Los toros cruzan el puente de Curtidores
Los toros cruzan el puente de Curtidores - José Ignacio Lobo Altuna

Los otros encierros de los Sanfermines, casi desconocidos

De noche y en silencio, los toros que correrán al día siguiente por las calles de Pamplona son conducidos hasta los corrales de Santo Domingo en un espectáculo de gran belleza, no exento de anécdotas memorables

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Con la noche ya caída, sin más luz que la de la luna -si hay suerte y se deja ver- y la de unas pocas farolas, seis toros cruzan como fantasmas el puente de la Rochapea (también llamado de Curtidores) y suben la empinada cuesta que desemboca en los corrales de Santo Domingo. Solo los pastores les acompañan en este peculiar encierro que se repite cada día durante los Sanfermines. En medio de la estruendosa fiesta, de la juerga sin fin que se apodera de Pamplona del 6 al 14 de julio, sobrecoge el paso de la manada en silencio junto a la muralla.

Horas después, el tramo siguiente de su ruta hasta la plaza de toros se poblará de corredores, espectadores, fotógrafos...

y millones de personas seguirán por televisión su frenética carrera con el alma encogida. Será al día siguiente. En el encierrillo, solo 350 afortunados por sorteo pueden contemplarlo desde el vallado, con cuidado de no hacer ruido ni utilizar flashes que puedan distraer a los astados. En este insólito silencio, se va percibiendo «un resonar rítmico que se va acercando: es el sonido de las pezuñas de los toros, que se aproximan» y «en algunos lugares, puede atisbarse la nube grisácea que levantan». Así lo relataba Andrés Amorós en una Tercera dedicada a esta reliquia histórica de la Tauromaquia por la que el catedrático de Literatura Española siente «verdadera debilidad».

«Más allá de su evidente belleza, lo importante del encierrillo es que supone una reliquia impagable: nos traslada, hoy mismo, al modo tradicional de conducir los toros bravos a las plazas para ser lidiados», antes de que «el ferrocarril y los cajones» acabaran con esta tradición, resaltaba el crítico taurino de ABC. Por sus peculiares características, quizá sea también el último reducto de los Sanfermines que no se ha visto masificado con el paso de los años. El Ayuntamiento sortea cada junio 2.800 pases gratuitos en total para todas las fiestas, aunque también desde la muralla y la Cuesta de Curtidores se puede disfrutar del traslado de los toros desde los «corrales del gas» a los de Santo Domingo.

El legendario Borrego

El recorrido del encierrillo se fijó en 1898, a raíz de la escapada de los toros andaluces de Concha y Sierra que pasó a la historia de los Sanfermines por las andanzas del legendario Borrego. Este toro colorado, marcado con el número 17, se escapó al monte el 10 de julio de aquel año y campó a sus anchas durante cuatro meses, dejando una larga estela de becerros ariscos antes de ser abatido por una pareja de la Guardia Civil. De haber coincidido en el tiempo, César Oroz lo habría encumbrado en su tira cómica, rivalizando con el célebre oso pardo Camille. Quien no dejó pasar su historia fue el escritor Rafael García Serrano, que en su «Cronicón de Borrego Tenorio» relató cómo «de julio a noviembre de 1898 la Barranca se vio turbada por las hazañas fenomenales de aquel extraordinario Borrego (...). Se divertía de lo lindo. Volteaba paisanos, se disfrazaba de buey, daba sustos en las encrucijadas, aparecía inopinadamente en los prados, corneaba castaños, amagaba a los borriquillos, resoplaba furibundo cerca de los frontones, interrumpía plácidas tertulias con bramidos a los que sabía dar un tono misterioso, casi de ultratumba».

El historiador Ricardo Ollaquindia recordaba párrafos del capítulo de «Los toros de Iberia» (1945) de García Serrano en su artículo sobre «Toros célebres en Navarra»: «Su cabeza estaba pregonada como la de un bandolero de tronío, y como a éste, le protegían los humildes negándose a facilitar pistas a la autoridad competente. Con Borrego, galante guerrillero, los aldeanos se ahorraban el semental». Un cartel daba a conocer las señas del perseguido, hasta que «el cabo Centellas, de la Guardia Civil, manos y ojos de buen tirador, le madrugó con un balazo en el ojo». A Borrego, «estofado, se lo merendaron en el cuartel. iBah! Se comían un mito y les sabía bueno», concluía García Serrano.

Llegada de los toros a los corrales del gas
Llegada de los toros a los corrales del gas - José Ignacio Lobo Altuna

Dos décadas después, el 7 de julio de 1917, «Fantasma» no quiso abandonar el corral a la hora del encierrillo, que realizaron sus cinco hermanos de Guadalest sin él. En las páginas de «El Pueblo Navarro» se relataron los vanos esfuerzos de los pastores durante toda la noche para que este toro «bien puesto de pitones» abandonara los corrales del gas. Cuando llegó la hora del encierro, sin haber logrado dominar al toro, se resolvió que se llevara a cabo sin él y se intentó encajonar a «Fantasma» para subirlo a la plaza, «pero tampoco fue posible». Tres disparos acabaron con su tozudez allí mismo.

Al día siguiente, uno de los toros de Gregorio Campos saltó el pretil de piedra y anduvo suelto por los alrededores durante toda la noche. Justo antes del encierro, que entonces comenzaba a las seis de la mañana, lograron capturarlo y llevarlo a los corrales de Santo Domingo, pero los sustos no acabaron allí. Cuando sonó el cohete y sus compañeros enfilaron la cuesta tras los mozos, este toro se negó a salir y cuando finalmente lo hizo, «derribó tres vallados, lesionó a un agente urbano y entró en la plaza tras dejar a dos mozos gravemente heridos», según recoge la web « 7 del 7».

A «Lucero», un toro negro mulato de Santa Coloma, un chaquetazo que le dio cierto espectador o aficionado imprudente lo espantó. Saltó la pequeña muralla del lado izquierdo y se escapó el 10 de julio de 1922. Inmediatamente salieron los pastores y los mansos a buscarlo y se acordonó la zona. El «Diario de Navarra» contó que tras saltar el pretil, el toro cayó sobre un árbol y acabó rodando como una pelota hasta la orilla del río Arga y que arrolló a un muchacho que huyó despavorido. «A cosa de las doce, apareció muy tranquilo el cornúpeta en cuestión» frente a una vaquería próxima y, arropado por los cabestros, fue conducido hasta la plaza, según relató «El Pueblo Navarro».

El perro «Perico» y viajes de ida y vuelta

Mayor susto fue el de «Corruco», un toro negro de Mº Teresa Oliveira, que en el encierrillo del 9 de julio de 1951 rompió el vallado y se coló al otro lado, que estaba lleno de gente. El reportero del «Diario de Navarra» escribió que en un primer momento el toro, aturdido, se quedó parado, dando tiempo a que la gente escapara. Luis del Campo explicó posteriormente por qué: «El auténtico héroe de aquel encierrillo fue "Perico", un perrillo de la Guardia Civil de la plazuela. Inmediatamente se enfrentó al astado, lo mantuvo a raya, desafiándole con sus ladridos y entreteniéndole». Mientras laos espectadores salían en tropel del lugar, el toro volvió al trayecto del encierrillo persiguiendo a «Perico» hasta que la llegada de los mansos solucionó el percance.

Aún hubo dos toros que hicieron el encierrillo de ida... y de vuelta. «Tesorero», de Martínez Elizondo, no quiso correr el encierro el 7 de julio de 1969 y en lugar de encarar la cuesta de Santo Domingo, echó a correr de vuelta a los corrales del gas. Aquel mismo año, el sobrero de Álvaro Domecq para la corrida del 9 de julio de 1969, llamado «Cariñoso», se coló en el encierrillo junto a sus compañeros. Los pastores se dieron cuenta al recontar los animales en los corrales de Santo Domingo y, separándolo en plena noche, lo devolvieron a los del gas.

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