Firma invitada

¿Cuándo perdimos el paso de Europa?

¿En qué momento pierde España el paso del devenir histórico de Europa? ¿Cuándo las potencias europeas nos dejaron de ver como a su igual? ¿En qué momento se fija la idea de una España atrasada, bárbara y no europea, y al mismo tiempo se crea el mito folclórico de un territorio exótico, atractivo, pero también vilipendiado precisamente por ser diferente al resto de Europa, y por haber quedado atrapado en el pasado?

El coloso, 1808-1812

Por Miguel Cabañas

Es muy frecuente oír decir que el siglo XIX fue el origen de todos nuestros males. Y no les falta razón a quienes lo dicen. Un siglo que comenzó con el desastre naval de Trafalgar y terminó con otro desastre, el del 98, cuando perdimos irremisiblemente y para siempre el último vestigio de imperio universal que antaño tuvimos. Hasta los inicios de la Edad Contemporánea , España, una de las naciones más antiguas de Europa, había pasado por diversos vaivenes, de auge y decadencia, como los había pasado también otras naciones como Francia o Inglaterra , pero no había ninguna diferencia en lo sustancial todavía con ellas. Sin embargo, en menos de cien años, los que van desde Trafalgar al 98, los españoles pasamos de ser una potencia orgullosa a una nación acomplejada y anonadada ante la sensación de haberse abierto una brecha insalvable entre nosotros y el resto de las naciones más poderosas de nuestro entorno.

¿Qué nos había pasado? Esta fue la pregunta que se hicieron miles de españoles de finales del siglo XIX y principios del XX, especialmente los intelectuales llamados precisamente de la Generación del 98. Ríos de tinta se han escrito desde entonces, y aún en nuestros días se siguen escribiendo, para hallar una respuesta a esta pregunta.

¿En qué momento pierde España el paso del devenir histórico de Europa? ¿Cuándo las potencias europeas nos dejaron de ver como a su igual? ¿En qué momento se fija la idea de una España atrasada, bárbara y no europea, y al mismo tiempo se crea el mito folclórico de un territorio exótico, atractivo, pero también vilipendiado precisamente por ser diferente al resto de Europa, y por haber quedado atrapado en el pasado?

El paso a la modernidad

En un magistral ensayo de reciente publicación en la editorial Taurus, titulado precisamente «Los europeos» , su autor, Orlando Figes , un historiador británico nacionalizado alemán, analiza pormenorizadamente un momento clave para la Historia del continente europeo: los años que van desde la década de los 30 del siglo XIX en adelante. Es a partir de este momento cuando se afianza la clase liberal burguesa en Europa, imprimiendo un nuevo código de conducta y una nueva cultura, creando unos principios y una sociedad hasta entonces inédita por dejar de distinguirse por privilegios de clase. La revolución liberal de la Monarquía de Julio, en 1830, que derroca el régimen absolutista de Carlos X de Francia y pone en el trono al monarca burgués por excelencia, Luis Felipe de Orleans, marcará ya definitivamente un antes y un después. La clase imperante deja de ser la aristocracia de viejo cuño para ser sustituida por la rica burguesía, cuya pujanza económica va pareja a la Revolución industrial y al liberalismo.

La Libertad guiando al pueblo, de Eugène Delacroix, conmemora la Revolución de 1830.

Es una época en que se suceden como nunca los nuevos inventos que van cambiando cada vez más rápidamente la imagen y la mentalidad de la sociedad: la fotografía, el ferrocarril, el telégrafo, los barcos a vapor, la nueva edición estereotipia -que sustituía a la vieja prensa de tipos móviles por un rodillo que se hacía rodar hacia delante y hacia atrás por la superficie de una plancha de impresión entintada- que hizo posible la edición de libros y periódicos de forma industrial, a su vez favorecida por un número cada vez mayor de personas alfabetizadas ; y en las artes, la pintura, que ve en pocas décadas cambios radicales como nunca en tan poco tiempo, del academicismo, y del realismo al impresionismo; y en los espectáculos, donde la ópera se convierte en el arte por antonomasia de la nueva burguesía, etc.

Todo cambia de año en año, y el denominador común de todos estos cambios es el dinero: la empresa, la banca, la industria, los medios de producción, ayudados por los nuevos inventos, especialmente el ferrocarril y el barco a vapor, que acortan las distancias, que empequeñece el mundo, haciendo que las grandes potencias se lancen a una carrera colonial por poseerlo, por controlar las fuentes y medios de producción.

Qué atrás han quedado, y olvidados en poco tiempo, los ideales de la vieja aristocracia que habían dominado Europa, podríamos decir que desde siempre. La Revolución francesa fue un hito y un punto de inflexión en la Historia de la Humanidad. La clase burguesa que ya empezaba a despuntar económicamente en Francia a finales del siglo XVIII, así como también en otros lugares de Europa, se veía relegada al Tercer estado, es decir, junto con la masa del proletariado urbano y agrícola, los más desfavorecidos, y que representaban la inmensa parte de la población. Sin embargo, a finales del siglo XVIII esta capa social incipiente que sería una burguesía adinerada, culta y de profesionales liberales, se sentía muy diferente al resto del Tercer estado , y reclama sus derechos, amparados por las nuevas teorías de justicia social de la Ilustración.

Esta reivindicación de la burguesía estallará en aquella revolución cruenta que cambió radicalmente los esquemas en los que se había basado desde siempre la sociedad europea. Por eso, y porque el terreno ya estaba abonado en Europa, Napoleón, el mensajero y difusor de las ideas más moderadas de los revolucionarios, no encontró mucha oposición en disiparlas por todos aquellos territorios europeos que iba conquistando, muchas de las cuales iban a quedarse para siempre. Napoleón solo encontró dos escollos en su allanada expansión por Europa, dos escollos que luego esgrimirán con orgullo haber sido los únicos que no se doblegaron ante el invasor francés, y que terminarán por ser los que hicieran caer al más imbatible hombre de todos los tiempos desde Alejandro Magno : Rusia y España. Dos naciones de la periferia europea.

Pero la Revolución francesa por sí sola, y ni siquiera Napoleón con todas sus conquistas, consiguieron cambiar la mentalidad europea de un plumazo. Los procesos históricos son lentos, y siempre se impone la ley del péndulo, por lo que a la caída del emperador y tras el Congreso de Viena en 1815 se vuelve a abrir un periodo de vuelta al Antiguo régimen, que fue como el canto de cisne de esa antigua sociedad señorial, caballeresca y nobiliaria. Por eso Orlando Figes , en su ensayo «Los europeos», fija el origen de los auténticos cambios, que ya se harán irreversibles, en la década de los 30 del siglo XIX, con la segunda oleada de revoluciones que asientan ya definitivamente las ideas más moderadas de la Revolución francesa, es decir las de la burguesía adinerada.

Estos son los años del éxito de las ideas revolucionarias de la burguesía, pasando del Antiguo Régimen, de privilegiados y no privilegiados, de los reinos cuyos dueños absolutos eran los monarcas, y cuyas dinastías se repartían el pastel y se mezclaban unas con otras en una gran familia real sin hacer grandes diferencias entre la monarquía española de la francesa o de la inglesa, de una sociedad basada todavía en los mismos principios que en la Edad Media, a las naciones compuestas por ciudadanos, que, si aún no eran todos iguales, la tendencia era a que lo fueran, como terminó sucediendo, por lo menos a nivel teórico.

Las naciones tienden a competir unas con otras y cualquier ataque dialéctico o intelectual a su posible rival es bienvenido y aceptado como ley

Ahora, las naciones compuestas por ciudadanos libres e iguales , tienen que legitimarse y auto afianzarse. Uno de los instrumentos principales para este objetivo va a ser la revisión histórica. La Historia se tiene que reescribir a la luz de la nueva mentalidad y de los nuevos tiempos, reinterpretándola bajo un prisma burgués que en nada tenía que ver con la manera de pensar de la vieja Europa del Ancien Régime . Las naciones tienden a competir unas con otras y cualquier ataque dialéctico o intelectual a su posible rival es bienvenido y aceptado como ley. El ser europeo de pura cepa se convierte en un bien supremo, pero ahora ya no basta solo con pertenecer físicamente al viejo continente, la idea de Europa va unida a la nueva modernidad de los tiempos, y las naciones que presumen de serlo tienen que buscar otras que no lo sean tanto para poder acreditar su pedigrí europeo.

Un cambio de mentalidad

Y aquí enlazamos con el tema que tanto nos preocupa: ¿en qué momento España pierde el paso o se desvincula del devenir de Europa? De esa Europa rica, industrial, más culta o más alfabetizada, más poderosa en definitiva y con más influencia, que pasa a tutelar a las otras naciones de la Europa más desfavorecida, entre las que se encuentra indudablemente España. Un proceso irreversible que aún hoy padecemos. Pues es precisamente en este momento, en el que triunfa en Europa la burguesía liberal y su cultura, imponiendo nuevos ideales, nuevos esquemas, reescribiendo la historia, inventando mitos que se hacen inamovibles y creando estereotipos de los que España va a ser una de las naciones más perjudicadas, en el que se puede afirmar que se va abriendo una sima insalvable entre nuestra nación y la Europa más rica y poderosa.

En el Antiguo Régimen anterior a la Revolución francesa y a las ideas de los ilustrados, España todavía era vista con respeto a pesar de su indudable decadencia. Un monarca como Luis XIV, por ejemplo, artífice de la sumisión española a su agresiva política militar y cultural, sin embargo, seguía manteniendo un profundo respeto hacia España. Incluso se arrogó a sí mismo la misión de continuador de esa tradición que había mantenido la rama Habsburgo española de ser los amos y directores del concierto europeo, por su sangre española heredada de su madre, la reina Ana de Austria. Luis XIV introdujo el ceremonial y el misterio de la majestad divina de los Austrias españoles que le causaba un profundo respeto y admiración, engrandeciéndola aún más en su corte de Versalles.

Retrato del Rey Sol realizado en 1701

La etiqueta española , a pesar de ser tan complicada y carente de toda practicidad, no era algo desdeñable sino muy al contrario, digna de imitar y de admirar. De hecho, su último esfuerzo, y podríamos decir que el mayor empeño en todo su reinado fue poner a un nieto suyo en el trono de España, esfuerzo que le costó una larga guerra con el resto de las potencias europeas, y un enorme sacrificio económico y humano, pero todo esfuerzo era poco para que un monarca sangre de su sangre se sentara en el reputado trono español, que aún conservaba, además, el lucrativo comercio de las Indias. Pero no tenemos que pensar que era esto solo lo que le movía -que también-, sino el prestigio y reputación de la dinastía Borbón ante Europa y ante el mundo, pues España, a pesar de su ruina y haber perdido buena parte de su influencia y poderío en Europa, mantenía su reputación ante el resto de potencias europeas.

Y esto se explica porque el sistema de valores que imperaba en el Antiguo Régimen seguía siendo el mismos que en los siglos precedentes, el cual no atendían a razones tan prosaicas como los del siglo XIX, sino a razones caballerescas, nobiliarias y religiosas, donde, por ejemplo, el trabajo, las riquezas amasadas en una generación o los métodos de producción que enriquecían rápidamente eran despreciados, valorándose más la tradición de los valores cristianos y nobiliarios. Bajo este prisma España podía seguir presumiendo como una de las potencias con más caché en este sentido.

Pero en este mismo siglo, ya en la segunda mitad , la mentalidad fue cambiando de la mano de los ilustrados, quienes, con su nueva visión de las cosas basadas en la Razón -pues los ideales caballerescos y eclesiásticos eran la razón de la sinrazón-, fueron poco a poco cambiando los esquemas. Estos ilustrados, como ya sabemos, fueron el germen de lo que vendría después: Revolución francesa que dará como resultado un periodo de revoluciones liberales ya en el XIX y triunfo de la burguesía liberal. Los primeros ataques inmisericordes a España y a su cultura y tradiciones los empezamos a observar precisamente en los escritos de estos ilustrados, especialmente franceses, que odian todo lo que recuerde a lo pasado y a su tradición. España empieza pues a ser vista como un icono de esa vieja tradición, que había sido la base de la civilización hasta ese momento, a la que se quería repudiar. Pasa de ser un ejemplo de prestigio de los ideales caballerescos y religiosos a ser una rémora para el avance de las «naciones libres» que quieren quitarse ese yugo del pasado. Para Elvira Roca , «esta versión [la de los ilustrados franceses] es la que está destinada a perdurar y a incrustarse como una parte constitutiva de la modernidad a través del liberalismo. Es la que aparta a España de la civilización y la modernidad».

Normalmente, siempre que aparecen nuevas teorías que tienen la pretensión de cambiar la historia se tiende que crear un enemigo imaginario en donde materializar lo que se pretende destruir, aunque sea de manera ficticia y distorsionando la realidad. En su pretensión de desprestigiar lo que España representaba , a los ilustrados franceses poco les importaba la realidad de sus afirmaciones, a pesar de querer imprimir un marchamo de calidad intelectual indiscutible -incluso hoy en día se les sigue teniendo como autoridades incuestionables-.

Los primeros ataques inmisericordes a España y a su cultura y tradiciones los empezamos a observar precisamente en los escritos de estos ilustrados

De hecho, sus teorías sobre España no estaban basadas en lo que ellos predicaban, como era el empirismo y la racionalidad , sino en otro tipo de superstición, a la que se supone que querían combatir, como era la continuidad de un mito que ya venía de lejos: el que se había creado contra España -y el catolicismo en general- por parte del mundo protestante como arma política y religiosa en la época de las luchas de religión en la Europa de los siglos XVI y XVII , y que venía a teñir de oscurantismo y fanatismo todo lo relacionado con nuestra cultura. Pero ¡cuidado!, tampoco se crean los mitos al azar: cuando se fijan en algún objetivo para arremeter contra él es porque algo de realidad y de razón existe para que se cree ese mito.

Y llega la Ilustración...

Nunca los mitos han estado carentes de una base de realidad, y España, hacia la mitad del siglo XVIII estaba ya muy al margen de los movimientos culturales e intelectuales que recorrían Europa. Yo, personalmente, tengo la impresión, que puede estar o no equivocada, de que el movimiento ilustrado en nuestro suelo, por mucho que nos esforcemos en engrandecerlo, fue exiguo en comparación con el de las naciones de nuestro entorno . España era, por tanto, la cabeza de turco ideal de entre todas las más grandes y viejas naciones de Europa para ejemplificar las sombras y supersticiones que se querían combatir por parte de los ilustrados. Pues si bien es cierto lo que acabo de exponer de crítica hacia los padres del iluminismo, no es menos cierto también que la Ilustración fue un movimiento decisivo en Europa hacia la modernidad, consiguiendo abrir las mentalidades hacia un nuevo orden racional en el pensamiento que deshizo de forma definitiva muchos prejuicios, superchería, fanatismo y obstáculos al libre pensamiento que reinaban en el Antiguo Régimen .

Las naciones más desarrolladas de la Europa de hoy son producto de aquel iluminismo que deshizo tantos obstáculos hacia la modernidad, tal como la entendemos hoy en día. Si atendemos, no a lo que dijeran sobre nosotros los ilustrados franceses, que hablaban de oídas sin haber pisado nunca nuestro país, sino al que con más clarividencia supo detectar los males que aquejaban a la España del siglo XVIII, al más celebrado y universalmente reconocido español de su época, como es Francisco de Goya , quien a través de sus pinturas nos muestra los males endémicos de la España de su tiempo, como podemos observar en sus aguafuertes, caprichos y pinturas negras -representaciones de los autos de fe y los burros que enseñan a leer, por poner dos ejemplos-, no podemos negar la evidencia de que Goya, como el primer ilustrado de España y con mejor conocimiento que los ilustrados franceses, no nos deja un panorama muy halagüeño tampoco de la España de su época.

El movimiento cultural que sigue a la Revolución francesa y a la etapa napoleónica, el Romanticismo, escoge a España como el país de inspiración de sus ideales. Este movimiento, que coincide en política con ese canto de cisne del absolutismo, supuso también un adiós definitivo a esa mentalidad que desdeñaba lo material y productivo en pos de lo irracional y mágico, que era la que predominaba en Europa desde la Edad Media . De ahí que se intente rescatar también este periodo que había sido tan oscurecido por los ilustrados.

El Juramento del Juego de Pelota, obra de Jacques-Louis David.

Como todo movimiento cultural que sustituye al inmediatamente precedente, el Romanticismo nace como reacción a la Ilustración . Es este el periodo en el que España se pone de moda, y empiezan a proliferar los viajeros europeos que se aventuran a cruzar la geografía española a lomos de mulas, desafiando lo quebrado y accidentado del relieve, las inclemencias del tiempo, el malísimo estado de sus caminos y carreteras, los peligrosos bandoleros, viéndose involucrados en guerras fratricidas y en el fanatismo religioso de muchos de sus habitantes, y que se llevan de vuelta, sin embargo, un relato muy positivo de sus experiencias, más por lo salvaje del lugar y por lo diferente a sus más civilizados países de origen, que por lo contrario. En España encuentran el último reducto en Europa de un viejo universo que está desapareciendo, de ahí su éxito.

Las críticas al atraso, barbarie, mal gobierno y fanatismo religioso persisten en estos viajeros románticos, pero a cambio, exaltan las maravillas paisajísticas y artísticas, las leyendas y viejas costumbres de esa España redescubierta, desconocidas hasta la fecha por haber sido Italia el único foco de cultura artística donde recrearse. Pero a la vez, se va creando un relato medio ficticio medio real de lo que es España y de su peculiaridad frente al resto de Europa, que en la mayoría de los casos no nos beneficiaba, sellando ya para siempre la imagen de una España folclórica, de flamenco y toros, de bandoleros fuera de la ley y de una sociedad impermeable a los cambios que se estaban produciendo. Se evoca un país legendario, inmerso en las brumas del pasado, con unas costumbres y un arte único y diferente basado en su influencia árabe, pintando la realidad española con unos tintes de orientalismo que nos han llegado incluso hasta nuestros días.

La etapa romántica supuso el último idilio entre Europa y España , cuya imagen se prolongará y enriquecerá en el tiempo con nuevos mitos como el de «Carmen» o «Don Carlos». Estas dos obras literarias que se difundirán por todo el orbe imprimiéndose a fuego en el imaginario colectivo gracias a las óperas que de ellas se compusieron, dejaron ya irremisiblemente dos iconos de España imborrables: por un lado el de «Carmen», como el mito de la libertad, de lo salvaje, que no está sujeto a leyes humanas, como se veía a España, fuera del curso de acontecimientos civilizadores que estaban forjando a la nueva Europa, y por otro en «Don Carlos» , el mito de la intransigencia y fanatismo religioso, que los europeos veían como el máximo obstáculo para que en España floreciera la nueva cultura europea. Ambos mitos, aún el más negativo de «Don Carlos» fascinaban a los europeos, pero no los querrían para sus propias naciones.

Una nación exótica

Tras la Revolución de Julio , el marqués de Custine había viajado a España. Le había sorprendido el aire «oriental» del sur de España, arraigado culturalmente en su pasado árabe. La experiencia le incitó una reflexión más general sobre la «civilización europea», sobre sus países centrales y su periferia. Al final del libro que escribió en consecuencia, «L’Espagne sous Ferdinand VII» , Custine había desarrollado toda una reflexión sobre lo que definía a Europa y llegó a la conclusión de que debía viajar a Rusia, el otro extremo de Europa. Tras este viaje, el marqués sacará las siguientes conclusiones: también son asiáticos, al menos tanto como los pueblos con cuya sangre se han mezclado los españoles. También me interesa comparar Rusia con España; ambas mantienen una cercanía con Oriente de forma más inmediata que cualquier otra nación de Europa, de la que forman las dos extremidades.

Dos países iban a representar en la imaginación de los europeos esa «otredad» que los hacía más europeos por comparación: Rusia y España.

Lo que el marqués encontró en Rusia reforzó su fe en las libertades y los valores europeos. Todo lo que descubrió en aquel país colmó al francés de desprecio y temor. «Nunca debe olvidarse que estamos en los confines de Asia» , afirmó.

Y es que hay que tener muy presente que, en esta época de desarrollo de las nuevas libertades, de progreso económico y social, de los nuevos inventos que hicieron la vida de los europeos mucho más cómoda y próspera, el pertenecer a esta cultura era un valor absoluto, y se veía a Europa como el culmen al que se había llegado en la evolución de la civilización. Europa era el continente civilizado por antonomasia , muy superior al resto del mundo. Todo lo que no fuera europeo se miraba con desprecio y todos pugnaban por ser más europeos que nadie. En este contexto, para convencer a los europeos «de pura cepa», de su europeidad, se necesitaba la comparación con otros que no lo fueran tanto. Es lo que Orlando Figes llama el fenómeno de la «otredad». Dos países iban a representar en la imaginación de los europeos esa «otredad» que los hacía más europeos por comparación: Rusia y España. Los dos, polos opuestos, pero similares en cuanto estaban situados en el perímetro de Europa, en sus límites, en donde se yuxtaponía la cultura e historia europea con la oriental o africana.

Para la imaginación europea , oriente era algo primitivo, irracional, indolente, corrupto, despótico, esta es la construcción intelectual que sustenta la dominación del mundo colonial por parte de Europa. Oriente no era una categoría geográfica, no era algo que se encontrara únicamente en Oriente Medio, en Asia o en el norte de África; estaba también dentro de Europa, en las periferias sur y este del continente, donde la influencia de las culturas árabe e islámica seguía siendo fuerte [...]

En «El espíritu de las leyes» , Montesquieu dividía Europa en un norte progresista y un sur atrasado, España y Sicilia, que, en cuanto antiguas colonias musulmanas, nunca habían sido completamente europeizadas.

Para mediados del siglo XIX, se había consolidado un nítido mapa cultural que situaba el núcleo de Europa en el noroeste del continente, en Francia, los Países Bajos y las tierras alemanas, mientras que, en su periferia, desde España hasta el mar Negro , habitaba un Oriente interno.

El dos de mayo de 1808 en Madrid, pintura de Goya.

En la Historia, cuando una cultura sustituye a otra, tiene que legitimarse con un relato convincente . A pesar del triunfo imparable de la nueva burguesía, no las tenían todas consigo de que no volviera la reacción a quitarles su lugar de preminencia. Por eso España se convierte en el blanco perfecto de todos sus ataques; no se pueden permitir el lujo de volver al Ancien Régime . Pero a nadie se le ha ocurrido pensar que estos ataques podrían ir dirigidos más a los propios compatriotas que aún eran reacios al cambio -sectores aristocráticos que añoraban la corte versallesca y religiosos ultramontanos- que a la propia España, que en realidad les quedaba muy lejos y no representaba ya ninguna amenaza potencial. Si todo lo negativo que se le atribuía a España se había convertido en un símbolo de lo «anti moderno», estos ataques inmisericordes y fuera de toda racionalidad, ¿no estarían dirigidos más bien a buena parte de la sociedad de Francia, Inglaterra, Alemania o Bélgica, a aquellos sectores más conservadores y reaccionarios, llamándoles de esta forma la atención, advirtiéndoles: «No seamos como España».

No podemos perder de vista el hecho de que en todos estos países, las conquistas de libertades y de progreso se hicieron a base de revoluciones cruentas en lucha entre reacción y liberalismo entre sus propios habitantes. El objetivo pues de los ataques a nuestra nación no serían por tanto motivados por un odio irracional a España, sino a lo que esta representaba: el de una nación ultra católica e inmovilista, con gobernantes tiránicos y corruptos como Fernando VII, inmersa en luchas fratricidas (guerras carlistas) , con sectores de la población ultramontanos y ultra católicos como los carlistas, y en general con altas tasas de incultura y fanatismo religioso. Si leemos la historia de nuestro siglo XIX de la mano de quien mejor la supo interpretar en sus Episodios nacionales , veremos que el relato que nos presenta Galdós de esa España, al igual que el que nos recreaba años antes Goya con sus pinturas, no andaba muy lejos del relato de nuestros vecinos europeos y de sus críticas.

El empuje de una nueva burguesía

En definitiva, el siglo XIX es el que nos aleja de Europa. España no supo adaptarse a los nuevos tiempos y al nuevo sistema de valores que impuso la burguesía liberal. Tuvimos un buen comienzo con las Cortes de Cádiz de 1812 , en donde se redactó una Constitución modélica y progresista por un puñado de liberales; pero esto no fue más que un puro espejismo, no representaban más que a un puñado de ciudadanos en un acto de voluntarismo que la realidad se impuso en demostrar que en nada representaban al conjunto de la nación española de su momento, la mayor parte de la cual ni se enteró de lo que se hacía en es ese remoto rincón de España, ocupados como estaban en expulsar al invasor francés, quien encima había traído esas ideas perturbadoras de la paz social que reinaba en la España del Antiguo Régimen .

Isabel II, fotografiada por J. Laurent hacia 1860.

España fracasó en su intento de emular a las naciones prósperas de Europa, tanto en lo político como en lo económico: el reinado tiránico y absolutista de Fernando VII; la Guerra de Independencia que dejó tan mermada y traumatizada a la sociedad española; la pérdida de las colonias americanas; las guerras carlistas; los pronunciamientos y golpes de estado constantes en la era liberal, en la que cada uno de aquellos golpistas prometía tener la solución para la prosperidad de España, para una vez en el poder volver a las andadas y repetir los mismos esquemas de corrupción y partidismo de su inmediato antecesor; el fracaso de la Monarquía de Isabel II, ligada a un solo partido, el moderado; el fracaso de instaurar una nueva dinastía menos partidista y más neutral en la figura de Amadeo de Saboya ; el fracaso de la República, etc etc etc… Todas estas desventuras imposibilitaron a España a seguir la senda de Europa, y todo ese tiempo perdido no es ajeno a los problemas estructurales y de identidad que aún nos acechan hoy en día.

Cuando países como Francia o Inglaterra ofrecieron paz y prosperidad a sus ciudadanos, con un relato de orgullo patrio de una gran nación, no era difícil que hasta las comarcas más alejadas y con culturas más diferentes a las de los centros de poder en París o Londres, acabaran adhiriéndose a ese gran proyecto nacional común. Pero esto no se consiguió en la España del XIX , y aún arrastramos esa rémora.

En resumen, España perdió el marchamo de nación europea por los cambios radicales que se produjeron con el cambio de dirección que tomaron los acontecimientos y mentalidad en la Europa del siglo XIX a tenor del empuje de la nueva burguesía, que deshizo y pulverizó toda la percepción de las cosas como se venían viendo desde la Edad Media. Si no hubiera sido por este cambio de mentalidad, España hubiera seguido siendo considerada igual de europea que siempre , a pesar de su franca decadencia. Fue solo un cambio en la forma en que se empezó a percibir la realidad, del espejo en el que se reflejó, lo que hizo que España fuera vista como una peculiaridad dentro de Europa, como «Spain is diferent», pues para la sociedad del Antiguo régimen, antes de la Revolución francesa, España no era tan «diferent». Pero la realidad, siempre cambiante, es esclava de los mitos que se imponen y que llegan para perpetuarse, y así, aunque solo se trate de un cambio de perspectiva, algo tan sutil, en este caso, el mito ha terminado por configurar la realidad.

Miguel Cabañas es historiador y autor de «Breve historia de Felipe II» (Nowtilus, 2017).

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación