Las Meninas, de Velázquez
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CURIOSIDADES DE MADRID

Comer barro, el anticonceptivo que utilizaba la nobleza en el Madrid del Siglo de Oro

Las Meninas de Velázquez refleja en la figura de la Infanta Margarita otro de los efectos atribuidos a la ingesta de la arcilla

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«Niña de color quebrado, o tienes amor o comes barro». La singular cita, de Lope de Vega en El Acero de Madrid (1608), ilustra el tema central de esta curiosidad, de nuevo enmarcada en el prolífico siglo XVII. En efecto, el Madrid del Siglo de Oro se reconoce en una abundante y heterogénea amalgama de historias; literarias y pendencieras en algunos casos, pero extremadamente escabrosas en otros. La presente se refiere a los cuestionables métodos anticonceptivos utilizados por la nobleza. La bucarofagia, nombre técnico de lo que simplemente es comer barro, fue utilizada frecuentemente por la realeza para prevenir embarazos y regular las menstruaciones. Igualmente, tuvo un uso alucinógeno.

El apelativo remite a los búcaros, pequeñas vasijas de barro colorado que en la época servían para portar agua perfumada y que se comían a pequeños mordiscos con la finalidad avanzada.

El diagnóstico tras la ingesta de esta arena arcillosa era lo que se conoce como opilación, una obstrucción intestinal que provocaba una interrupción en las reglas femeninas. De hecho, como puede contemplarse en la imagen que acompaña a este texto, en Las Meninas de Velázquez la Infanta Margarita sostiene en su mano derecha un pequeño recipiente de barro. En su caso, no está claro el motivo (se ha dicho que sangraba abundantemente aunque quizá fuera para aclarar su piel), pero en otros supuestos, efectivamente, obedecía a fines anticonceptivos. No obstante, tal era el desconocimiento que incluso se consumió con la idea contraria: favorecer la fecundación. Así fue en el caso de María Luisa de Orleans, conosorte de Carlos II, que ingirió la arcilla para quedarse embarazada del monarca. Fue inútil, pues el rey bautizado como «El Hechizado» padecía el síndrome de Klinefelter, una alteración genética que lo dejó sin descendencia. Se pensaba que al disminuir la menstruación, se alargaba la acción seminal.

La toma del barro, que se usaba para regular el periodo femenino, provocaba además efectos alucinógenos

Paralelamente, la toma del barro aclaraba la piel hasta un tono blanquecino que se ajustaba fielmente a los canones de distinción social en la fecha, por lo que aumentó su uso entre las clases pudientes. El peligro, sin embargo, radicaba en que llegara a afectar más de lo esperado al hígado, y el pretendido blanco mutara en un amarillo enfermizo. Masticarlo era posible porque se trataba de un material muy suave, siendo el de Estremoz, en Portugal, el más demandado junto al de Badajoz. En ese sentido, también era de buena calidad el importado desde México.

Empleado igualmente como alucinógeno, sea como fuere, alcanzó cierta fama en las recepciones reales de la capital del reino, todavía joven y en construcción. En segundo término, lo habitual era que se consumiera una jarrita al día, de pequeño tamaño, como la que figura en una de las obras cumbre de Velázquez. Puesto que los efectos eran devastadores en el organismo, se buscó un remiendo que casi era peor que la propia enfermedad. Hasta pasados muchos años, no se halló otra cura que la ingesta de pequeñas partículas de hierro o de las aguas ferruginosas de La Fuente del Acero, próxima al río Manzanares. De hecho, la citada obra de Lope de Vega gira sobre este asunto. Según el trabajo de Miguel Cornejo (Reflexiones sobre la funcionalidad del espacio urbano en El Acero de Madrid de Lope de Vega), se trata la opilación en Belarda (personaje de la obra) como parte importante en la trama: «Niña del color quebrado, o tienes amor, o comes barro. Niña, que al salir el alba dorando los verdes prados, esmaltan el de Madrid de jazmines tus pies blancos; tú, que vives sin color, y no vives sin cuidado, o tienes amor, o comes barro».

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