El diseñador español Javier Mariscal
El diseñador español Javier Mariscal - CORTESÍA

Javier Mariscal: «Lo de que soy mantero solo era una licencia poética»

El diseñador matiza las declaraciones en las que decía estar arruinado: «Fue un modo gráfico de contar mi situación»

MADRID Actualizado: Guardar
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Javier Mariscal es un tipo exagerado y divertido. Todo lo que le cae encima (lo bueno y lo malo), lo convierte en un episodio de tintes cómicos. Alguien vio en él a un Woody Allen doméstico; también le cuadra la definición de enfant terrible. Le encanta escandalizar, aunque en sus últimas declaraciones públicas se le haya ido la lengua más de lo conveniente. Hace una semana afirmó en una entrevista a la revista literaria «Gurb» que está sin trabajo y que ejerce de «mantero» en plena calle para ver «si la gente viene y me compra». La repercusión fue inmediata y enorme. El diseñador reconoce a ABC que tiene «el corazón roto» tras una profunda crisis profesional y una dolorosa ruptura sentimental.

También, que su deuda asciende a casi 800.000 euros, una agujero que absorbe lo que ingresa. Con anterioridad ya había superado varias crisis, pero ésta le ha pillado más cansado y con las energías bastante justas. Hoy matiza en ABC sus sorprendentes declaraciones.

—¿Cómo ha encajado las reacciones a lo que contó en la revista «Gurb»?

—Acabo de llegar de Colombia y aún estoy asustado por la cantidad de llamadas que he recibido preguntándome si de verdad era un mantero y si estaba viviendo en la calle. Lo cierto es que me hicieron una entrevista en una revista especializada, en la que hablamos de lo divino y de lo humano en profundidad. Cuando dije esto de vivir en la calle, tan sólo estaba haciendo poesía. Fue un modo gráfico de contar mi situación. Lo de ser mantero se lo han tomado al pie de la letra, pues tengo miles de correos electrónicos y miles de comentarios enlas redes sociales, especialmente en Twitter, donde casi siempre que salgo es para ser criticado. La gente se ha volcado para ayudarme y me han ofrecido los más variados trabajos, desde carteles para la feria de un pueblo hasta el rediseño de una farmacia. De verdad, es entrañable lo solidarios que podemos llegar a ser.

—Pero la situación que usted trazó es la de mucha gente en este país...

—Sí, tengo que explicar que hay mucha gente que está como yo y con ello no me estoy quejando. No digo que la situación a la que he llegado sea injusta o haya sido imprevisible. La realidad es que mi estudio era una empresa muy frágil, con mucha gente contratada. Mis amigos me lo advirtieron, me decían que estaba pilotando un transatlántico sin salvavidas. Por otro lado, jamás quise, porque tampoco sabría cómo hacerlo, convertirme en un empresario normal. Siempre he sido un poco hippy, he repartido los ingresos como consideraba justo y no supe proteger mi estudio, ni con mis ahorros ni con las advertencias que había a mi alrededor.

—¿No es esta la primera vez que le sucede algo parecido?

—No es la primera vez que me arruino, pero sí es la ruina más grave. Jamás había tenido que despedir a nadie y para mí ha sido un golpe terrible. Éramos cuarenta personas en el estudio.

—¿Cómo era su empresa?

—Mi estudio estaba montado con grupos de sinergias, donde abarcábamos múltiples áreas: arquitectura, música, comunicación, dibujo... Quizás estaba sobredimensionado y ahora veo que, en ocasiones, había sueldos muy altos. Pero teníamos buenos encargos de firmas punteras y siempre soñé con construir un espacio de trabajo libre, con flexibilidad de horarios, accesos a internet para todos y practicando el tele-trabajo con múltiples colaboradores, desde Australia hasta Japón. Empezamos siendo estética y conceptualmente avanzados. Teníamos sofás, cocina, salas de creatividad... Para que ahora vengan los de Google o los de Microsoft diciendo que ellos son los modernos. Nosotros ya lo hacíamos en los 80.

—¿Cómo están sus relaciones con los bancos?

—Debo dinero y es una gran tristeza. Lo pasas muy mal, no sabes quién eres y te pones a dudar de todo. Mi trabajo no es como el de un técnico, es un trabajo creativo. Esta situación me ha dejado tocado. Por otro lado, creo que no es justa la respuesta de los bancos, a los que durante años les he hecho ganar mucho dinero. Ahora debo a los bancos una cantidad ridícula para lo que les he generado. Pero es inútil, no apuestan por ti y te retiran todo tipo de créditos. Así marcha nuestra sociedad.

—¿Cómo ha encajado la entrada de internet en su área?

—El sistema ha cambiado mucho. Explícale esto a los que hacen cine, música o arquitectura y, por supuesto, diseño. Hace poco una persona galardonada con el Premio Nacional de Diseño me contó que por un trabajo por el que antes le pagarían sin pestañear 100, ahora le estaban pagando 10. De ese palo y de estos recortes estamos hablando. Antes, un estudio era como una tienda; se trabajaba de cara al cliente, venían a visitarnos, a ver lo que hacíamos... Ahora tienes que salir a buscarlos, a proponerles cosas, a venderte.

—¿Se ve saliendo de esta?

—Nos estamos reinventando, no hay más remedio. Pero con una serie de trabas que hacen todo más difícil, entre otras porque soy insolvente y que conste que no estoy llorando. Esta vez sí que hemos tocado fondo y ahora no es posible tener un estudio como antes. Y te das cuenta de que hay otro tipo de sociedad y de trabajo. Y, también, que hay un gobierno que no ha ayudado nada. Más bien nos han cortado alas y nos han frito a impuestos.

—Aún así, seguimos necesitando diseño gráfico...

–Sí, es verdad. En la sociedad en que vivimos cada vez necesita mas áreas de diseño. Esto es incuestionable. Colombia es un ejemplo reciente. Acabo de llegar de allí y te das cuenta de que están atrasados. Necesitan desde las señales de los aeropuertos hasta las de autopistas o zonas rurales. Es importante, pues cuando hay una mala comunicación visual se pueden provocar accidentes. Nuestro trabajo ha sido investigar, innovar y crear para que la sociedad funcione. Desde las gafas o los bolígrafos, que de pequeños vivimos como un invento del demonio, hasta la fotocopiadora, la maquina de escribir eléctrica, la tarjeta de crédito... Y ya no te digo nada de los ordenadores. Para terminar, afirmo que cualquier gobierno debería respetar la educación y la investigación. Es la única manera que tenemos de avanzar.

—¿Cree que se le ha ido la lengua?

—Creo que siempre estoy tratando de estirar las palabras._Soy el primero que me tiro a la piscina. ¡Cuidado!, porque ahora seguro que alguien pregunta: «Ah, ¿pero había agua? ¿Está fría?».

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