Un exlíder de los Latin Kings: «He visto cómo asesinaban a un amigo, pero también a los míos matar»

Este antiguo pandillero, hoy casado y padre de un bebé, relata su caída a los infiernos desde la entrada en la banda con 17 años hasta que logró salir con 22

Jayson, durante la entrevista con ABC FOTOS: JOSÉ RAMÓN LADRA
Aitor Santos Moya

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La historia de Jayson (nombre ficticio) es la historia de un rey sin trono. Es, también, la lucha de un tipo al que la corona casi le cuesta la vida: armas, drogas, robos y un sinfín de episodios de violencia gratuita lo acompañaron durante cinco años, tiempo suficiente para escalar posiciones en la pirámide de los tristemente conocidos Latin Kings. Este ecuatoriano de 31 años, hoy casado y con una hija de cinco meses, llegó a ser el líder de uno de los «capítulos» más violentos de la primera banda latina asentada en España: «Fui el “rey” del “capítulo” de Sainz de Baranda . Dentro, vi cómo asesinaban a un amigo, pero también a los míos matar a otros», detalla a ABC con voz pausada, como si el tiempo y la memoria no fueran más que el recuerdo imborrable de un mundo al que solo algunos, como él, han logrado dar la espalda.

Jayson no era más que un crío de 11 años cuando su padre decidió cruzar el charco en busca de un futuro mejor. Lo hizo con él y su hermana pequeña; poco después llegó su madre. «Mi padre trabajaba en la construcción, hacía muchas horas extra, y mi madre también estaba fuera de casa en días alternos», relata consciente del esfuerzo que hicieron por salir adelante. Durante los años previos a su vida de pandillero ya era un chico problemático . Hizo amigos, pero no le duraron mucho. «Empecé a salir con niños de 12 y 13 años que fumaban porros e iban a las “Matineé” (discotecas de adolescentes, cuya entrada se establece a partir de los 14 años) para intentar pasar», prosigue, sin tener entonces la menor idea de que cumplía, casi a rajatabla, con el perfil de vulnerabilidad que las bandas latinas utilizan para engrosar sus filas.

Alejado de sus padres y separado de su entorno social («Los estudios iban fatal, repetí varios cursos y llegué a cambiar hasta tres veces de colegio»), la vida de Jayson dio un giro radical el día en que uno de sus nuevos amigos le presentó a varios miembros de los Latin Kings en una discoteca de los bajos de Azca . Tenía 17 años y su carrera suicida no había hecho más que empezar. «Me llamó la atención todo, su forma de vestir, su lenguaje, sus gestos para saludarse», rememora con la imagen cristalina de un anzuelo envenenado. «Yo no conocía a la banda, pero nada más entrar vi que siempre estaban rodeados de mujeres, manejaban mucho dinero, se consumía cocaína, cristal (MDMA), marihuana, hachís...», añade no sin olvidarse de la tan temida burundanga: «La usábamos para cometer robos».

«Cuando me presentaron a los Latin Kings, vi que estaban siempre rodeados de mujeres y manejaban grandes cantidades de dinero»

Para entrar en la organización tuvo que recibir una paliza y «jurar» ante el resto de pandilleros que estaba dispuesto a cometer cualquier delito: «Incluso matar». Su primera misión fue reunir una cantidad de dinero atracando a jóvenes y personas mayores. Algo asequible, a tenor de la escalada de violencia que estaba a punto de estallar: «Empiezas a vivir permanentemente en un estado agresividad, de nerviosismo. Si mayor era el daño que hacías a la banda rival (en aquel tiempo los Ñetas), más ascendías». Tanto que no tardó mucho en llegar a ser «rey».

Un detalle de sus manos

Desde su nueva atalaya, Jayson manejaba a un grupo de 15 jóvenes , deseosos de realizar cuantas acciones delictivas les fueran ordenadas. «Cada mes nos reuníamos con los “reyes supremos” (por encima en el escalafón) y tratábamos temas como la financiación o las personas que se iban a encargar de controlar unas zonas u otras», subraya el expandillero, sometido entonces a una fuerte presión por parte de sus superiores para reclutar el mayor número de integrantes posible.

Como líder, además, estaba marcado. Paseaba con los colores representativos del grupo (negro y dorado), gorras, pañuelos, colgantes y un rosario que solo podían llevar los cabecillas: «Se exhibían con orgullo porque así demostrabas que eras un jefe de la banda». Además de los robos, el trapicheo de drogas era la principal fuente de dinero, empleado después para comprar armas de fuego en el mercado negro y otros utensilios de ataque como cuchillos, martillos o catanas. Armados hasta los dientes, se planeaban las agresiones y asesinatos contra miembros rivales, en los que la droga jugaba un papel fundamental: «Íbamos hasta arriba». Precisamente, el resultado de una de esas acciones fue lo que provocó que el castillo de Jayson se viniera abajo. «Estábamos en un parque y descubrimos a dos Ñetas que nos estaban vigilando. Salimos a por ellos y cuando mi amigo se tiró a pegarles, sacaron una navaja y le asestaron una puñalada en el corazón», revela al tiempo que confiesa haber sido testigo de otras muertes cometidas por su antigua «familia».

«El día que salíamos a atacar a otra banda, íbamos de droga hasta arriba. Tomábamos cocaína, cristal, hachís y usábamos burundanga para cometer robos»

Con una larga ficha policial, alguna que otra cicatriz y problemas de ansiedad que le impedían dormir, Jayson encontró a los 22 años una tabla de salvación en el Centro de Ayuda Cristiano , que desde hace diez años conduce a estos jóvenes a reinsertarse en la sociedad. «No le dije a nadie de los Latin Kings que quería salir porque si no me hubieran matado», resume. Obligado a cambiar de domicilio, fue esta iglesia evangélica, dirigida por el pastor Alberto Díaz, la que sirvió de parapeto ante una posible venganza de los que habían sido sus compinches de tropelías: «Ellos me seguían buscando, pero gracias a que entré al centro, me respetaron». Tras retomar los estudios, encontrar trabajo y formar su propia familia, el que fuera líder del «capítulo» de Sainz de Baranda devuelve ahora la ayuda prestada ofreciendo su testimonio a otros jóvenes que están pasando por una situación similar.

«A los adolescentes que estén entrando a los grupos les diría que hay una salida, que piensen en ellos y en sus familias », apunta Jayson. Alguien capaz de rehacer su vida y dejar atrás un pasado del que nunca podrá estar orgulloso: «A mi mujer se lo he contado todo. Se casó conmigo hace dos años por lo que soy desde que dejé la banda. Si hubiera seguido, no estaría con ella».

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