los intelectuales tienen que ir a España y mostrarse. Son muy famosas las fotografías de Malraux cerca del avión. Eso puede ser por la fascinación por España. Hay que investigarlo movilizando razones que trasciendan la política y el conflicto militar, con razones culturales.

Creo que existe la conciencia de que en España se juega el destino de Europa, es decir, los italianos y los alemanes que van a España, con las Brigadas Internacionales, lo hacen como una manera de seguir un combate que se perdió en sus países. Y los que van en el ejército fascista muchas veces son voluntarios. Es una manera de seguir un combate que es un combate europeo.

–¿Cómo influyó la Guerra Civil en los intelectuales que vinieron a España?

Creo que es un momento en el cual las ideas que aparecen en la década de los años 20 dejan de ser categorías abstractas y se transforman en objetivos concretos. Por ejemplo, hay una conexión orgánica entre la resistencia, cómo se construye y su estructura en Europa, en los países ocupados por la Alemania nazi a partir de 1943 y 1945, y en varios países antes. La Guerra Civil, las Brigadas Internacionales, fueron un modelo para eso. Entienden que la resistencia hay que organizarla como una Guerra Civil española que se puede ganar. Y desde ese punto de vista, la herencia de la Guerra Civil española va más allá de la resistencia y de la Segunda Guerra Mundial. Hay testimonios, en cómo se vivió en los 60 y los 70 la guerra de Vietnam, que muestra cómo el recuerdo de la Guerra Civil movilizó en el mundo de los intelectuales: no es posible ser neutrales frente a la guerra de Vietnam, u observadores neutros. No creo que otros momentos de la Historia de España sean tan investigados desde todos los puntos de vista. La Guerra Civil es algo en la conciencia europea como la Revolución Francesa, la Gran Guerra, la resistencia.

–Terminadas la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial, ¿qué impacto tuvo el descubrimiento del Holocausto en los intelectuales?

Hay que establecer una distinción fundamental: la Guerra Civil española golpea a Europa en el momento en que se produce: hablamos de esos viajes a España, de que todo el mundo es consciente. El impacto del Holocausto es muy diferente, es casi inexistente durante la guerra. La paradoja es que esa transformación de Auschwtiz en metáfora de genocidio es una visión retrospectiva. En 1945, no se habla de Holocausto por un conjunto de razones: porque 6 millones de judíos exterminados hay que ubicarlos en una guerra que deja 60 millones de muertos. Reconocer la singularidad de este acontecimiento en un contexto de violencia de esa magnitud necesitó una mirada retrospectiva. Y también porque aquella Europa era antisemita, el antisemitismo fue uno de los pilares de la construcción de las identidades nacionales en Europa desde el siglo XIX. El Holocausto fue el trauma que permitió a Europa liberarse de ese demonio en su cuerpo que era el antisemitismo. Hoy el musulmán es el paradigma del otro contra el que se construye una identidad europea, con esa Europa cristiana contra el islam, percibido como un cuerpo extraño.

En la década de los 60, el Holocausto fue politizado para defender los derechos de los argelinos, porque Francia no puede aceptar hacer en Argelia lo mismo que los nazis.

–Pero Francia es un caso muy particular. Charles de Gaulle intentó desviar la atención sobre el colaboracionismo reivindicando la resistencia, muchos franceses desconocen qué fue la redada del Velódromo de Invierno de París... [en julio de 1942, la policía francesa encerró en ese lugar a 8.160 judíos]

El caso de Francia es más interesante desde este punto de vista, porque la memoria del Holocausto se construyó durante la guerra de Argelia. En la década de los 60, hubo un tribunal que utilizó la memoria del Holocausto para luchar contra la guerra de Vietnam. Hay usos políticos de la memoria.

–En su libro «Pasado imperfecto», Tony Judt critica el coqueteo con la Unión Soviética por parte de algunos intelectuales franceses, como Sartre. ¿Qué pasó con ellos después de la Segunda Guerra Mundial?

Ya dije antes que las guerras civiles son experiencias en las cuales hay que elegir su bando. Es muy difícil quedarse neutrales. Los que intentaron ubicarse por encima de los bandos se autoaislaron y no jugaron ningún papel.

–¿Por ejemplo?

Ortega y Gasset en España. Los teóricos del totalitarismo dijeron después del pacto germano-soviético, en 1939, que el nazismo y el comunismo eran regímenes totalitarios gemelos, y siguieron defendiendo la misma idea después de 1941, cuando hubo una coalición entre las democracias liberales y la Unión Soviética en contra del fascismo. Eso implica muchos peligros.

Y también, por ejemplo, la ceguera de los intelectuales antifascistas, en su mayoría, no en su totalidad, con respecto al estalinismo. La Unión Soviética es un aliado fundamental para combatir contra el fascismo, y entonces no ven los campos de concentración de la URSS, la colectivización forzada del campo, los rasgos totalitarios del régimen soviético. Compromisos que no siempre fueron reflexivos y responsables. Mi acercamiento es que no hay que erigir un monumento al antifascismo, sino que hay que hacer historia del antifascismo criticamente, reconociendo sus ambigüedades, sus incomprensiones, sus cegueras, pero una historia crítica no es una evacuación de su herencia. Pero hay que tener cuidado y no ocultar las ambigüedades del liberalismo y los errores de las élites liberales que apoyaron al fascismo o no lo combatieron durante largo tiempo, porque tenían miedo del comunismo, de la revolución, del bolchevismo.

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