Joaquín Guzmán - Crítica

Oscuro y pétreo Don Carlo

«Una escena en grises, oscura y pétrea, moldeada por el simple movimiento de los grandes muros de sillar granítico, escurialense, sirviéndose de iluminación quizás demasiado “de ambiente”»

Me pregunto qué parte de la crítica es la que queda con el tiempo y resulta más interesante para el lector: la que se refiere a la percepción general de lo que ha sido la representación o el concierto, o el singular análisis de los intervinientes. Particularmente, con el tiempo tiendo a abstraerlo todo en algún concepto que resuma la idea de la producción y el resultado musical.

De este Don Carlo creo que las palabras pétreo y oscuro resumen la idea tanto visual como musical que me transmite varios días después de la velada. Una escena en grises, oscura y pétrea, moldeada por el simple movimiento de los grandes muros de sillar granítico, escurialense, sirviéndose de iluminación quizás demasiado “de ambiente” que no permitía observar con claridad la gestualidad de los actores-cantantes y del humo propio del boato ordenado por el Concilio de Trento. Una dirección que desconcierta a veces por la colocación de la acción en el siglo ¿XIX? y que quedará en la memoria como la de “las paredes móviles” pero que no llama especialmente la atención por un gran hallazgo escénico.

Ramón Tebar domina esta partitura verdiana y puede presumir de ir más allá de que las cosas estén en su sitio, para entrar en matices expresivos, lo cual es de agradecer y se nota en los resultados. Comienza un tanto destemplado, pero al poco se muestra entregado y dominador de los mil y un resortes. Musicalmente es un magnífico Don Carlo gracias también a una orquesta en excelente estado de forma tanto desde el punto de vista grupal como solista. El público que llenaba la sala bien lo sabe. No quiere que le toquen a su orquesta y cuando llega el turno de saludos, le regala una de las grandes ovaciones de la noche. Es de justicia nombrar por encima del resto a Guiorgui Anichenko en el célebre solo de violonchelo al comienzo del tercer acto tocado de forma magistral. Añadamos a ello que el coro canta como en sus mejores noches y desde distintos puntos según el capricho del regista. En toda tesitura las prestaciones son de excepción y así da gusto. Bravo una vez más. Una vez más, los cuerpos estables de Les Arts son la clave de bóveda de la construcción. Sin la excelencia de estos, se vendrá todo abajo.

En cuanto a las voces, no es conveniente acudir a las grabaciones legendarias para hacer comparaciones, pero dentro de lo que cabe, se pudo disfrutar de una buena noche verdiana. Vinogradov canta un imponente Felipe II del que el público disfruta, sin altibajos, de principio a fin. Tiene un instrumento ancho, poderoso y lo sabe. No obstante, quizás se recree demasiado en los volúmenes y deje a un lado un tanto los matices expresivos y unas dinámicas que cuida lo justo. Creo que Vinogradov es un cantante que tiene todo para entrar en esos detalles y en poco tiempo hacer un gran Felipe II. Plácido Domingo con su Marqués de Posa nos hace olvidar aunque sea durante tres horas que su rol está escrito para barítono. Nos hace olvidar también que un análisis canónico de su voz daría para poner en una hoja en blanco una columna con lo bueno y lo no tan bueno. Pero aquí, con Domingo, las cosas funcionan de otra forma. Hay artistas que se miden por la capacidad de transmitir emociones, y el tenor madrileño es de estos últimos. Domingo sigue emocionando, transmitiendo y la ovación que se lleva sigue siendo todavía por lo que ha hecho esa noche y no por “cariño” o por “toda una carrera”. Estas ovaciones están todavía por llegar y espero que tarden unos cuantos años más.

María Katzarava es una Elisabetta a la que le queda todavía mucho que aprender. Tiene unos medios más que aceptables, pero su canto es todavía errático. Quizás sea cosa también de los nervios. En ocasiones Tebar tuvo que emplearse a fondo en plan “míreme usted ahora a mí”, para marcarle el compás y que la cosa no se fuera de madre. Violeta Urmana es una buena Eboli y lo canta todo muy bien, como no podría ser de otra forma. Ya no es esa voz de antaño y se resiente en los extremos, pero si bien precisó calentar el instrumento, la cosa fue de menos a más y acabó en plenitud de facultades siempre teniendo en cuenta que su instrumento ya no tiene la frescura de otros tiempos.

El Don Carlo de Andrea Carè es más que correcto, aunque todavía le queda por aprender a pesar de que lleva ya una carrera importante. Habrá que seguirle pues es seguro que haga evolucionar a mejor esta clase de personajes tanto en el fraseo como en lo dramático. Incluso Llama la atención que la de Domingo se propague mejor por la sala en determinados momentos. Misterios del canto. Pasa un tanto desapercibido el Inquisidor de Maro Spotti y el resto de cantantes lo hacen estupendamente especialmente Olga Zharikova , que me llamó especialmente la atención en su breve cometido.

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