RELATO DE VERANO

Un verano vulgar

Hace algunos años un antiguo compañero me preguntó dónde iba a ir de vacaciones: -A la playa- contesté yo, inocente. Su cara era un poema

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Creo que esperaba algo más acorde a mi condición de ¿joven?, ¿profesional?, algo como un interrail, una semana loca en Ibiza o una visita a los suburbios occidentales de Berlín. No sé. Pero su rostro y su expresión (un casi imperceptible pffff) me impulsó a añadir rápidamente: -Es donde tengo casa gratis.

Se fue sin decir nada más. Me quedé con una sensación extraña. ¿Le ha parecido cutre?, ¿vulgar? No importa. Lo realmente importante es porqué he sentido la necesidad de justificar mis últimos 15 años de vacaciones en la casa familiar. Con lo que a mí me gusta la playa. Y la paella. Y llevar un «tupper» con los filetes empanados y la sandía.

Maldigo a Instagram y Facebook que han hecho de mis vacaciones algo vulgar.

¿Deberían gustarme más las islas griegas que las Cíes? ¿El Pollo tandori antes que el Espeto?

Y con esa sensación de desasosiego pasaron los días; nunca he ido de moderno, ni alternativo, pero quizá me estaba regodeando en lo corriente. Puede ser. Podría cambiar de playa. Practicar «snorkel» o comer en un hindú.

Llegó el día y sin darme cuenta, estaba ya en mi adorada costa, con los pies en el agua, jugando a las palas, viendo a la gente pasear por la orilla. Y estaba feliz. El desasosiego de la normalidad sobrevenida despareció, debió quedarse en la misma estación de servicio en la que siempre paramos a mitad de camino para comer un bocadillo de tortilla con un café.

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