La tragedia empaña el 108 aniversario del Hotel Ritz

El derrumbe parcial del hotel hace sentir más lejanos sus momentos de esplendor centenario

La mítica cúpula del Hotel Ritz
Adrián Delgado

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El hotel Ritz ha escrito estos días uno de los capítulos más tristes de su historia. La muerte de un obrero , junto con las graves heridas sufridas por otros once operarios, ha empañado esta semana la ambiciosa reforma del establecimiento, que abrió Madrid al lujo en 1910. El próximo 2 de octubre se cumplirán 108 años de su inauguración. Sus exclusivas estancias -otrora hogar temporal de artistas, reyes, magnates y celebridades de todo tipo- quedaron obsoletas hace años pese a sus constantes intentos por mantener las apariencias. Ahora, bajo el impulso del grupo Mandarin Oriental, acometía una renovación integral de 99 millones de euros que, tras el derrumbe de parte de su forjado, no se sabe aún cuando podrá ser reanudada. «Nuestra consideración está con las familias de aquellos que han resultado heridos», apuntaban únicamente desde la compañía tras la tragedia.

Frente a la decadencia de los últimos tiempos, cuando abrió sus puertas en 1910 no había en Madrid hotel más moderno. Su creador, César Ritz (1850-1918), encarnó el mito del botones que llega a director de hotel. En su caso, el considerado como «padre de la hostelería moderna» fue mucho más allá en el salto de siglo entre el finales del XIX y principios del XX. La visión empresarial de este suizo -que se crio rodeado de estiércol y vacas- logró seducir a magnates, artistas e, incluso, a reyes. El lujo que imprimió a los establecimientos bajo su gerencia convirtió el hospedaje en una experiencia exclusiva. No en vano, fue uno de los primeros en comprender el fenómeno turístico a escala internacional. Madrid no fue ajeno a sus éxitos en París o Londres con hoteles que, entre otros avances, incluían por primera vez baños en suite.

Colas para firmar en el libro de condolencias tras el fallecimiento de Alfonso XIII, en marzo de 1941

Proyecto fastuoso

Alfonso XIII no dejaba de sentir cierto complejo por una ciudad que, lejos de las casas palaciegas de la acomodada nobleza, carecía de hoteles en los que acoger a personalidades e invitados. Su boda en 1906, marcada por el trágico atentado de la Calle Mayor, trajo a media realeza europea a la capital y fue el acicate para querer copiar a París el atractivo estilo de sus hoteles. Como ocurriría con el Metro una década después, el joven monarca convenció a amigos y banqueros para financiar su hotel, el Ritz. Un proyecto fastuoso del que él mismo se convirtió en el principal accionista. Charles Frédéric Mewès, el arquitecto de cabecera de César Ritz, diseñó un edificio que rebosaba elegancia, higiene y belleza a partes iguales.

El Rey y su familia tuvieron su hotel. Banquetes, recepciones e incluso la tan británica costumbre de tomar té se impusieron como tradiciones entre la aristocracia madrileña . Solo la Guerra Civil interrumpió el esplendor de los primeros años, sobre todo, tras la adquisición del hotel por el belga Georges Marquet en 1926 a Ritz Hotels Development. Para entonces, ya se habían alojado en sus habitaciones la agente doble Mata Hari o la curiosa pareja que formaban Jagatjit Singh, el maharajá indio de Kaphurtala y su esposa, la cupletista española Anita Delgado -curiosamente, su romance nació en la boda de Alfonso XIII y Victoria Eugenia-. También Randolph Hearst, el magnate americano de la prensa amarilla, junto con Marion Davies -su amante- reservó en 1934 la suite Real. Después, el glamour dio paso a la muerte. En los primeros compases del conflicto bélico el hotel se convirtió en «hospital de sangre» y, en la habitación 27 de la planta primera, murió el anarquista Buenaventura Durruti con las banderas de la CNT ondeando en la fachada del hotel soñado de Alfonso XIII. En marzo de 1941, Madrid despedía simbólicamente a su Rey haciendo largas colas para firmar su libro de pésames en los salones del Ritz.

Corría noviembre de 1929 cuando Miguel y José Antonio Primo de Rivera participaron en el homenaje a los hermanos Machado en el Ritz

La corbata como símbolo

Superada la guerra, la pompa y el boato volvieron poco a poco al majestuoso edificio. La saga familiar Marquet no perdió el control del hotel. En su largo dominio hasta finales de los años 70, trabajaron la exclusividad hasta límites insospechados. El dinero no era suficiente para poder alojarse allí. El uso de corbata se convirtió en una obligación para poder comer en su restaurante, incluso en los sofocantes meses de verano. Una norma que se ha cumplido a rajatabla hasta que, su último director general Christian Tavelli, «invitó» en 2014 a sus clientes a entrar sin ella sólo durante los meses estivales. La rigidez de las normas, maquillada siempre por la cortesía de sus empleados, puso a los actores y a los toreros en una lista no confesada de «clientes incómodos». La mismísima Ava Gardner lo fue a pesar de ser una de sus mejores clientas, marcada por su fama de juerguista empedernida.

Durante el franquismo, se convirtió en una oficiosa residencia para visitas de Estado en la que se mezclaron huéspedes de los más dispar: desde el nazi Heinrich Himmler hasta los Príncipes Rainiero y Grace de Mónaco, que celebraron su luna de miel aquí en 1956 y volvieron después en varias ocasiones. Sus últimos servicios en este sentido los cumplió durante el entierro de Franco, cuando muchos de los asistentes internacionales que se desplazaron hasta Madrid para despedir al dictador se alojaron en sus habitaciones.

El Príncipe de Gales y su entonces esposa Lady Di, en 1987, a su llegada a un desfile de moda de diseñadores británicos en el lujoso hotel

La política y las relaciones internacionales se han instalado en sus salones en innumerables ocasiones. En septiembre de 1979, el líder palestino Yaser Arafat dio su primera conferencia de prensa en el Salón de Lecturas. También tuvo como huéspedes a muchos de los participantes de la Conferencia de Paz de Oriente Medio, que tuvo lugar en noviembre de 1991. Eva Perón, Mijail Gorbachov, Margaret Thatcher, Jaques Chirac, George Bush, Bill Clinton, Kofi Annan, Tony Blair o Vladimir Putin han descansado también en sus suites.

Quizá a Alfonso XIII le hubiera gustado saber que su hotel soñado sirvió para acoger a las más de 24 delegaciones oficiales se alojaron con motivo de las nupcias de su biznieto, el Rey Felipe VI con la Reina Letizia en mayo de 2004. Entre ellas, se instalaron en el Ritz las Casas Reales de Suecia, Noruega, Dinamarca, Reino Unido, Marruecos, los Príncipes de Mónaco o el Emperador de Japón con su séquito.

El hotel espera volver a ser ese referente de modernidad cuando concluya sus obras. Si logran cumplir los plazos, después de los trágicos hechos de esta semana, abrirá sus puertas a finales de 2019 con 106 amplias habitaciones y 47 suites. La Real, con 188 metros cuadrados, contará con vistas exclusivas al Museo del Prado.

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