Silvana Mangano en «Arroz amargo»
Silvana Mangano en «Arroz amargo» - abc

Silvana Mangano, la refinada exaltación del muslo

La actriz murió en Madrid hace 25 años. De la voluptuosidad pasó a una exquisita madurez

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Mientras Lucía Bosé vivía en Somosaguas, Silvana Mangano lo hacía en La Moraleja. Muchos años antes, en 1947, se habían enfrentado en el concurso de Miss Italia, que ganó la primera. El primer contacto de Mangano con el cine llegaría por su noviazgo con Marcello Mastroianni. Pero pasaría un tiempo hasta que protagonizó «Arroz amargo» (1949), esa película de Giuseppe de Santis que anda entre el marxismo, el melodrama y la exaltación del muslo. El director convirtió el valle del Po en un lugar más erótico que cualquier película de Tinto Brass. La Mangano, de 19 años, era una bomba sexual tan voluptuosa como lejana. Una Anna Magnani con 15 años menos, una Ingrid Bergman con mimbres latinos y una Rita Hayworth con unos kilos más.

Inaccesible

Murió el 16 de diciembre de 1989, a los 59, en la clínica La Luz (por un tumor en el mediastino de cuya operación no se despertó). En su madurez fue todo lo contrario a esa imagen que había dado en «Arroz amargo» o en «Ana» (inolvidable el bayón, y no sólo para Nani Moretti). Una imagen que ella odiaba y que la llevó a adelgazar. Ya como musa suprema de Pasolini y de Visconti era la mujer más refinada del cine. También la más inaccesible. Era reservada y nada exhibicionista, pero a esa inaccesibilidad había contribuido su marido, Dino de Laurentiis, que, al contrario que Carlo Ponti con Sofía Loren, la mantenía protegida. Incluso parece que se opuso a su participación en «Ocho y medio» por celos de Mastroianni. Este solía decir: «Silvana debió quedarse conmigo. Estábamos hechos el uno para el otro. Pero entonces yo no era nadie y ella era ambiciosa. Se casó por interés y no ha sido feliz. Y yo tampoco». Según el escritor y guionista Masolino D’Amico, Silvana no se arrepintió de haberse casado con el productor. Aunque se divorciara tras la muerte de su hijo Federico (tenía tres hijas más, Raffaella, Veronica y Francesca, la que se había casado con el productor José Antonio Escrivá. Por eso, por estar con ella, vivía en Madrid).

Sus apariciones en «Edipo Rey», en «Teorema», en «Muerte en Venecia», en «El Decamerón», en «Ludwig» o en «Confidencias» son una declaración de guerra a la vulgaridad (como la contraseña en el anuncio de Licor 43). Su presencia, de las que dejan anonadado. Y eso que, volviendo a la voluptuosidad juvenil, el jersey de «Arroz amargo» no lo superó ni Kim Novak en «Vértigo».

Retirada ya del cine, Francesca la convenció para que participara en «Dune». Y hasta calva, como la reverenda madre Ramallo, impresionaba. En 1987 todavía haría «Ojos negros». Era la mujer de Mastroianni.

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