DIÁLOGOS DE FAMILIA

«Los adolescentes tienen que entender que los padres no son sus amigos»

José Antonio Luengo, psicólogo, recuerda a las familias también que «hay que hacer un esfuerzo para entender que el paso de la infancia a la preadolescencia y adolescencia es muy delicado y complicado»

«Ir al psiquiatra no es una catástrofe, es el punto de partida de la solución a un sufrimiento»

José Antonio Luengo, decano del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid FOTO: ERNESTO AGUDO

Hay que hacer algo, y de manera urgente, con los jóvenes. No todo lo que les pasa es culpa de ellos porque están en la llamada 'edad del pavo'. «Los adultos deberíamos pensar de una vez, responsablemente con sensatez y criterio, sobre el mundo que dejamos a los pies de nuestros niños, niñas y adolescentes para que crezcan y construyan su identidad», escribe José Antonio Luengo, psicólogo y decano del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid en su libro 'El dolor adolescente' (Plataforma Actual). «Y debemos darnos prisa en hacerlo- continua- No lo estamos haciendo muy bien. No todo vale».

Luengo trabaja también en la Unidad de convivencia y contra el Acoso Escolar de la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid. Recibe llamadas o cartas desgarradoras. Está en contacto todos los días con chavales. Le transmiten sus preocupaciones, incertidumbres, dudas, miedos... Por eso sabe que algo no va bien.

Y los informes lo corroboran. Según el estudio de Unicef 'Estado Mundial de la Infancia 2021', España es el país europeo con mayor prevalencia de trastornos mentales en niños y adolescentes de entre 10 y 19 años. El 'Barómetro Juvenil. Salud y Bienestar», de Fundación Mutua Madrileña y Fundación FAD Juventud (2022), desvela que el 15,9% de los jóvenes ha tenido algún problema de salud mental. Esta cifra, en 2017, se situaba en el 6,2%. «Estos datos no dejan lugar a dudas -escribe- Estamos obligados a reflexionar».

- José Antonio, en el libro recoges testimonios muy duros sobre experiencias de adolescentes que se han suicidado o lo han intentado. Y dices que «no miramos bien a los adolescentes». ¿Cómo les vemos y cómo deberíamos verles?

Lo primero que quiero decir a los padres y madres es que les comprendo en la dificultad de educar porque bastante difícil lo tenemos. Vivimos momentos complicados, pasamos poco tiempo en casa para compartir, hablar... Nuestro ritmo de vida es frenético. Pero alguna cosa diré que creo que podemos mejorar.

Cuando hablo de la mirada me estoy refiriendo sobre todo al hecho de que tenemos que hacer un esfuerzo para entender que el paso de la infancia a la preadolescencia y adolescencia, aunque todos lo hemos vivido, es muy delicado y complicado. Pensamos que se produce así, sin más, pero entraña riesgos y dificultades porque cambia tanto el cuerpo como la mente en muy poco tiempo.

Tu cabeza te pide decir 'no' muchas más veces que antes, te exige limitar los contactos con tus padres porque te da hasta un poco de vergüenza que te puedan ver con ellos, quieres ser más independiente, empiezas a tener ideas personales y autónomas de cómo funciona la vida... Te crees que sabes muchas más cosas y ahí, adultos y chicos, entramos con mucha frecuencia en conflictos. Tenemos que ser muy pacientes, muy condescendientes y sobre todo muy sensibles con estos cambios.

- ¿Eso se traduce en que hay que darles todo o no poner límites?

Independientemente de eso, hay que seguir diciendo 'no', hay que marcar normas, rutinas, disciplinas, que las entiendo imprescindibles. Lo que tenemos que hacer, en la medida de lo posible, es ponernos en su lugar. Seamos comprensivos a la hora de intentar interpretar por qué te dice una cosa concreta. ¡No lo hace para hacerte daño! En muchas ocasiones, están peleados con el mundo porque no se reconocen a sí mismos entre tanto cambio que experimentan en tan poco tiempo.

Yo diría que un paradigma esencial es compartir todo el tiempo que podamos con ellos, no dar muchas charlas porque no aceptan bien estas lecciones de vida y no les vale de mucho. Mirémosles mejor a la cara, toquemos su hombro, digámosles que estamos con ellos, que sabemos que se van a equivocar, pero que vamos a entrar en colisión a veces. Seamos también un buen ejemplo para ellos y sobre todo hagámosles entender que nuestra responsabilidad es buscar un equilibrio en sus vidas. Lo mismo que buscamos un equilibrio en la dieta alimenticia, tenemos que buscar un equilibrio en la dieta vital. Es nuestra responsabilidad. Pero el ejemplo y el modelo es absolutamente fundamental.

«El paso de la infancia a la preadolescencia y adolescencia entraña riesgos y dificultades»

Mejor dirigirnos a ellos, siempre que podamos, en tono pausado. Y no enfadados. Y si es el adulto el que se equivoca, no tengamos miedo a pedir perdón. Hay veces que no somos justos o que nos hemos exaltado más de la cuenta. Tenemos que descolocarles un poco. Ellos tienen que entender que no somos sus amigos, que somos sus padres o sus madres, pero que les miramos con ternura incluso cuando se equivocan.

- José Antonio, en la Comunidad de Madrid trabajas mano a mano con colegios en los que se dan casos o intentos de suicidio. Cuando recibes la llamada de que un menor ha intentado quitarse la vida en el centro escolar y tienes que acudir a ayudar a los alumnos, ¿qué piensas? ¿Cómo se afronta esto?

En esos momentos, lo primero que piensas es en el dolor, en la pena, para que un niño o una niña haya decidido irse de esta manera. También pienso en el dolor y pena que tiene que estar viviendo su familia así como los compañeros. Ante estos casos, uno tiene bastante armada la idea de los pasos que hay que dar para que esa comunidad educativa consiga gestionar ese dolor y ese sufrimiento tan grande. Pero también tienes que sobreponerte a tus propias emociones porque en esos momentos lo que es necesario es que des ideas, aportes con cariño, con afecto y con ternura.

Lo importante es acompañar y dirigir, ayudar a encontrar una dirección correcta a las personas que se han visto impactadas por algo así. Probablemente es una de las cosas más dramáticas que puede haber. Lo importante es que, de estas situaciones tan terribles, podamos todos sacar lecciones de cómo mejorar como centro educativo, como profesores y profesoras y como compañeros.

«Nuestra responsabilidad es buscar un equilibrio en sus vidas»

- Hablas en el libro de que el suicidio de los adolescentes es una realidad, las cifras y los datos están ahí. ¿Cuál es la percepción que tienen los jóvenes?

En primer lugar, hay que decir que la mayor parte de los chicos y las chicas están bien y van a estarlo. Pero hay otros que efectivamente entran en un bucle de gestión psicológica y emocional que nos alerta y no pueden vivir una vida muy normalizada. Por ejemplo, las autolesiones se han utilizado siempre como forma para resolver un agobio emocional del que no sabes cómo salir. Aparecen así los golpes, arañazos, cortes, quemaduras... Y más en chicas que en chicos.

Lo que nosotros sabemos, porque nos lo cuentan ellos, es que la mayor parte de estas autolesiones no son suicidas, es decir, que no tienen una intencionalidad de acabar con la vida, sino que tienen más un componente ansiolítico de rebajar la ansiedad, el agobio emocional. Así, un menor que se encuentra mal, intenta reconducir la situación, cambiar los pensamientos, pero no lo consigue. Por tanto, se acumula la sensación de dolor psicológico, empieza a tener ganas de hacerse daño, se resiste... Ahí aparece un momento de una cierta disociación, es decir, la mente casi se divide en dos y no eres tú quien se autolesiona. Luego se reduce la tensión emocional durante unos instantes, pero después aparece un sentimiento de culpa tremendo y vuelves otra vez a empezar.

- ¿Por qué?

Porque aparecen las ideas de muerte. Pero lo importante es que tengamos conciencia de que cuando nos encontramos así tenemos que saber pedir ayuda. Y esta es una de las cosas más importante que han de saber las familias y los profesores. Hemos de crear buenos vínculos afectivos, emocionales. Una de las cosas que nos está llamando mucho la atención es que el número de solicitudes de ayuda de los chicos o chicas ante lo que sienten se ha incrementado. Esto no significa que haya más enfermedad psicológica, trastorno psicológico o enfermedad mental sino que se ha incrementado nuestra inseguridad afectivo emocional y entonces entramos en quiebra más fácilmente porque se nos han debilitado las defensas psicológicas por todo lo que hemos vivido. Lo que hemos visto en estos últimos dos años es que ha brotado un nuevo fenómeno y son muchos jóvenes los que muestran en redes sociales sus cortes.

«La mayor parte de estas autolesiones no son suicidas»

- Ante este incremento, ¿llegan los jóvenes a normalizar estos comportamientos?

Sí, lo ven como algo muy normalizado. En este sentido, hay una cosa muy importante: el proceso de identificación. Es decir, el hecho de que nuestros hijos se identifican con nosotros porque si los padres y madres somos buenos modelos, tenemos más garantías de que los hijos desarrollen y construyan un buen modelo de comportamiento. Por tanto, si generamos buenos contextos de relación y de confianza, en los momentos malos nos hablarán y nos pedirán ayuda y con ésta llega la solución.

- Con respecto al suicidio, ¿cómo lo viven los jóvenes?

Hablar del suicidio es imprescindible pero ¿qué implica? Muchas cosas. Hablar del suicidio significa que diseñemos programas en televisión, en la radio, donde la gente que sabe de esta cuestión hable de cómo es este fenómeno, de por qué la gente sufre, las cifras que hay.

Hablar de suicidio es también generar programas en los centros educativos para la detección de los desajustes psicológicos. Y estos programas están muy tasados y diseñados. Se trata de dar espacio para que los chicos puedan hablar de sus preocupaciones porque están de alguna manera hablando del dolor y del sufrimiento. Hablar del suicidio es desarrollar también iniciativas de formación para los profesionales y trabajar por la prevención del mismo.

La salud mental se juega también en los servicios comunitarios, los centros de salud. Por eso reclamamos la incorporación de los profesionales de psicología en los centros de Atención Primaria: permitirían que muchos casos no lleguen a los servicios especializados, que por eso están tan cargados, y, por otro, se produciría también una reducción en las tasas de medicación.

Sin embargo, hablar del suicidio no es exponer en los medios de comunicación el último caso con todo lujo de detalles. Eso está contraindicado. Lo puedo decir más alto, pero no más claro. Vuelvo al proceso de identificación: si todas esas tertulias las escucha un chico de 15 años que se identifica con lo que pasa, que piensa «es que yo estoy igual», puede aparecer en su mente una idea de posibilidad de suicidio. Por lo tanto, el efecto llamada existe. Hay una buena amiga mía, Mercedes Navío, coordinadora de la Oficina de Salud Mental y Adicciones de la Comunidad de Madrid, una psiquiatra muy reconocida, que dice: «El silencio mata, pero el ruido también».

- ¿Los chicos pueden llegar a pensar «pues también me voy a suicidar»?

Este pensamiento aparece mucho más de lo que aparecía antes. Se lo oímos a niños de Primaria. Ojo con esta historia porque aquí tenemos que introducir una variable más: el concepto de la irreversibilidad. La muerte es un concepto muy complejo y requiere de una capacidad de abstracción para entender que cuando se produce se acaba todo. Y esto, un niño de entre 8-10 años, no lo tiene todavía incorporado porque mentalmente no ha conseguido esa etapa de pensamiento abstracto que te permite entenderlo.

«Si los adultos somos buenos ejemplos, tenemos más garantías de que los hijos desarrollen y construyan un buen modelo de comportamiento»

Recuerdo a una niña de 5 de Primaria, después de dar una charla sobre sobre ciberbullying, que me contó que había aparecido un vídeo en el que una chica se suicidó porque la acosaban. Y me preguntó: «Pero profe, esa niña del vídeo está viva o está muerta?». ¡Porque la estaba viendo! No lo entendía.  

Prevenir el suicidio en los centros educativos no significa sentarse con los chicos a hablar del mismo, sino charlar con ellos de lo que es el dolor, la tristeza, la pena... de lo que es la desesperanza. Y en esos debates, generar la idea de que hablando, uno aprende a pedir ayuda y ayudar al que lo está pasando mal. Y esto es muy importante. Permitidme que lo subraye: hablar del suicidio salva vidas, sí, pero depende de cómo lo hagamos porque si hacemos cosas que no son adecuadas, se puede generar un efecto llamada que sabemos que existe y no es deseable.

- ¿Es la pandemia la culpable de esta situación de la juventud?

La pandemia es responsable de muchas cosas, pero no de todo. Desde hace más de 15 años se viene alertando sobre la salud mental en la infancia y adolescencia.

Es verdad que el confinamiento fue terrible. Y lo vivido después generó mucha sensación de desasosiego, de tristeza, de pena, de miedos. Muchos niños vivieron la muerte de familiares, la enfermedad, pérdidas económicas, personas que se quedaban en desempleo... Todo esto ha sido muy dramático.

Sí me parece importante que, a raíz de lo vivido, hemos comprobado que la salud mental no se juega sólo en los las unidades de atención de psiquiatría y psicología de los hospitales o en los centros de salud mental. La salud mental se juega en las distancias cortas: en qué hacemos en casa, en cómo educamos, en cómo nos tratamos y por supuesto en los centros educativos, cuyo cometido no solo es preparar a los alumnos a través del estudio, sino que también tienen la responsabilidad de educar en las emociones, de cuidar a la persona. Y lo dice la ley. Quizás haya que darle una vuelta a cómo tenemos organizada la escuela y el sistema.

- Otro de los asuntos que analizas en el libro es que quizás en muchos casos se protege a los hijos en exceso y que hay que enseñarles que la vida no es una felicidad pura.

Lo que voy a decir no le va a gustar a todo el mundo. Hay unos niveles de protección que son muy saludables, pero cuando nos pasamos, lo que estamos haciendo es evitar que los chicos desarrollen mecanismos de defensa, de afrontamiento autónomo e independencia ante las dificultades, que sepan llevar mejor la adversidad. Ahora, este es un problema muy social porque estamos creciendo en un mundo que adora el concepto de felicidad y se plantea como algo obligatorio.

«La salud mental se juega en las distancias cortas»

- ¿Y tiene algo de malo?

Tiene unos riesgos tremendos porque la vida te va a enseñar el malestar a la primera de cambio. En cuanto des la vuelta a la esquina, el malestar psicológico va a estar ahí porque va a haber muchas cosas que no te van a gustar, que no te van a salir como tú quieres, ocasiones en que vas a abrir un conflicto donde pensabas que ibas a vivir una fiesta... Y eso es aprendizaje.

Va a haber muchas situaciones incómodas. Por tanto, utilicemos cualquiera de ellas para explicar a los hijos que eso les va a pasar más veces, para consolarles y para decirles que no vamos a poder estar siempre protegiéndoles. Tenemos que utilizar mucho la palabra para que entiendan que nosotros les estamos intentando encauzar en un mundo en el que lo ideal sería poder manejarnos en cuotas de bienestar razonables. Pero el bienestar un día se trunca por una enfermedad o por una mala noticia.

Entonces, a mis encantadores padres y madres con los que comparto muchas cosas, les diría que no busquemos la perfección. Vivamos el día a día con naturalidad, con bondad, explicando las cosas con sentido. Seamos un buen modelo, enseñémosles a que tenemos que estar agradecidos y que tenemos que ayudar a otros. Esta es una manera de enfocar mejor el crecimiento.

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