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Brigitte Bardot y el efecto contagio

En 1953, la actriz acudió a Cannes para presentar «Manina, la chica del bikini» y, de paso, estudiar las posibilidades promocionales del bañador de dos piezas

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Un año antes de que Brigitte Bardot se presentara en las pacatas playas de Cannes en bikini, Pedro Zaragoza, alcalde y arquitecto de Benidorm, ya se había liado la toalla a la cabeza, rebelado contra la etiqueta franquista y permitido que las suecas se bañaran en las playas de su pueblo como Dios manda, y eso que los curas lo querían excomulgar. Por orden del señor alcalde estaba prohibido molestar a las bañistas, entendiéndose molestar por insultarlas, apedrearlas y otras arraigadas muestras de la expresividad local, aún por pulir para los estándares de un turismo de masas que en los primeros cincuenta se encontraba en fase de cimentación. El hormigón estaba todavía muy fresco. Con su pragmatismo habitual y consciente de que todo vale para el convento, Franco terminó por dar el visto bueno a una iniciativa textil con la que confirmó que lo cortés no quita lo caliente.

En la Costa Azul, católica y republicana, todavía no habían llegado tan lejos.

En 1951, el Festival de Cannes se había trasladado del otoño a la primavera, más que nada por el buen tiempo, pero a Brigitte Bardot no le pareció suficiente mudanza y solo dos años después, aprovechando que estaba despejado, se puso a veranear en abril. Tenía 19 años, andaba de promoción con «Manina, la chica del bikini» y su padre, viéndolas venir, había exigido por contrato que durante la gira de presentación de la película la muchacha, bastante espabilada y dispuesta, no enseñara más de la cuenta. La cosa terminó en los tribunales y de mala manera, pero a fin de cuentas solo el padre de la intérprete salió perdiendo. Ganaron Brigitte Bardot, el bikini y la ciudad de Cannes.

Con Jean Cocteau al frente del jurado del festival de cine, en 1953 España llevó a concurso «Doña Francisquita» de Vadja, «Duende y misterio del flamenco» de Neville y «Bienvenido Mr. Marshall» de Berlanga. Buñuel iba por entonces en representación de México. El palmarés de aquella edición resulta anecdótico ante las consecuencias –efecto contagio se llama ahora el fenómeno– de la presencia de la actriz sobre la arena de la mar, alfombra roja para el estreno de una nueva era visual cuyo primer público, muy agradecido, puede apreciarse en la imagen superior asomado a la Croisette.

Brigitte Bardot se contagió de sí misma y solo se curó veinte años después, cuando se pudo volver a vestir, ya retirada del cine. El bikini contagió a Occidente, que comenzó a calentar motores para la década siguiente, cuya liberación sexual exigía cierta holgura en la indumentaria, y Cannes, situado para siempre en el mapa del sensacionalismo carnal, se contagió de un veranillo primaveral en el que desde entonces se han bañado, tan frescas, cientos de jovenzuelas. El padre de Brigitte Bardot había perdido definitivamente el juicio.

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