Bienvenidos al norte

Después de trece años en España, el nacimiento de su hijo cambió su manera de concebir las vacaciones. Siente fascinación por Galicia y Cataluña

Galicia ABC

Toño Ángulo

Vacacionar con un niño pequeño es como salir a comer siendo celíaco. Por más infinito que sea el menú, siempre se acabará eligiendo entre un número limitado de opciones sensatas.

Es mi caso. Llevo trece años viviendo en España y puedo decir que hasta la llegada de mi hijo (hace cuatro) me valí del sagrado concepto del veraneo mediterráneo para recorrer casi toda la península.

Viajando en bermudas, he tenido la suerte de descubrir muchos destinos de playa, meseta y cordillera. Sitios reputados y asfixiantemente masificados , como otros a donde no se le ocurriría ir a nadie entre junio y septiembre, a menos que uno sea una mosca buscando su lugar en el mundo entre ovejas o criaderos de cerdos.

De momento, mi hijo no puede decir lo mismo. Desde que somos tres, nuestras vacaciones en familia empiezan sobre todo con una consigna: huyamos del calor y la contaminación de Madrid , la ciudad donde improvisamos la felicidad los once meses restantes.

Esto cierra las opciones, que, como bien saben celíacos y otros intolerantes, ofrece la ventaja de facilitar la toma de decisiones . El lugar elegido tenderá a ser más frío y donde haya más gente pedaleando o montada en un monopatín que echando humo con sus coches.

Esta forma de simplificar la elección del destino vacacional también nos ha regalado algunas certezas . La primera es que en toda España se come de maravilla, se beben extraordinarios vinos a precio de cerveza y, a poco que uno mire más allá del bronceado de su ombligo, siempre acabará conociendo a personas encantadoras con las que aprender de las distintas idiosincrasias que cohabitan este país tan diverso.

La segunda es más discutible: al menos los que vivimos en Madrid deberíamos conocer mejor el norte , Galicia, Asturias, Cantabria, el País Vasco, La Rioja, Navarra, Aragón y la Cataluña que casi nunca sale en los telediarios.

Mi chica es andaluza, lo cual siempre nos da la opción de girar al sur en cualquier momento, como quien vuelve a casa. Pero, de momento, enrumbamos primero al norte.

Galicia , para empezar, no tiene pierde. Es la única comunidad en España donde me han invitado a comer a una casa sin conocer de nada a mis anfitriones. Bastó que les dijera que era peruano para que recordaran el largo historial de emigrantes a América que había en su familia y prepararan una empanada de pulpo ; la mejor que he comido jamás, todo sea dicho.

Algo parecido nos pasó a mi chica y a mí en Cataluña , ya con nuestro hijo en brazos, cuando elegimos el pueblito de Taüll como base para visitar el Parque Nacional de Aiguas Tortas y las fabulosas iglesias románicas de La Vall de Boí .

Aquí, en esta región de la provincia de Lérida , nuestro anfitrión era un antiguo campesino de la zona. Cada tarde, al volver al apartamento que le habíamos alquilado, hallábamos en la puerta varias piezas de los increíbles calabacines de todos los colores que seguía cultivando, así como frascos de mermelada que él mismo preparaba.

Sobra decir que tanto en Galicia como en esta parte de Cataluña, y en general en todo el norte, cuando llega la noche, dan ganas de coger una sábana para cubrirse del aire fresco y limpio que entra por las ventanas.

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