MARÍA JOSÉ MIRA - Altura de Mira

Hablemos de sexo

«Una madre cree estar preparada para encajar las incógnitas de su hija cargada de emociones hasta que llega el momento de hacerlo»

Uno de los carteles portados en la concentración feminista del 8M EFE

"Mamá, hablemos de sexo". Es una frase que las madres de mi generación -y educación- debemos escuchar de nuestros hijos/as preadolescentes con las hormonas a flor de piel.

Una madre cree estar preparada para encajar las incógnitas de su hija cargada de emociones hasta que llega el momento de hacerlo. En realidad, siempre he pensado que hablaría con mis hijos sin mucha dificultad ni tapujos y que arrojaría respuestas a todas sus inquietudes en lo concerniente a las relaciones sexuales.

Pero nunca pensé que mi pequeña fuera a estar en una situación mucho más vulnerable de lo que yo estuve a su edad, hace ahora tres décadas.

Todavía tendré que explicar a mi hija algo que mi madre ya casi no tuvo que detallarnos: no hemos nacido para convertirnos en el objeto sexual de nadie. Es más, deberé aclararle que disfrutar de una relación sexual plena no tiene nada que ver con toda esa escenificación que envuelve al porno, al que seguramente pueden acceder los niños y niñas de su edad con facilidad. Escenas en las que cuerpo de la mujer no es más que un objeto o una pieza con la finalidad de consolar mentes calenturientas.

¿Cómo explicar que el sexo es todo menos un juego destructivo en el que dos personas se maltratan física y psicológicamente? ¿Quién me iba a decir que 30 años después de mi pre-adolescencia las niñas y las mujeres corremos más peligro que entonces?

En inconcebible que en pleno siglo XXI todavía haya gente que confunda disfrutar del sexo con someter a las mujeres. No hay nada más abominable que una relación íntima de sometimiento en la que a una de las partes se le reserve el papel de humillada .

Uno de los carteles portados en la concentración feminista del 8M EFE

Este planteamiento me impone que cuando hablo de sexo con mi hija deba hablar en plural: de sexos. No dejo de sorprenderme al comprobar que el peligro de la cosificación de la mujer no es el único que corremos las féminas de este siglo. Surge otro casi igual de grave. La discriminación de las personas por razón de su sexo, algo que las viejas glorias, y algunas no tan viejas, sentenciarían que es imposible porque sería ir en contra de nuestra Constitución -más viva que nunca-.

No podía imaginar entonces que mi hija, nuestras hijas, todavía sufrirían la brecha salarial escondida en eslóganes tan machistas como el de "es que quiere cuidar de sus hijos y eso no es difícilmente compatible con promocionar profesionalmente" o realidades tan impactantes como que las mujeres en España trabajamos gratis desde el 9 Octubre hasta finalizar el año. Incluso hubiera perdido la apuesta si me la hubiera jugado por haber visto erradicada la violencia machista en este siglo tan vanguardista. Pero es que todavía es peor.

Esta crisis de valores con la que, sin esperarlo, nos encontramos los progenitores que nacimos con la democracia, debe ser abatida con la mejor de las armas que hemos podido heredar de nuestros ascendientes: la educación.

Sería una tremenda derrota como sociedad que nuestros hijos e hijas crecieran convencidos de ser superiores a otras personas por el hecho de ser de un sexo, raza o religión distinta de la suya. No sólo sería un retroceso abismal que en plena era digital -caracterizada por la industria 4.0, el big data o el blockchain- estuviera en riesgo la principal virtud de la humanidad. Habríamos fracasado. Como si nada hubiese valido la pena.

No cabe duda de que queda mucho por hacer. Y casi tanto por deshacer. No podemos dar ni un paso atrás en lo que a derechos y libertades de las personas se refiere. Se lo debemos a los que lucharon antes. Y se lo debemos a los que llegan comiéndose la vida a mordiscos. Esta misma semana nos lo han recordado los estudiantes en esa fantástica marea verde sin precedentes. Nos avisan de que aún tienen mucho que decir, contra el cambio climático. "No hay planeta B", nos gritan.

Reivindicar lo justo es bueno. Yo este año fui, por primera vez, con mi hija a la manifestación del pasado 8 de marzo . Tal vez por eso la viví con mayor ilusión. Ella todavía no lo entiende pero la vida no se lo pondrá fácil. Lo que sí sabe es que nadie debe sentirse por encima, ni tampoco por debajo de nadie. Por ningún motivo. Nunca. Y por eso seguiré a su lado, junto a las de su generación, para que nadie cruce una línea que nunca se debió cruzar. Contra los techos de cristal, contra los suelos embarrados, contra la brecha salarial y contra la violencia machista . Como deberíamos hacer todas las madres. Todas las mujeres. Y también los padres y hombres. Y sin dar ni un paso atrás.

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